Coral Gables, Florida
Nadia estaba cumpliendo 40 años y su esposo, Nahim, le había preparado una fiesta sorpresa en el mejor restaurante árabe de la ciudad. (He cambiado los nombres de la festejada y de su esposo para evitarles problemas.) Llegamos al filo de las ocho y media de la noche y poco después apareció Nadia, medio sorprendida de encontrar a casi todos sus familiares y a un buen número de amigos. La mayoría de los invitados eran ciudadanos norteamericanos de origen árabe; unos de Líbano, otros de Siria y algunos más eran palestinos. Yo era el único latinoamericano presente.
El ambiente era divertidísimo: la mesa estaba llena de platos típicos -hummus, cordero, pan pita con aceite de oliva, ensalada de queso blanco con tomate…- la música sonaba muy fuerte y de vez en cuando salía a mover el estómago una bailarina vestida de sedas semitransparentes. Era difícil conversar en medio de las risas y los aplausos. Sin embargo, era inevitable hablar de política.
Mientras me ofrecían una bebida blanca de anís con vodka, discutíamos el reciente ataque, por parte de soldados israelíes, al lugar donde vive y trabaja en Ramallah el líder palestino, Yaser Arafat; era una represalia por el criminal e injustificado asalto a dos autobuses en Israel. “El odio es tan grande entre judíos y palestinos”, me decía en tono pesimista uno de los invitados, mientras le daba un trago amargo a mi vaso, “que nunca se va a lograr la paz, nunca habrá un estado Palestino e Israel nunca vivirá con tranquilidad”.
Esos tres “nuncas” son debatibles. Pero antes de abrir la boca, la conversación había saltado por encima del pollo (con una exquisita salsa de ajo) a otro tema. “Debes de hacer un esfuerzo por ver las transmisiones de Al-Jazeera”, me dijo Nahim, refiriéndose a la estación de televisión creada en 1996, basada en Qatar y que transmite 24 horas al día a todo el mundo árabe. “Nadie en Estados Unidos, ni CNN, tiene el acceso y la credibilidad en el medio oriente como Al-Jazeera, Sí, es cierto, a veces exageran o mienten. Hace poco ví un programa en que tontamente le echaban la culpa al FBI por los ataques del 11 de septiembre. Pero, en general, informan mucho mejor de lo que ocurre en esa parte del mundo”. El tema de Al-Jazeera duró lo que una solitaria aceituna negra en un plato.
Oscar, sentado a mi lado, me explicaba con infinita paciencia cada cosa que me metía en la boca y, mientras masticaba, resaltaba lo ilógico que resulta el sospechar de todos los árabes que viven en Estados Unidos por los actos terroristas cometidos el 11 de septiembre del 2001 por un grupo de 19 extremistas musulmanes. “Es tan absurdo”, apuntó Oscar, “como lo sería el perseguir a jovenes blancos anglosajones después que Timothy Mc Veigh mató a 168 personas en el edificio federal de Oklahoma City (el 19 de abril de 1995)”.
Pasaron unas dos horas, en que brincamos de chismes y conversaciones muy ligeras a asuntos mucho más sesudos, cuando de pronto me quedé congelado. Durante la amena plática, casi todos los asistentes a la cena de cumpleaños de Nadia habíamos repetido un montón de veces las palabras “terrorismo” o “terroristas”. Y ahí, de momento, recordé que hacía muy poco tres estudiantes de medicina de origen árabe habían sido detenidos e investigados en la Florida por comentarios similares.
¿Nos estará alguien oyendo? me pregunté. ¿Hay espías en este restaurante? ¿Se puede discutir abiertamente de política con un grupo de árabes en Estados Unidos sin correr el riesgo de terminar en la cárcel?
Fue surrealista lo que le ocurrió a esos estudiantes. Una enfermera blanca, anglosajona, Eunice Stone, creyó escuchar que tres muchachos norteamericanos de origen árabe, y sentados en la mesa de al lado, estaban discutiendo planes terroristas en un restaurante Shoney’s en Georgia. Aparentemente oyó mal, muy mal, y con esa información le llamó a la policía. Mientras los estudiantes manejaban hacia Miami, un ejército de agentes policiales los detuvo e interrogó como si se tratara de sospechosos de terrorismo. La televisión cubrió el incidente en vivo y por horas. Al final, nada se pudo probar. Pero, tras su breve detención, los tres estudiantes perdieron la posiblidad de realizar un internado en un hospital de Miami. Me pregunto si la reacción de la policía habría sido la misma si los tres jóvenes árabes hubieran acusado a la mujer anglosajona de planear actos terroristas.
El solo pensar que esa noche podría haber estado cenando rodeado de aprendices de espías, dispuestos a informar y quizás malinterpretar nuestras palabras, me dieron agruras. “Ya nada es igual despues del 11 de septiembre”, me fui pensando después de la cena y mientras me sobaba la panza. “Ya nada es igual”.