No me queda muy claro lo que está pasando en Perú. Sobre todo, no me creo que el presidente, Alberto Fujimori, esté dispuesto a dejar el poder para retirarse y dedicarse a la pesca. No me lo creo.
La huída de Perú de su principal asesor, Vladimiro Montesinos, lejos de poner a Fujimori contra la pared, le da más espacio para maniobrar. Fujimori está muy lejos de ser un demócrata. Más bien se trata de un nuevo tipo de dictador latinoamericano que, amparado en unas muy dudosas elecciones, ha hecho lo que se la ha pegado la gana en Perú. Y como todo dictador, Fujimori ha aguantado mucho.
Fujimori aguantó al grupo guerrillero Sendero Luminoso y le ganó. Aguantó las críticas internas y externas después de disolver (en el 92) al congreso y la constitución. Aguantó con una paciencia proverbial la toma de la residencia del embajador japonés en Lima. Aguantó la presión internacional tras el fraude en las pasadas elecciones presidenciales y ahora aguantará la salida de Montesinos. Claro, no lo ha hecho solito. Siempre ha estado apoyado por el ejército. Pero Fujimori ha aguantado todo. O casi todo.
Por lo anterior, no me creo que solo un video haya orillado a Fujimori llamar a nuevas elecciones en las que él no va a participar. El video al que me refiero fue dado a conocer hace unos días y muestra a Vladimiro Montesinos entregando unos 15 mil dólares al congresista Alejandro Kouri. La oposición asegura que el video es evidencia de un fraude electoral y de la forma en que el gobierno sobornó a políticos opositores, como Kouri, que saltaron como conejos (o transfugas) al partido de Fujimori.
Pero si Fujimori ha aguantado tanto ¿cómo es posible que éste video -una insignificancia frente a todos los abusos cometidos durante su régimen- lo obligue a renunciar?
Cuando no entiendo, pregunto. Y por eso le llamé a José Luis Rénique, historiador, profesor de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, apasionado por Perú y por la democracia en América Latina, peruano y padre antes que cualquier otra cosa. Rénique tampoco está convencido de que Fujimori entregará al poder el 28 de julio del 2001, tal y como lo prometió.
-“¿El video de Montesinos tumbó a Fujimori?”, le pregunté
-“De ninguna manera”, me dijo el académico. “Porque lo que Fujimori ha hecho es crear un escenario en el que tenga tiempo de recordarle al país quién es él. Le recuerda a los peruanos lo que podría ser un país sin él.”
En otras palabras, Fujimori quiere que la gente se acuerde del pasado: del terror que generaba Sendero Luminoso; quiere que los peruanos recuerden la hiperinflación y el populismo y la corrupción de los partidos políticos tradicionales y de Alan García; desea que nadie se olvide de las amenazas constantes de un golpe militar. La apuesta de Fujimori es que si los peruanos recuerdan eso, no lo dejarán irse. O en el peor de los casos le pedirán que regrese para el 2006.
“Pero lo importante no es si Fujimori se queda o se va”, me dijo Rénique. “La pregunta es si se va a desmantelar o no el nucleo político de éste régimen, el nucleo del proyecto fujimorista”.
-“¿Y cuál es ese proyecto?”, le pregunté.
-“Es un proyecto cívico-militar”, me contestó. “El primer esbozo surgió en un documento llamado el Plan Verde; es un plan a largo plazo que consiste en una democracia con tutela militar.” Y luego, él mismo da el puntillazo y corrige. “En realidad es una forma de dictadura, no de democracia; es la idea-objetivo de la camarilla que ha tomado el control de las Fuerzas Armadas.”
Lo que estamos viendo en Perú es un resurgimiento del militarismo en América Latina. Se equivocan “quienes pretenden ver el fin del militarismo por lo que está ocurriendo en Argentina, Chile y Brasil”, me dijo Rénique. “Perú es el escenario perfecto para ver qué va a pasar con los militares; es el modelo andino del militarismo”. (Y Venezuela, dicho sea de paso, va por el mismo camino.)
Ni siquiera la realizacion de unas nuevas elecciones presidenciales en el mes de marzo, como propuso Fujimori, es garantía de legitimidad. “Se puede dar el escenario en el cual Fujimori no pierde el control del mecanismo electoral”, me dijo el catedrático de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Así, no importaría quien o quienes se lanzaran a la presidencia por parte de la oposición, el delfín o el heredero de Fujimori tendría una clarísima e injusta ventaja: su padrino contaría los votos.
Fujimori, no hay la menor duda, tiene un enorme apoyo popular. La última encuesta que escuche sugiere que seis de cada 10 peruanos opinan favorablemente de su gestión. Algunos simpatizantes, incluso, lo han considerado como el mejor presidente que ha tenido el Perú. Pero no todos se han tragado el cuento. Las cada vez más grandes movilizaciones en su contra hablan de un enorme descontento con sus métodos, su mano dura, sus trampas, sus dobleces. Y, lo más importante, es que los verdaderos demócratas (dentro y fuera de Perú) no dejarán de poner el dedo en la llaga hasta que Fujimori sea parte de los libros de historia.
Le hable al “profe” -a quien aprecio y cuyas opiniones respeto mucho- porque duda de todos en Perú. Y eso es saludable para cualquier análisis. Duda de Fujimori. Duda de “la fragilidad extrema de los movimientos de oposición”: asegura que el excandidato Alejandro Toledo “ha exhibido muchas debilidades aunque ha tenido el coraje de mantenerse en el terreno sin doblegarse; eso es valioso pero no suficiente.” Y duda de la Organización de Estados Americanos (OEA) como instrumento de cambio: “La OEA ha mostrado pasividad y una profunda inefectividad en su pretendido rol en la democratización del continente, a pesar de que mucha gente la siga considerando como la única instancia capaz de ofrecer una arena de negociación en Perú.”
Para serles franco, después de ésta llamada telefónica no sé hacia donde camina Perú. Pero lo que sí me quedó claro es que Fujimori no va a ir decir adios tan fácilmente. O como me dijo Rénique antes de colgar: “Con lo que ha pasado en Perú en los últimos 10 años, a ninguna de éstas cosas se le puede dar un juicio definitivo.”
¿Adios Fujimori? No, todavía no.