Estados Unidos es un país que padece de esquizofrenia migratoria. Me explico. Al mismo tiempo en que se ha iniciado la construcción de un muro de 700 millas para evitar la entrada de indocumentados, se discuten en el congreso varias propuestas para legalizar a los 12 millones de ellos que ya están aquí.
Por fin ¿los inmigrantes son bienvenidos o rechazados? ¿Que parte predomina en Estados Unidos: la que discrimina a los inmigrantes o la que, por el contrario, le abre las puertas y le ayuda a superarse a los recién llegados?
Mucho bla, bla, bla. Pero, a la hora de la hora, ya comenzaron a poner unos nuevos barrotes entre los estados de Arizona y Sonora, y han pedido mil millones de dólares más para continuar su construcción. En eso no hay demora.
Sin embargo, las buenas noticias pueden venir después.
Existe una pequeñísima ventana de oportunidad para que el congreso norteamericano, controlado por el partido Demócrata, le envíe al presidente George W. Bush una propuesta de reforma migratoria que él se atreva a firmar. Este parece ser el único tema en que realmente conciden los demócratas y Bush. (En todo lo demás, desde la guerra en Irak hasta el calentamiento de la tierra, nomás no se entienden.)
Pero si Bush y los demócratas no se ponen de acuerdo pronto en los complicados detalles para legalizar a los que ya están aquí y para regular la entrada del medio millón que entra ilegalmente cada año, nada va a pasar. Todo tiene que negociarse antes de fin de año.
Este 2007 es el año de la oportunidad migratoria. No hay elecciones y, además, Bush ya no se tiene que preocupar por reelegirse. Emilio González, el director del Servicio de Inmigración y Ciudadanía me dijo en una entrevista que él cree que sí puede haber una reforma migratoria este mismo año. Tendría que ser, sugirió, antes de agosto.
Pero si el asunto se estira hasta el 2008, se esfuma. La campaña por la presidencia se lo va a comer todo el próximo año y ningún candidato se la va a jugar apoyando a indocumentados que ni siquiera votan.
Espero, al menos, que el actual congreso norteamericano apruebe una reforma migratoria por miedo. Sí, por miedo.
Les cuento. En el 2004, Bush y los republicanos obtuvieron el 44 por ciento del voto hispano. Pero en las elecciones congresionales solo obtuvieron el 29 por ciento del voto latino debido a la amplica percepción de que eran antiinmigrantes. Si los votantes latinos, que cada vez son más, perciben que el partido Republicano boicoteó de nuevo la legalización de indocumentados, van a votar contra ellos en el 2008.
De igual manera, si los electores hispanos no ven que el partido Demócrata hizo una verdadero esfuerzo por reformar las leyes migratorias, les van a pasar la cuenta en las elecciones del próximo año.
Casi todos los votantes hispanos fueron inmigrantes o conocen a inmigrantes. Por eso quieren un cambio. Y no exagero al decir que, en una elección muy cerrada, los hispanos podrían escoger al próximo presidente norteamericano. Por eso demócratas y republicanos dicen “hola amigo”, toman clases de español y oyen a Shakira.
El presidente de México, Felipe Calderón, puede hacer mucho para impulsar la legalización de los millones de mexicanos indocumentados. Pero mi sugerencia es que no lo haga como Vicente Fox. A grito limpio y con puntazos de bota no se logra nada.
La manera de convencer a los congresistas norteamericanos es suavecito. Visitando a todos y cada uno de los 435 representantes y 100 senadores. A todos. Y haciendo, detrás de bambalinas, la labor de lobbying que no hizo Fox.
Es caro. Hay que contratar a las mejores firmas de relaciones públicas y poner a mucha gente a chambear en las visitas a los congresistas. A Salinas de Gortari le funcionó en 1993 para que se aprobara el Tratado de Libre Comercio. A Calderón le puede funcionar, calladito, la misma estrategia. Pero tienen que empezar ya.
Es la única forma de tumbar el muro. Así es como se hacen las cosas en Estados Unidos. Es trabajo de hormiguita. No a caballo. Y si Calderón lo anuncia, pierde.
La política migratoria de Estados Unidos parece, en ocasiones, rara, incoherente e incomprensible. Pero la historia nos demuestra que los extranjeros aquí, casi siempre, somos bienvenidos.
A mí este país me ha tratado muy bien –al igual que a millones más- y por eso sigo teniendo esperanzas de que, a la larga, Estados Unidos haga lo correcto y legalice a los que tanto han hecho por su prosperidad económica y su diversidad cultural.
Es, quizás, wishful thinking y el optimismo, de todo inmigrante.