Lo primero que noté de Hernique Capriles, el principal líder de la oposición en Venezuela, es que era tan flaco como yo y que le quedaba un poco grande la chaqueta que llevaba con los colores de la bandera.
Pero me pareció un gesto atrevido. El ex presidente Hugo Chávez se vestía igual, con los colores nacionales, y Capriles no estaba dispuesto a cederle al fallecido caudillo ni la bandera ni la herencia del libertador Simón Bolívar.
Este es, sin embargo, no tiene nada que ver con la moda. La pregunta de muchos venezolanos es si Capriles, realmente, tiene lo que se necesita para llenar el puesto que tuvo Chávez por 13 años y para arrebatarle al actual presidente, Nicolás Maduro, el poder que se robó en las pasadas elecciones.
“Nosotros ganamos las votaciones del 14 de abril”, me dijo Capriles en una reciente entrevista en Miami, antes de partir de regreso hacia el estado Miranda, donde es gobernador. “Fue un proceso tramposo. El resultado oficial no corresponde a la realidad.”
Pero Ni Capriles ni la oposición han podido convencer al mundo de que Maduro llegó al poder por un mayúsculo fraude basado en muertos que votaron, en votos asistidos, en amenazas y en un sistema totalmente controlado por el chavismo. “Para ganar las elecciones en Venezuela se tiene que hacer por knock out”, reconoció. “Siempre hemos tenido el árbitro en contra.”
Muchos le han criticado a Capriles que no haya defendido su aparente triunfo con más fuerza. La asambleísta de la oposición, Maria Corina Machado, fue grabada recientemente diciendo que fue una “terrible señal” que Capriles hubiera suspendido una marcha de protesta tres días después de las elecciones.
Pero Capriles no se arrepiente de esa decisión. “Iban a matar a mucha gente”, me dijo. “Tenía información de que eso iba a ocurrir. El gobierno iba a generar violencia para que hubiesen varios venezolanos asesinados.” Cierto o no, la marcha no se realizó y Maduro se quedó con la presidencia.