Miami.
¡Cómo se nota que estamos a menos de cuatro meses de las elecciones presidenciales en Estados Unidos! De pronto, como por arte de magia, ambos partidos políticos están muy interesados en Cuba y en cómo terminar con la dictadura de 45 años de Fidel Castro. Pero, en realidad, más que buscar la fórmula correcta para acabar con Castro y democratizar la isla, lo que quieren los partidos Demócrata y Republicano es conseguir los votos de los cubanoamericanos.
Hablemos claro. Las nuevas restricciones a los envíos de dinero y a los viajes a Cuba no van a terminar con Fidel Castro. Con limitaciones –100 dólares por mes por persona- pero los cubanos seguirán enviando millones de dólares al año a sus familiares en la isla. Y el límite de un viaje a Cuba cada tres años –para los cubanoamericanos viviendo en Estados Unidos- tendrá mínimas consecuencias ya que miles de turistas latinoamericanos y europeos seguirán yendo a la Habana, a Santiago y a las playas de Varadero. O sea, las nuevas medidas impuestas por el gobierno del presidente George W. Bush a Cuba endurecen el embargo y tranquilizan a los sectores más conservadores del exilio cubano, pero no van a tumbar a Castro.
Es cierto, el gobierno castrista tendrá menos dólares a su disposición; hasta 1,500 millones de dólares menos cada año, según le escuché en la radio a un portavoz del Departamento de Estado Pero no serán funcionarios del Partido Comunista cubano, ni miembros del ejército, ni Fidel y su hermano, los que se van a quedar sin comer. El régimen de Corea del Norte demuestra que cuando hay hambre en una tiranía, sus gobernantes no son los que más sufren; Kim Jong Il, el líder norcoreano, cena frencuentemente con carísimos vinos franceses. Además, en el caso cubano, Fidel Castro puede conseguir petroleo venezolano a buen precio y revenderlo con ganancias multimillonarias en el mercado internacional.
John Kerry, el candidato Demócrata a la presidencia, lejos de restringir los viajes, permitiría a todos los norteamericanos ir a Cuba. En una entrevista reciente me dijo que “es importante promover que la gente vaya para allá”.[1] El equipo de Kerry cree que más contactos, más viajes y más comunicaciones podría generar más presión para tumbar a Castro que las nuevas restricciones impuestas por Bush. Eso sería algo nuevo; no se ha intentado desde que se impuso el embargo estadounidense contra la isla en 1962. Pero, en realidad, la estrategia de Kerry tampoco va a tumbar a Fidel Castro del poder. Los cubanos reciben turistas y contactos de todo el mundo y Castro sigue aferrado al poder.
Ninguna de las dos estrategias –la de Bush y la de Kerry- servirá para democratizar Cuba. Lo único que han demostrado los dos candidatos es que el exilio cubano no es monolítico y que incluso entre la mayoría anticastrista hay serias divisiones.
En los más de 15 años que llevo viviendo en Miami nunca había visto a la comunidad cubana tan dividida sobre un tema como el de los viajes a la isla. Muchos cubanos –sobre todo los más jóvenes y los recién llegados- quisieran viajar libremente a Cuba para visitar familiares y en caso de emergencias. Hace unos días el aeropuerto retumbaba con gritos de cubanos frustrados que se quejaban de que sus familias estaban siendo divididas y clamaban: “¡Queremos viajar! ¡queremos viajar!”
Al Gore perdió la Florida –y la Casa Blanca- en el 2000 por el voto cubano y por el caso del niño Elián Gonzalez. La pregunta en este 2004 es si las nuevas restricciones respecto a Cuba le pudieran costar el estado de la Florida al presidente Bush. Ya lo veremos el dos de noviembre.
Y mientras Bush y Kerry se pelean el voto cubano, el dictador cubano no será derrocado porque haya más o menos viajes a la isla. Así no se va a caer Fidel Castro. No. Lo único que pudiera acabar con Castro, además de un accidente, de un atentado o de su muerte súbita, es una invasión militar –que Estados Unidos no está dispuesto a realizar ni América Latina a apoyar-, una rebelión interna –imposible, por ahora, por los altísimos niveles de represión y censura- o con un estricto bloqueo internacional (combinado con un fuerte apoyo a los disidentes) como el que terminó, por ejemplo, con el régimen de Sudáfrica. Ninguno de estos escenarios, sin embargo, se vislumbra a corto plazo.
El tema de Cuba –y el de los inmigrantes indocumentados- entra a la agenda política de Estados Unidos cada cuatro años, cada vez que hay elecciones presidenciales. Son dos de los temas que más polarizan a Estados Unidos y que más votos generan dentro de la comunidad latina. Pero debería de quedar muy claro que el actual debate en la Florida en torno a las nuevas presiones contra el dictador Castro tiene como objetivo principal conseguir votos cubanoamericanos, más no la democratización de Cuba.
Si realmente quieren terminar con Castro, Bush y Kerry saben como hacerlo. Pero ninguno de los dos está dispuesto a correr el riesgo y a pagar las altísimas consecuencias. Nada cambia: aquí habrá elecciones presidenciales y Fidel Castro, al igual como ha ocurrido durante los últimos 45 años, seguirá atornillado al poder.