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COMO MATAR A UN INMIGRANTE Y NO IR A LA CARCEL

En la madrugada del cuatro de febrero de 1999, el inmigrante africano (de Guinea) Amadou Diallo fue detenido por cuatro policías, vestidos de civiles, en el vestíbulo del edificio de apartamentos donde vivía en la zona del Bronx, en Nueva York.

Diallo era un vendedor ambulante de 22 años y que, según su familia, trabajaba 12 horas al día casi toda la semana. Nunca había tenido problemas con la justicia. Cuando lo detuvo la policía él estaba desarmado, como siempre, y trató de sacar su cartera del bolsillo de atrás de su pantalón. Seguramente se quería identificar. Eran las 12;40 de la mañana. No había nadie mas en el vestíbulo.

Los cuatro agentes dicen que se sintieron amenazados por el movimiento del inmigrante africano y pensaron que, quizás, Diallo quería sacar una pistola. En ese momento le dispararon 41 veces. 19 dísparos dieron en el cuerpo de Diallo.

Murió instantaneamente.

¿Podría haber ocurrido esto en uno de los elegantes edificios frente al parque Central de Nueva York? ¿Estos cuatro policías le hubieran disparado de la misma manera a un hombre blanco y de pelo rubio? Lo mas probable es que no.

¿Qué tenía que haber hecho Amadou para que no lo mataran? ¿Cantar el himno nacional en voz alta? ¿Rezar un rosario? ¿Pararse de cabeza? No lo sé. Porque Amadou hizo lo que cualquier persona inocente debe hacer cuando lo detiene la policía; intentar identificarse.

Con la muerte de Amadou queda claro que por el racismo –bien clavado en la mente de muchos norteamericanos- todos los africanos en Estados Unidos están en peligro. Y que todos los inmigrantes estamos en peligro. Y que todos los que hablamos el inglés con acento estamos en peligro. Y que todos los que no vivimos en el area correcta estamos en peligro. Y que todos los que no nos parecemos al falso estereotipo del estadounidense estamos en peligro.

El exsenador y precandidato presidencial Bill Bradley tenía mucha razón cuando dijo, comentando sobre este caso, que “cuando los estereotipos raciales están tan marcados en las mentes de algunas personas, la cartera en la mano de un hombre blanco se ve como una cartera, pero la cartera en la mano de un hombre negro se ve como una pistola.”

Los cuatro policías que, irónicamente, formaban parte de una unidad anticrimen creyeron ver en Amadou a un violador o a un ladrón o al miembro de un gang. Sólo por su color de piel. Sólo porque vivía en el Bronx. Sólo porque sus movimientos en el mismo edificio donde vivía les parecieron sospechosos. Y sólo por eso lo mataron. Ni a un perro se le dan 41 disparos. Pero para los cuatro agentes de la policía de Nueva York, la vida de Amadou nunca tuvo mucho valor.

La policía de Nueva York –y de muchos otros lugares de los Estados Unidos- detiene con mucha mas frecuencia a negros e hispanos que a blancos. El procurador general de estado de Nueva York, Eliot Spitzer, dio a conocer un estudio en diciembre de 1999 que corroboraba lo anterior; por cada 100 blancos que fueron detenidos por la policía (para cuestionarlos), se detuvieron a 123 negros y a 139 hispanos. Es decir, independientemente de que hay muchos mas blancos que grupos minoritarios en Nueva York, negros y latinos son vistos como criminales y detenidos con mas frecuencia por la policia, sólo por su aspecto físico.

Tras la muerte de Diallo, lo mas lógico era que un jurado imparcial encontrara a los cuatro policías culpables, al menos, de homicidio involuntario y de abuso de fuerza. Pero después de una serie de maniobras legales –incluyendo que el juicio fue trasladado de la ciudad e Nueva York a Albany, la capital neoyorquina- un jurado de ocho personas blancas y cuatro negras determinó el pasado viernes 25 de febrero del 2000 que los cuatro agentes no eran culpables de nada. De absolutamente nada.

Al enterarse del fallo, el padre de Amadou, Saikou Diallo, dijo que el veredicto para él había sido como un segundo crimen. Así quedaron en libertad los policías Sean Carroll, Keneth Boss, Richard Murphy y Sean Carroll. Pongo sus nombres porque nunca deben de olvidarse. Estos policías son los que tuvieron la poca vergüenza de culpar, públicamente, a Amadou de su propia muerte. Nunca se debió haber movido, dicen, ni buscar algo en su pantalón.

Estos policias –que ahora aseguran que todo fue un accidente- le dispararon 41 balazos a un inmigrante desarmado e inocente cuyo único pecado era ser pobre, negro y vivir en el Bronx. Y los cuatro policías quedaron en libertad sin ningún cargo en su contra.

Ellos nos han enseñado cómo se puede matar a un inmigrante y no ir a la cárcel. Muchos –policías y no policías- han aprendido bien la lección. Amadou, me temo, no será el último inmigrante inocente en morir a manos de la policía o por motivos racistas en los Estados Unidos.

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