Ocurre, inevitablemente, cada cuatro años. Y siempre en año electoral. Los candidatos presidenciales y principales líderes políticos de Estados Unidos vuelven a interesarse por los latinos después de un largo período de olvido casi total. ¿Por qué? Porque ellos saben que entre esos latinos pudieran esconderse los votantes que decidan las elecciones presidenciales del próximo 2 de noviembre.
Le llamo el síndrome de Cristobal Colón. Cada cuatro años los partidos políticos y los medios de comunicación en inglés en Estados Unidos nos redescubren a los hispanos. Nos tratan, muchas veces, como si no hubiéramos existido antes o como fuéramos unos recién llegados. Muchos no saben que la mayoría de los latinos nacieron en Estados Unidos (56%) y que nuestras ancestros vivieron aquí incluso antes que este país fuera fundado.
Los hispanos estamos cambiando la cara, la cultura, la política y la economía de la nación más poderosa del planeta. Somos el 42 por ciento de la población en Nuevo Mexico, el 33 % en California, el 32 % en Texas, el 25% en Arizona, el 16% en la Florida, el 15% en Nueva York y el 12 % en Illinois. Los latinos podemos decidir la próxima elección presidencial. Somos el swing vote. Quien se lleve nuestro voto podría llevarse, también, la Casa Blanca.
Los intentos para enamorar a los latinos son innumerables y toman todas las formas posibles. La forma más obvia y trillada para tratar de enamorar a los votantes latinos es hablándoles en español. Ahí está, por ejemplo, el gobernador Howard Dean repitiendo hasta el cansancio la ya famosa frase de fallecido líder campesino, Cesar Chavez: “Sí se puede, sí se puede, sí se puede…” El general Wesley Clark tiene un español pasable. Puede pronunciar algunas frases completas. Pero el arma secreta del general es su nieto llamado Wesley Pablo Oviedo Clark. Su único hijo está casado con una colombiana. Y John Kerry no habla español pero su esposa, Teresa Heinz, sí. Ella, una multimillonaria de origen portugués que domina cinco idiomas, podría ser su vínculo con la comunidad latina. Kerry cuenta también con el apoyo del exsecretario de vivienda, Henry Cisneros, todavía, uno de los latinos más influyentes del país.
John Edwards, Joe Lieberman y Al Sharpton no hablan castellano. Dennis Kucinich sí, un poquito, pero va tan atrás en las encuestas que ni aunque escribiera como García Márquez pudiera tener algún impacto.
Del lado republicano tenemos al presidente George W. Bush. Sus críticos dicen que él es “el maestro de siete palabras en español.” Para ser justos, yo lo he entrevistado tres veces y me consta que conoce más de siete palabras en español. La última vez que lo entrevisté (en el 2001) Bush usó el español en 14 de sus respuestas. Para obtener el voto latino, el presidente Bush también tiene como apoyo a su hermano, Jeb Bush, el gobernador de la Florida, a la esposa de Jeb, Columba Bush, nacida en México, y al hijo de ambos, el carismático George P. Bush. Pero tanto Bush como los precandidatos demócratas a la presidencia saben que en este año electoral hablar unas palabritas en español no será suficiente.
Los votantes hispanos se han sofisticado mucho en los últimos años y ahora exigen que los candidatos traten de resolver sus conflictos más graves. Los hispanos, por ejemplo, tienen un serio problema de deserción escolar entre sus jóvenes, sufren con mayor crudeza el desempleo en el país, no tienen acceso a los servicios de salud como el resto de los norteamericanos, son todavía objeto de discriminación y millones de ellos corren el peligro de ser deportados. Todos los precandidatos demócratas han hecho propuestas sobre estos temas fundamentales para los hispanos.
Bush, para enamorar a ese voto latino, hizo una propuesta para legalizar temporalmente a millones de indocumentados. Pero casi la mitad (45%) de todos los hispanos -según una encuesta hecha por Sergio Bendixen para la organización New California Media- la rechaza porque no le permitiría a los inmigrantes convertirse en residentes legales y luego en ciudadanos. Además, el 63 por ciento considera que a Bush le interesa más ganar el voto latino que resolver el problema de los indocumentados.
Para contrarrestar las ideas de Bush, los miembros de la Comisión Hispana del Congreso (Hispanic Caucus) hicieron una propuesta migratoria que incluye la reunificación familiar, la legalización permanente, la protección en la frontera y la ayuda a estudiantes indocumentados. Un 85 por ciento de los hispanos apoyan esta propuesta de los miembros latinos y demócratas del congreso Como lo demuestra el tema migratorio, ambos partidos se están peleando, literalmente, por el voto hispano.
Señor candidato ¿quiere ganar el voto latino? Muy bien. Aquí tiene un consejo gratis. Está bien, si lo desea, tirar al aire unas palabritas en español. Eso, al menos, denota interés. Pero para enamorar a los votantes hispanos primero hay que entender “la experiencia latina” –saber de dónde venimos, cómo nos comunicamos, qué nos gusta, qué nos hace sufrir, cuánto aportamos a la economía, cómo estamos ligados a América Latina, cómo peleamos en las guerras de este país y por qué somos una parte importante de Estados Unidos- y luego proponer soluciones concretas a problemas específicos. Para enamorarnos ya no basta que nos lleven mariachis, que nos inviten unos taquitos y que se pongan a gritar: “Viva México, viva Puerto Rico, viva Cuba libre.”
Posdata sin armas. David Kay, quien renunciara a su puesto como jefe de inspección de armas en Irak, le confirmó a una comisión del congreso norteamericano lo que muchos sospechaban. “Todos nos equivocamos”, dijo Kay. Irak –reportó Kay- no tenía armas de destrucción masiva antes de la guerra y, por lo tanto, no era una amenaza inminente para Estados Unidos. Así, desmentía las razones por las que supuestamente se inició la guerra. “Esto debe ser un escándalo allá en Estados Unidos”, me dijo por teléfono una amiga periodista mexicana. “No”, le contesté, “lo sorprendente es que aquí no ha pasado nada.” Es verdad. Hasta el momento no ha habido ni una disculpa por parte del gobierno del presidente Bush ni una nueva explicación que justifique la pérdida de los 520 soldados norteamericanos que hasta el momento han muerto en Irak. ¿Ahí quedará todo?