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COMO DECIRLE “NO” A BUSH

Washington D.C.

Los dos congresistas hispanos con los que platiqué estaban muy preocupados. Son del partido Demócrata pero prefiero no identificarlos para no quemarlos. No sabían cómo decirle “no” al presidente George W. Bush y a sus planes de atacar a Irak. Y si se enfrentan públicamente con Bush podrían perder su trabajo. “Es muy difícil en estos momentos mantener el balance”, me dijo uno de ellos.

Los 435 congresistas y 100 senadores están muy presionados por la Casa Blanca para apoyar, sin reservas, un ataque norteamericano contra Saddam Hussein. Y la verdad es que muchos congresistas todavía no están convencidos que hacerle la guerra a Irak sea la mejor opción. Sin embargo, si no apoyan al presidente, sus contrincantes políticos pudieran acusarlos de ser poco patriotas y correrían el riesgo perder sus puestos en las próximas elecciones congresionales del cinco de noviembre. ¿Cómo le decimos “no” a Bush? se preguntaba atormentado el otro congresistas. ¿Cómo?

Las dudas de estos -y otros congresistas- son legítimas. Por principio, nadie con un poquito de credibilidad ha podido vincular a Saddam Hussein con los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001. Los 19 terroristas eran de Arabia Saudita, Yemen, Afganistán y Pakistán; no de Irak. Al mismo tiempo, todavía no hay fotografías o pruebas contundentes que demuestren que, efectivamente, Irak está tratando de construir bombas nucleares. Saddam Hussein no es un angelito. Eso lo sabemos todos. ¿Pero acaso la guerra es la única opción?

Una alternativa con la que empiezan a jugar varios congresistas es la de “inspecciones coercitivas”. Eso lo que significa es que los inspectores de Naciones Unidas estarían apoyados por un sólido equipo de militares internacionales para protegerlos y darles acceso a cualquier parte de Irak. Además, las familias de algunos de los informantes iraquíes y empleados de las fábricas de armamento serían sacadas del país como precaución. En el pasado, Saddam Hussein ha filmado las violaciones a la esposa e hijos de informantes iraquíes y luego les ha enviado los video a quienes dieron pistas o datos importantes a los inspectores de la ONU. Estas “inspecciones coercitivas” tienen la ventaja de evitar que una guerra se extendiera a todo el medio oriente aunque, desde luego, tienen el inconveniente de que Saddam Hussein ya ha tenido mucho tiempo para esconder hasta a su abuelita.

Al final de cuentas, por el enorme temor que hay entre muchos congresistas de decirle “no” a Bush y sonar antiamericanos, es muy probable que el presidente estadounidense se salga con la suya. Todo esto surge, por supuesto, como una

reacción a los actos terroristas del 9/11. Bush no puede darse el lujo político de que su gobierno, otra vez, sea sorprendido como ese martes de sol, aviones, torres y muerte.

Tan preocupado está Bush que ha cambiado radicalmente la política exterior norteamericana para establecer una nueva doctrina militar basada en “ataques preventivos” contra enemigos norteamericanos. O sea, atacar antes de ser atacado. Pero sería muy ingenuo pensar que esto se hace, exclusivamente, por cuestiones de seguridad nacional.

Todo es política. Y la declarada guerra con el terrorismo y la posible intervención militar contra Irak también tienen su ingrediente político. A Bush y al partido Republicano le interesa solidificar su mayoría en la Cámara de Representantes y recuperarla en el Senado. No hay nada, absolutamente nada, que genere más votos que una guerra. ¿Qué político va a atreverse a cuestionar públicamente al presidente -al Comandante en Jefe del Ejército- una vez que empiecen a movilizarse tropas estadounidenses hacia Irak? ¿Quién?

La explotación del patriotismo es tan peligrosa en Irak como en Estados Unidos. Cuando se aprietan los quisquillosos botones del nacionalismo se corre el riesgo de tomar decisiones apresuradas, poco racionales e inmaduras. Eso es lo que algunos congresistas y líderes de opinión me han dicho en privado. Pero a la hora de la verdad, esas preocupaciones expresadas off the record casi nunca salen al aire.

Al despedirme de los dos congresistas latinos con quienes conversé, sentí que les remordía la conciencia la posibilidad de votar a favor de un ataque militar contra Irak antes de agotar otras opciones. Pero me quedé con la impresión de que, cuando llegara el momento de aprobar una declaración de guerra en el Congreso, no se atreverían a decirle “no” a Bush. O al menos, no en público.

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