Miami.
No es todo lo que queríamos los mexicanos que vivimos en Estados Unidos pero algo es algo. La posibilidad de votar en las próximas elecciones presidenciales es, efectivamente, un hecho “histórico”, como dijo el primer mandatario, Vicente Fox. Sin embargo, al aprobar la medida el congreso mexicano se quedó corto, muy corto. Demostró, otra vez, su incapacidad para hacer las cosas bien y a tiempo. Ahorita les explico porque.
Pero empecemos por lo importante. Una amplísima mayoría de los miembros de la cámara de diputados –455- aprobó el voto de los mexicanos en el exterior a través del correo para las próximas elecciones presidenciales del 2 de julio del 2006. El senado mexicano ya había hecho lo mismo y Fox la firmó el jueves pasado. Termina así una lucha de casi dos décadas en que millones de mexicanos fueron tratados como ciudadanos de segunda.
El triunfo es, sin duda, de las organizaciones de los mexicanos en el extranjero que empujaron y empujaron hasta que hicieron realidad lo que claramente establece la constitución mexicana. Y esto fue posible a pesar de todas las trabas que surgieron en el congreso y en los partidos políticos.
A veces parecía que nadie quería que dicho voto se materializara. Hace 6 años fue el senado mexicano, dominado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), quien mató una propuesta que hubiera hecho posible el voto de los mexicanos en el exterior para las elecciones del 2000. El PRI tenía miedo que los mexicanos que dejaron el país (por la corrupción, pobreza y asesinatos que caracterizaron las siete décadas de presidentes priístas) fueran a votar contra ellos. Igual perdió el PRI; los que se quedaron estaban tan molestos como los que se fueron.
Y esta vez, las propuestas que hubieran permitido que votaran todos los 11 millones de mexicanos, nacidos en México pero que vivimos en el exterior, fueron aniquiladas una a una. Al final, y ya con muy poco tiempo en el calendario electoral, salió adelante un flaco proyecto que solo le permitirá votar a unos cuatro millones de mexicanos que viven fuera. Claro, no está mal para ellos. Pero ¿qué pasa con los otros mexicanos, como yo, que queremos votar pero que no tenemos una credencial de elector? Otra vez, nos han hecho a un lado y nos hacen la vida de cuadritos.
A los 47 años nunca he votado en mi vida. Primero, cuando vivía en México, me negué a hacerlo porque el PRI siempre hacía trampa. Y ahora que ya hay una verdadera democracia representativa y que sí quiero votar desde el exterior, resulta que el congreso de mi país me lo obstaculiza. Para votar tendré que viajar a México, sacar ahí mi credencial y luego regresar a Estados Unidos para votar por correo. Tengo la suerte de contar con una tarjeta de residencia de Estados Unidos (green card) pero millones de indocumentados no pueden ir y venir de México por falta de documentos, ni tienen el dinero para hacerlo.
La ineficacia de la cámara de diputados y del senado llegó a su máxima expresión con este proyecto. Tuvieron, no uno, sino varios años para aprobar los cambios al Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (Cofipe) que permitirían votar a los mexicanos en el extranjero. Pero los diputados se esperaron hasta el último día, de la última sesión extraordinaria, del último año del calendario legislativo antes de las elecciones, para hacer algo.
Al final, es cierto, lo aprobaron. Pero el trabajo del congreso fue malo y a destiempo. ¿Por qué no discutieron exactamente lo mismo hace uno, dos o tres años? Además, como lo hicieron todo a las carreras y al aventón, complicaron mucho las cosas. El voto será por correo, con un montón de reglas y fechas límite, y no en persona en una urna como lo harán el día de la votación los mexicanos en México. Esto pudiera reducir el número real de votantes en el exterior a solo unos 400 mil. Y dejaron volando muchas cosas. Por ejemplo ¿Cómo van a hacer campaña los candidatos en el extranjero? Hasta el momento nadie lo sabe.
Si los congresistas trabajaran para una compañía privada ya los hubieran corrido hace mucho tiempo por no hacer bien su trabajo. Es fácil imaginarse lo que ocurriría si un empleado no cumple con prontitud con los requerimientos de su trabajo: lo despiden. No dura en su puesto un trabajador que, pudiendo hacer un proyecto en un año, se tarda cinco y, además, lo entrega incompleto. Pero como a estos congresistas no se les puede correr por incompetentes, quienes sufren son los mexicanos. Todos. Y ahora nos tocó el palo a quienes vivimos del otro lado de la frontera. ¿Y cuál es la pobre explicación de los congresistas? Ni modo, es lo único que pudimos hacer. Pues bien poco que fue.
Se les olvida a los diputados y senadores que son servidores públicos y que los ciudadanos mexicanos somos sus jefes, no al revés. Los peores estereotipos que pueden existir sobre los mexicanos –que lo hacemos todo tarde y a medias- quedaron corroborados en esta última sesión del congreso mexicano. Es la mediocridad legislativa.
La alegría, sin duda, de saber que millones de mexicanos podrán enviar su voto –y no solo sus dólares- a México está empañada por la frustración de otros tantos que no lo podrán hacer. La verdad, no quiero lloverle en la fiesta de los que ganaron. Es un triunfo bien merecido y logrado en lo que muchas veces parecía, no nuestro país, sino territorio enemigo. Algo es algo. Pero mientras unos celebran, otros tendrán que esperar seis años más para ver si los congresistas se dignan a hacer bien su chamba.
Yo, por mi parte, ya estoy planeando ir a México para sacar mi credencial de elector y votar en el 2006. Ya les contaré como me va en todo el proceso.