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AMERICAN DREAM A LA MEXICANA

o Los Santitos de María Amparo

No es que María Amparo Escandón esté alucinando. No. Lo que pasa es que tiene una vida interior muy rica y una imaginación a prueba de realidades. Por eso puede escribir en su primera novela que una mujer ve una aparición de San Judas Tadeo en el horno de su casa, informándole que su hija no estaba muerta sino que sólo andaba de parranda.

Desde que la conocí en 1983, María Amparo se imagina cosas. Pero su magia consiste en materializar esas cosas que se inventa. Así, primero María Amparo se imaginó que podía irse de México con una mano por delante y otra por detrás y que podía subsistir decentemente en los Estados Unidos. Y lo hizo más que decentemente: su primera cama estuvo en el piso de arriba del carcomido y ratonero Teatro Fiesta de Los Angeles; hoy vive en una casa de dos pisos.

Luego se imaginó que podía crear una agencia de publicidad y al poco tiempo se convirtió en ejecutiva y dueña de una empresa junto con su esposo Benito. María Amparo también se imaginó que quería ser mamá y a pesar de que la naturaleza decía no, ella dijo sí, se tomó unos menjurges extrañisimos y le ganó a la naturaleza. Ahora tiene dos extraordinarios hijos: Marinés e Iñaki.

Esta mujer que se fue autoconstruyendo de arriba a abajo, es decir, desde su magnífica cabellera negra hasta los blanquísimos piés, tenía un destino: ser escritora e inventarse los mundos en que quería vivir. Sus cuentos en español –que ella llama “micruentos” porque eran cortos y cruentos- se publicaron en varias revistas especializadas en México.

Y no nada mas eso. Después de unos años en los Estados Unidos, María Amparo quiso dar un salto mortal y empezó a escribir en inglés. Se dijo: “Si estoy en los Estados Unidos, voy a escribir en inglés; así muy macha”. Pero ahora recuerda que lo de macha le duró poco. “Tras escribir 40 páginas en inglés, pensé: estoy loca.” El diccionario español/inglés se convirtió en una necesidad y pasó lo inevitable. “Aprendí mucho inglés y aumentó mi vocabulario”. Como María Amparo se imaginaba el universo en español, estoy seguro que muchos dudaron que pudiera traducir sus rollos al inglés. Pero esos eran los que no la conocían.

Sin tantos apuros surgieron sus primeros cuentos en inglés y, luego, la primera novela. Al terminar de escribirla pensó que tenía “que hacer las cosas como se hacen aquí (en los Estados Unidos)”. Consiguió un agente, envió 12 copias del manuscritos original –incluyendo estampitas de santos, rosarios y crucifijos- a las principales editoriales norteamericanas y en una semana recibió cuatro ofertas. El truco había funcionado.

Su novela Santitos (o Esperanza’s Box of Saints) se convirtió rápidamente en un éxito literario en Estados Unidos –tanto en inglés como en su traducción al español- y en uno de los libros más vendidos en Suecia, España, Holanda, Italia y Francia. “A ojo de buen cubero”, me dijo, “creo que se han vendido unos 300 mil libros en 13 idiomas”. Con su mente de publicista aun intacta, en 1999 viajó a 67 ciudades para promover “Santitos”. Era la fórmula perfecta: una excelente novela acompañada del marketing mas brutal y realizado por una viajera curiosa e incansable.

María Amparo está convencida que si se hubiera quedado en México, no tendría el reconocimiento que tan naturalmente se le dio en Estados Unidos. “Me pasó una cosa muy chistosa”, me dijo. “En México vivía la vida, no la analizaba. En Estados Unidos pude ver a México desde lejos y ver los detalles y entender muchas cosas de la cultura de mi país. No hubiera podido escribir así en México”.

¿Así, cómo? le pregunté. “Como por ejemplo la cuestión de los santos”, me contestó. “Todo el mundo vive dia a dia con santos en México; están en la cartera, en el taxi, en todos lados, pero la gente ya ni los ve. Al salirme de México pude analizar y ver esto”.

Así salió lo del libro. Lo de la película fue otra cosa.

Mientras María Amparo escribía su libro, simultaneamente, se puso a hacer un guión cinematográfico para darle mas naturalidad a sus diálogos. Al final del experimento, Esperanza -la protagonista- hablaba como una verdadera veracruzana. Y de postre, María Amparo tenía un libro en una mano y la posibilidad de hacer cine en la otra.

A través del Instituto Sundance, su guión llegó a las manos del joven director mexicano Alejandro Springall. ¿Y por qué decidió hacer la película con Springall si nunca había dirigido una película? Como en casi todo lo que hace, por instinto. “Y porque Alejandro es tan necio como yo”, me dijo María Amparo. La cinta se rodó en Tlacotalpan, Tijuana, Los Angeles y el D.F. Salió en México en octubre del año pasado, con muy buenas críticas, y ahora en febrero se lanza aquí en los Estados Unidos.

¿Pegará?

El razonamiento de María Amparo es sólido. “Yo creo que, en parte, los hispanos estamos de moda”, me dijo cayendo en el espanglish y hablando de los 33 millones de latinos que entienden (o medio entienden) español en los Estados Unidos. “Fíjate, hay por lo menos dos networks de televisión en español; en la radio, las estaciones que dominan en ciertas ciudades –Los Angeles, Chicago, Miami- son en español; en la prensa, las revistas y los discos, igual. Lo único que faltaba es que fueras al cineplex de tu barrio y que de 10 películas tuvieras la opción de ver dos en español. Esa es la apuesta”.

En verdad, esa es la apuesta. No sé a que santo se encomienda, pero María Amparo siempre ha tenido algo de brujita, de adivina. Y si le vuelve a atinar, esta joven mexicana que por mucho años se sintió turista en los Estados Unidos y que por las noches se peleaba con las ratas y las cucarachas en el Teatro Fiesta, pudiera convertirse en el mejor ejemplo de lo que es el american dream a la mexicana

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