San Juan, Puerto Rico
48 horas en la isla no me convirtieron en ningún experto sobre Puerto Rico. Pero bastaron para darme cuenta de cómo a los puertorriqueños les duele Vieques. Y les duele mucho.
Les duele que Estados Unidos no considere que la mayoría de los puertorriqueños quiere suspender permanentemente los ejercicios militares de la marina norteamericana en Vieques. Les duele que la voluntad de un par de políticos –el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, y el gobernador de Puerto Rico, Pedro Roselló- se haya impuesto sobre el consenso de los mas dispares grupos y organizaciones de la isla. Y les duele sobre todo–según me comentaron varios puertorriqueños- que su gobernador los “haya traicionado” en el tema de Vieques.
¿Y cómo los “traicionó” Roselló?
Bueno, durante varios meses –desde el 19 de abril del 99, en que murió por una bomba norteamericana el guardia David Sanes hasta principios de enero del 2000- el gobernador Roselló parecía haber tomado el liderazgo de un pueblo, el puertorriqueño, que no quería ni una bala más en Vieques. Nunca antes puertorriqueños de todas las tendencias políticas habían coincidido de esta manera en un mismo objetivo.
Incluso, el lunes 19 de octubre del 99, el gobernador Roselló se presentó en Washington ante el Comité de las Fuerzas Armadas del Senado para decir que no aceptaría ni una bomba más en la llamada isla nena. “Not one”, dijo en inglés Roselló ante los ojos incrédulos del presidente del comité, John Warner.
Y luego de la comparecencia, en la que el gobernador no había cedido ni un milímetro, Roselló declaró a la prensa: “El bombardeo de Vieques no lo vamos a tolerar ni por 60 años, ni por 60 meses, ni por 60 días, ni por 60 horas, ni por 60 minutos.”
Pero tres meses más tarde algo extraño pasó y Roselló cambió de opinión. Como si fuera gimnasia olímpica, el gobernador hizo un flip-flop.
Sin ningún tipo de consulta popular, Roselló aparentemente se dobló ante la presión de los norteamericanos y el 24 de enero aceptó una controversial propuesta de la Casa Blanca. La propuesta permitiría ejercicios militares de la marina norteamericana y bombardeos –con municiones inertes- durante tres años en Vieques. A cambio de eso, los 10 mil habitantes de Vieques recibirían 40 millones de dólares en ayuda económica, parte del territorio de la isla (que se usaba como bodega de armamento) y la posibilidad de realizar un plebiscito en el 2001 para fijar final su postura respecto a futuras maniobras militares.
Tras confirmar este acuerdo, Roselló tendría que morderse la lengua y tragarse sus palabras. Se perdió la confianza de muchos puertorriquenos en el gobernador. Su credibilidad quedó hecha trizas en varios círculos políticos; había traicionado, desde su punto de vista, la causa de Vieques. ¿Por qué Roselló decía una cosa y hacía otra? La realidad es que las acciones del gobernador eran contrarias a sus declaraciones previas.
Cuando Roselló aceptó el acuerdo con Clinton, el gobernador ya no hablaba por todos los puertorriqueños.
Esta versión de los hechos y sus reacciones las escuché una y otra vez en San Juan; en librerías, restaurantes, centros comerciales, casas particulares, en la calle. Casi nadie salió en la defensa de Roselló. Después de todo, él mismo se había metido en esa encrucijada; no sabía cómo explicar sus contradicciones y, menos aún, justificar que ahora se encontraba en el otro bando, el de los Estados Unidos.
Pero independientemente de lo que hizo o no hizo Roselló, siguió adelante la lucha por mantener a Vieques libre de la marina norteamericana. ¿Por qué?
“Este es uno de los primeros instantes que tenemos como nación, como pueblo”, me dijo recientemente en una conversación telefónica el abogado Juan Figueroa, presidente del Puerto Rican Legal Defense and Educational Fund. “Hemos podido reconocer que nuestra asociación con los Estados Unidos tiene desventajas y que nuestro poder es bien mínimo; nuestros deseos, aun hablándolos, no se han escuchado.”
Efectivamente, Vieques ha despertado la puertorriqueñeidad de millones y ha creado una clara conciencia de que los intereses de los puertorriqueños son, muchas veces, distintos a los de los norteamericanos. Es decir, Vieques ha fracturado la idea de los estadistas de que los puertorriqueños y las norteamericanos podrían formar parte de un mismo pueblo. Hoy la propuesta de convertir a Puerto Rico en el estado 51 de la Unión Americana está mas lejos que nunca de convertirse en realidad.
Vieques ha distanciado irremediablemente a Puerto Rico de los Estados Unidos. Y el imponer maniobras militares en Vieques, contrariando la voluntad de la mayoría de los puertorriqueños, sólo va a incrementar dicha distancia.
A Puerto Rico le duele Vieques. Y así es como comienzan los grandes cambios. Con dolor. Vieques liberó la imaginación de los puertorriqueños; Puerto Rico se ha empezado a pensar sin los Estados Unidos. Ya no tienen que andar de la manita pa’todos lados.