Estados Unidos se está moviendo a la derecha, América Latina a la izquierda y el continente americano se está torciendo. Y en una América torcida no fluyen naturalmente las ideas, el capital, el comercio y los trabajadores. La diferencia entre el sur y el norte es cada vez mayor, a tal grado que corremos el riesgo de una gran incomunicación.
Esa incomunicación es la que este fin de semana queda demostrada en Santiago de Chile en la reunión de 21 países miembros de la APEC (Foro Social y Económico del Asia Pacífico). Los presidentes americanos –George Bush de Estados Unidos, Vicente Fox de México, Alejandro Toledo de Perú y Ricardo Lagos de Chile- ni siquiera se plantearon llegar con algunas posturas comunes para beneficiar a nuestro continente frente al resto de las naciones de la APEC. No; como siempre y como si fueran desconocidos, cada quien se iba a rascar con sus propias uñas.
Parte del problema es que Estados Unidos se ha desconectado y desentendido de sus vecinos bajo la excusa de su guerra contra el terrorismo. Los ataques del 11 de septiembre del 2001 lo han cambiado todo, dice el gobierno de Bush, para justificar su alejamiento de América Latina y su nueva preocupación con Afganistán, Irak y las amenazas de los radicales islámicos en el medio oriente. Pero Estados Unidos no se ha dado cuenta que le está dando la espalda a quienes pudieran ser sus mejores aliados.
Dos ejemplos. Estados Unidos necesitaba los votos de sus dos principales socios comerciales en latinoamérica, México y Chile –ambos miembros del consejo de seguridad de Naciones Unidas- para legitimar su guerra contra Irak. Y no los consiguió. De la misma manera, Estados Unidos necesitará de México y de los países centroamericanos para controlar la inmigración de indocumentados a su territorio. Solo no puede con el problema. Pero por ahora no parece haber ningún sentido de urgencia, ni verdadero interés por parte del gobierno estadounidense, en negociar un acuerdo migratorio continental.
Cada quien jala para su lado.
El movimiento a la derecha de Estados Unidos es inobjetable. La reelección de George W. Bush –derrotando a su contrincante demócrata, John Kerry en 31 de los 50 estados- se basó en 59 millones de votantes que creen en la linea dura del presidente contra los terroristas y en sus controversiales argumentos para atacar Irak. Asímismo, estos votantes comparten con Bush su rechazo al aborto, a una amnistía migratoria, a las investigaciones científicas con celulas madres y al matrimonio entre homosexuales. No hay duda: los pueblos eligen a los gobernantes que se parecen a ellos.
Por otra parte, una América Latina harta de la pobreza, de la desesperanza, de la corrupción institucionalizada, del crimen, de los secuestros, de la falta de oportunidades, y de la desigualdad de ingresos, ha dado un claro viraje a la izquierda. Con muchos matices y en circunstancias distintas, pero los presidentes de Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Venezuela y Ecuador fueron elegidos democráticamente debido a sus plataformas de izquierda o centro-izquierda.
Todos ellos, de alguna manera, se han presentado como una alternativa a las corrientes políticas tradicionales y a las fórmulas privatizadoras neoliberales. ¿Por qué? Porque, con la excepción de Chile, lo que más han producido los gobiernos de la región en las últimas dos décadas es desempleados, emigrantes dispuestos a irse a trabajar a Estados Unidos y pobres. Actualmente, 44 de cada 100 latinoamericanos son pobres, según las más recientes cifras de la Cepal.
El viraje a la zurda también se nota a nivel local. El alcalde de Bogotá, “Lucho” Garzón, es del izquierdista Polo Democrático y el recientemente elegido alcalde de Managua es sandinista. Y es posible, si se salva del desafuero, que el actual alcalde de la ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador, del Partido de la Revolución Democrática, pueda llegar a la presidencia de México en el 2006. Eso sugieren las encuestas.
La candidatura del “Peje”, como le dicen al alcalde defeño, no es un hecho aislado; forma parte de una tendencia continental. El presidente de México, Vicente Fox, le advirtió en su última visita al secretario de estado norteamericano, Colin Powell, “de que tal vez México se moverá hacia la izquierda en el futuro”, según consta en una entrevista con el diario Reforma. Ante lo cual a Powell no le quedó más remedio que decir tibiamente que “lo único que pide el señor Bush es un presidente que sea elegido libremente por el pueblo de México.”
Pero muchos se preguntan si Estados Unidos se está dando cuenta del dramático cambio que está ocurriendo al sur de su frontera. Y no me refieron únicamente del volantazo a la izquierda. Encuesta tras encuesta muestra que el sentimiento antinorteamericano ha llegado a niveles sin precedente en América Latina y que el presidente Bush es francamente impopular en esa parte del mundo por su guerra contra Irak, por la percepción de que actúa sin consultar ni considerar a sus amigos y vecinos, y por su política de guerras preventivas. Lo más grave es que, por ahora, Estados Unidos no tiene ningún proyecto específico para refutar esas percepciones tan negativas.
Estados Unidos suele preocuparse de América Latina solo cuando hay una crisis que le afecta y la ignora mientras tanto. La distancia que separa a norteamericanos de latinoamericanos es cada vez más patente, peligrosa y desconcertante. América está torcida y no veo por ningún lado un plan para destorcerla y conectar nuevamente al norte con el sur. Es como si vivieramos en continentes distintos.
Posdata desperdiciada. Tras la muerte del líder palestino Yasser Arafat el gobierno estadounidense tuvo una oportunidad única para demostrar su deseo de reiniciar las pláticas de paz en el medio oriente. Pero en lugar de que el presidente Bush fuera, personalmente, a su entierro en Ramallah o que asistiera su secretario de estado, Colin Powell, enviaron a un funcionario casi desconocido. Gestos como esos solo demuestran falta de cuidado o falta de interés. Mientras no se resuelva el conflicto entre Israel y los palestinos, no habrá solución al problema del terrorismo islámico y Estados Unidos seguirá sintiéndose amenazado. El mismo Osama bin Laden reconoció en su último videomensaje que la idea de destruir las Torres Gemelas y el Pentágono surgió tras un ataque militar de Israel a sus vecinos. El entierro de Yasser Arafat fue una oportunidad garrafalmente desaprovechada. La paz, tristemente, no está al alcance de la mano.