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BUSH, SOLITO

George W. Bush llega con las manos vacías a la reunión de presidentes del hemisferio en Mar del Plata, Argentina. No tiene nada que ofrecerles, ni siquiera promesas. Bush ha ignorado al resto del continente americano desde los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001 y ahora no hay forma (ni tiempo) para compensar su olvido.

Este 2005 debió haber sido el año en que se celebraría el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y, por lo tanto, la unidad del hemisferio. Por el contrario, este es el año del distanciamiento. Mientras Estados Unidos gira a la derecha (tanto moral como económicamente), América Latina se tuerce a la izquierda y empieza a padecer de una peligrosa corriente populista. Y no hay punto de conexión entre ambas tendencias.

Estados Unidos se volvió monotemático. La lucha contra el terrorismo lo domina todo. Pero el gobierno norteamericano se olvidó que sus mejores aliados eran sus propios vecinos. Y desde entonces esto ha sido un diálogo de sordos.

Estados Unidos no oye a América Latina: no hay acuerdo migratorio con México, ni fin a los subsidios a los agricultores estadounidenses que tanto perjudican a los campesinos latinoamericanos, ni la más mínima señal de inversión estadounidense para combatir la permanente pobreza al sur de su frontera. De esta lista solo se salva el CAFTA que llevó los sueños guajiros del libre comercio al acuerdo firmado recientemente por Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana.

Al mismo tiempo, América Latina ya no escucha a Estados Unidos. Sí, claro, hace como que escucha –después de todo es su principal socio comercial y no quiere enojarlo. Pero América Latina, con contadísimas excepciones, le dio la espalda a Bush en su guerra contra Irak y no le perdona el maltrato que reciben sus inmigrantes en suelo yanqui. Incluso en el tema de Cuba, los países latinoamericanos –como lo demostraron en la cumbre Iberoamericana de Salamanca- prefieren criticar el embargo norteamericano a la isla en vez de condenar la dictadura de 45 años de Fidel Castro. Frente a la falta de liderazgo norteamericano en su propio hemisferio hasta los gritos alocados y petroparanoicos de Hugo Chávez tienen eco en la región.

Ante este panorama, no sorprende que el presidente norteamericano haya planeado estar unas pocas horas en Argentina y luego pelarse de ahí. Después de todo, Bush está solo y seguirá así en la región. Sus cuates en El Salvador y Colombia no son tantos como para hacerle más agradable la pachanga hemisférica. Es decir, de la reunión de Mar del Plata saldrá un mar de nada.

Lo que pasa es que Bush llega muy golpeado a Argentina. El 55 por ciento de los norteamericanos, según la última encuesta USA Today/CNN/Gallup, está en desacuerdo con su forma de gobernar. Detengámonos un momento para repensar esto. El mismo presidente que logró la reelección en el 2004 ya perdió el apoyo de miles que votaron por él y más de la mitad del país se le opone.

¿Por qué? Porque la guerra en Irak no tiene pies ni cabeza, porque nominó a una amiga (Harriet Miers) –y no a la persona más competente- para la corte suprema de justicia y esto obligó a que luego ella retirara su candidatura, porque estaba de vacaciones cuando el huracán Katrina destruía partes de Luisiana, Alabama y Mississippi, porque la lentitud gubernamental tras el paso de Wilma en la Florida es pasmosa y repite los errores vistos en la zona del golfo, porque es poco efectivo en el congreso dominado por su propio partido, y porque alguien dentro de su gobierno dio a conocer el nombre de una agente secreta de la CIA (Valerie Plame) para vengarse de su esposo, el embajador Joseph Wilson, un tardío pero efectivo crítico de la guerra iraquí.

Hoy, dos años y medio después del inicio de los primeros bombardeos en Irak, todavía no sabemos exactamente por qué Estados Unidos está luchando ahí. No hay armas de destrucción masiva en Irak, ni material nuclear para fabricar bombas, ni existe ninguna vinculación entre Saddam Hussein y los actos terroristas del 9/11. Tan fácil que hubiera sido permitirle a los inspectores de Naciones Unidas terminar su labor en Irak.

Mientras, Bush y su círculo más cercano hacen malabares retóricos para tratar de justificar la muerte de más de 2,000 soldados norteamericanos en una guerra que, para muchos, no tiene sentido. Por eso crecen las protestas antibélicas y por eso es frecuente escuchar que la guerra en Irak se inició por petróleo, para promover la reelección de Bush o por una venganza personal para deshacerse del tirano que alguna vez trato de matar en Kuwait al padre del actual presidente. Ante la falta de una razón convincente, cualquier especulación llena el vacío.

Pero incluso hoy pocos saben a ciencia cierta qué hace Estados Unidos en Irak. De ahí surge la fuerza moral de Cindy Shehan –la madre de un soldado norteamericano de 25 años que murió en combate- cuando se plantó frente al rancho de Bush en Texas para preguntarle, simple y llanamente ¿por qué murió mi hijo en Irak? El presidente se rehusó a reunirse con ella a solas y a responder su pregunta.

Y lejos de hacer de este un mundo más seguro, la invasión a Irak ha multiplicado a los pequeños Osamas que buscan la destrucción de Estados Unidos. Tras los bombazos en Bali, Madrid y Londres resulta claro que no se está ganando la guerra contra el terrorismo, el pilar de la presidencia de Bush.

Conclusión: Bush, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, se está quedado solito y no lo puede ocultar. Fíjense como el presidente norteamericano ha perdido su característico buen humor, ha dejado de sonreír en público y cuando lo intenta lo único que le sale es una extraña mueca con la boca. Solo y en una mala racha, ni siquiera el casi primaveral sol argentino será suficiente para calentarlo.

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