Todo este nuevo debate sobre los increíbles avances de la biogenética y la ciencia se ha dado gracias a Supermán. Hablaremos del “hombre de acero” que se rompió el cuello más adelante. Pero por principio hay que decir que la clonación y la experimentación con embriones humanos es lo más emocionante que ha ocurrido en el mundo desde que la internet cambió hace cinco años la manera en que nos comunicamos.
Independientemente de las cuestiones éticas, los científicos están muy cerca de poder replicar a los seres humanos tal y como se ha hecho con ovejas. La clonación ha dejado de ser un asunto de ciencia ficción para convertirse en una posibilidad real. ¿Se imagina usted que los doctores podrían crear un ser humano idéntico a usted a partir de una célula de su piel o de una gota de sangre? Es, realmente, para poner los pelos de punta.
Hace unos días, bajo los auspicios de la prestigiosa Academia de Ciencias en Washington, tres científicos -Brigitte Boisselier, Panayiotis Zavos y Severino Antinori- anunciaron su intención de crear clones humanos. La clonación de seres humanas “se hará”, dijo en tono desafiante la doctora Bisselier, quien forma parte de una secta religiosa en Bahamas conocida como los Raelians. Sus colegas en el panel coincidieron en que la clonación humana sí es posible.
El proceso de clonación humana no podrá realizarse en Estados Unidos donde el congreso prohibió ese tipo de experimentación. Pero sí podría realizarse en otros países donde no hay limitaciones legales y donde las preocupaciones médicas y éticas
-deformaciones físicas y geneticas, enfermedades desconocidas y hasta la muerte prematura de los clones- no se toman tan en serio. Es decir, aún sin la bendición y los dólares de Estados Unidos, hay varios científicos no tan chiflados dispuestos a clonar personas.
El asunto de los embriones es igual de complicado que el de la clonación, desde el punto de vista de la bioética, pero su experimentación abre la posibilidad de curar enfermedades que van desde el Alzheimer y el Parkinson hasta el cáncer y la diabetes. Las posibilidades son ilimitadas.
Esta es la clase de biología. Las células que surgen del embrión y que se forman unos cinco días después de que un espermatozoide fecunda el óvulo -son entre 150 y 250 células embrionarias reunidas en un blastocito- aparentemente pueden reproducirse como tejido de cualquier órgano del cuerpo. Por eso las llaman células pluripotenciales.
Así, estas células embrionarias o células “madre” podrían regenerar nervios dañados de los paralíticos o neuronas de pacientes de Alzheimer y Parkinson, crear músculos cardíacos destruídos de quienes sufrieron un ataque el corazón, reemplazar celulas cancerosas, ayudar en la producción natural de insulina para los diabéticos y hasta ayudar a formar una nueva piel en quienes sufrieron de fuertes quemaduras. Suena, lo sé, como una cura mágica. ¿Quién puede oponerse a que millones de personas enfermas o accidentadas tengan una segunda oportunidad en la vida gracias a la experimentación con células embrionarias? Bueno, hay mucha gente que se opone.
El problema ético de experimentar con embriones es que muchas personas
-incluyendo al Papa Juan Pablo II y a los miembros de la Conferencia Nacional de Obispos Católicos en Estados Unidos- consideran que la vida se inicia en la concepción, o sea, en el preciso momento en que el embrión se forma tras la fecundación del óvulo. Y por eso consideran que experimentar con embriones (algunos de los cuales inevitablemente van a perecer o a ser desechados) es equivalente a un asesinato o a abortar. Sin embargo, aunque no le guste a la iglesia católica, muchos científicos no creen que esas células embrionarias son una persona. Esas células, para ellos, son consideradas una “pre-persona” incapaz de sobrevivir sin la protección de un útero femenino.
Como quiera que sea, ya existen en dos laboratorios privados -uno en Virgina y otro en Massachusetts- suficientes células embrionarias para experimentar. Y los científicos que realicen experimentos médicos con esas células “madres” que ya existen sí podrán recibir más de 200 millones de dólares en ayuda gubernamental cada año (de acuerdo con la reciente decisión del presidente George W. Bush). Eso es un superbilletote.
Bush tomó la salomónica decisión de no dar dinero del gobierno estadounidense para crear y experimentar con nuevos embriones -eso violaría su convicción personal de que la vida comienza en la concepción. Pero sí decidió financiar la experimentación con las celulas embrionarias que ya existen en por lo menos dos laboratorios de Estados Unidos. Y al permitirlo, Bush le dió esperanzas a gente como Christopher Reeve.
Reeve, quien actuó como protagonista en la película Superman, está paralizado del cuello para abajo tras un trágico accidente a caballo. El ex Superman vive, literalmente, en una silla de ruedas y con la ayuda de un respirador. Pero gracias a él, que no ha parado de expresar públicamente su deseo de volver a caminar alguna vez en la vida, los científicos han logrado que los políticos les hagan caso y apoyen económicamente sus costosos experimentos. El caso de Superman, no hay duda, fue clave para que Bush cambiara su instransigente postura durante la campaña presidencial y apoyara, ahora como presidente, los polémicos experimentos con embriones.
El futuro -tanto respecto a la clonación como en torno a la experimentación embrionaria- está encerrado, por el momento, en los tubos de ensayo. Pero debido a Superman hoy hay millones de personas enfermas que ven un rayito de esperanza (y la posibilidad de rehacer vida) en el fondo de esos tubos.