Lo mejor de la reunión entre los presidentes George W. Bush y Vicente Fox (con el primer ministro canadiense de testigo) es que se planeó en Cancún; un lugar que necesita, literalmente, toda la ayuda del mundo para recuperar el turismo luego de la destrucción causada por un huracán. Lo peor de la reunión es que no sirve para mucho. Es como dos vecinos que se topan en un bar y, antes de despedirse, dicen: la última y nos vamos.
De hecho es la última reunión entre ambos líderes antes de las elecciones presidenciales de México el 2 de julio. Luego de ese día Fox se convertirá en políticamente irrelevante. Mientras, Bush seguirá peleando su guerra en Irak, sin darse cuenta que la parte del hemisferio al sur de su frontera se está yendo a la izquierda y se vuelve cada vez más antinorteamericana.
Nada cambia en las relaciones entre México y Estados Unidos por la reunión de Cancún. Solo se reúnen para decirse bye bye.
La relación entre Bush y Fox tiene que medirse por los resultados, no por las buenas intenciones. Bush y Fox, como en un matrimonio aburrido, comenzaron como supuestos grandes amigos y terminaron sin pelarse. No hubo amor del bueno. Se prometieron mucho en un principio y al final nadie cumplió su parte.
El tema central de la relación entre Bush y Fox siempre fue el de la inmigración. Su éxito o fracaso se mediría en tanto México y Estados Unidos pudieran negociar un acuerdo migratorio que legalizara la presencia de los indocumentados y estableciera un mecanismo, seguro y efectivo, para la llegada de nuevos inmigrantes. No pudieron.
Ese acuerdo ni siquiera se negoció. ¿Dónde están los negociadores? ¿Cuándo y donde se reunieron? ¿Dónde están los borradores del acuerdo? Independientemente de lo que haga el senado norteamericano en los próximos días, Bush y Fox no pudieron resolver en cinco años el problema que más les preocupaba. Fracasaron.
Es cierto que los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001 cambiaron la agenda de Estados Unidos. Los dos ojos de Bush se centraron en Osama y en Saddam y no tuvo un tercer ojo para ver a Vicente. Pero México no logró convencer a Estados Unidos de que el tema migratorio iba de la mano en su lucha contra el terrorismo.
Fox tampoco entendió a tiempo que las leyes en Estados Unidos se cambian en el congreso, visitando a todos y cada uno de los legisladores, y gastando muchos dólares en las mejores empresas de cabildeo y relaciones públicas. La voz de Fox muy pocas veces se oyó en Estados Unidos.
Durante los últimos cinco años, cada vez que oía a alguien criticar a los inmigrantes mexicanos en la televisión o en los periódicos en inglés, faltaba la contraparte, faltaba un vocero del gobierno de México que respondiera. ¿Dónde están todos esos mexicanos que estudiaron en universidades en el extranjero y que trabajan para el gobierno? ¿Por qué no los dejan hablar?
México necesita un ejército de voceros en Estados Unidos. Y no existe. Por eso ha avanzado más la idea de construir un muro entre México y Estados Unidos que la de armar un puente para que crucen los inmigrantes.
La primera vez que George y Vicente se reunieron como presidentes fue en el rancho de Fox en San Cristobal, Guanajuato. El viernes 16 de febrero del 2001 comieron en un patio al aire libre y luego los vi, sin prisas, fumarse un puro.
Yo estaba con un equipo de televisión en la sala del rancho, viendo hacia fuera, y me llamó mucho la atención lo bien que parecían llevarse. Bromeaban, se daban palmaditas en la espalda. Los dos iban de botas. Los dos habían desaparecido las corbatas. Los dos querían ayudar a los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos. Los dos parecían entender el problema. Esa imagen era, sin duda, la mejor esperanza para los indocumentados.
Pero me debí dar cuenta de las nubes en el cielo. Ese mismo día, antes de la comida, Bush había ordenado un bombardeo aéreo contra Irak. Esto ocurría 25 meses antes del principio de la guerra en Irak. Eran las bombas de Bush y no sus risas con Fox las que decían más, mucho más.
Creo que Fox tampoco lo comprendió en ese momento. Todos nos fuimos con la finta. Mientras Bush decía que su prioridad sería América Latina, las bombas ya estaban sonando en Irak. Ahora entiendo que esa tarde la mente de Bush estaba lejos, muy lejos, a miles de millas de distancia del rancho de Fox en Guanajuato.
En una entrevista, ese mismo día, Bush me dijo que si sorprendía a Saddam Hussein “construyendo armas de destrucción masiva, y si amenaza la seguridad de la región, actuaremos con mucha fuerza.” Era el preludio de la guerra y no nos dimos cuenta. Fox tampoco.
Todo parece indicar, entonces, que la relación entre Bush y Fox no fue tan buena ni tan transparente como creímos en un principio. De hecho, comenzó con ambigüedades y terminó sin el premio mayor. Eso explica mucho mejor el fracaso de México y Estados Unidos en el tema migratorio.
Sí, es la última y se van. A ver si los que siguen prometen menos y hacen más.