Lo veo y no lo creo. En los principales periódicos y programas noticiosos de radio y televisión en Estados Unidos se está discutiendo, abiertamente, cómo sería un ataque contra Irak, cuándo, con cuántos soldados y cuáles serían los principales objetivos militares. Esto puede interpretarse como una increíble muestra de ingenuidad por parte de los estadounidenses o una aterradora señal de arrogancia del gobierno norteamericano. Pero, sea lo que sea, es sorprendente que los planes para atacar a Irak se estén discutiendo tan públicamente.
Lo único que tienen que hacer los analistas militares en Irak es leer la prensa norteamericana, sintonizar CNN por satélite o entrar a la internet para enterarse de los planes de ataque. Y seguramente Saddam Hussein ya se está preparando ante lo que parece inevitable gracias a la generosidad informativa de sus enemigos norteamericanos.
Todo comenzó con un artículo del diario The New York Times el cinco de julio en que se detallaba cómo los militares norteamericanos pensaban desarmar el poderío de Saddam Hussein. La estrategia llamada “Bagdad Primero” es muy sencilla: bombardear los lugares donde podría esconderse el líder iraquí, acabar con las defensas antiaéreas que rodean a la capital, paralizar a la fuerza élite del ejército iraquí -los guardias republicanos- y, en la práctica, aislar a Bagdad del resto del país. De esta manera, decía una de las fuentes del periódico, no sería necesario enviar 250 mil soldados para invadir Irak. Sobra decir que el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, estaba fúrico por esta filtración a la prensa.
Pero las filtraciones siguieron. Se destacan, particularmente, los reportes sobre las grandes diferencias entre el deseo del gobierno del presidente George W. Bush de atacar y la reticencia dentro del Pentágono a hacerlo. Por eso el debate se hizo público; en lugar de pelearse con el presidente en privado los quejas de los militares se airearon en la prensa. Son las lecciones de Vietnam: los generales no quieren meterse en una guerra impopular. Y en estas andamos.
Acabo de revisar varias ediciones de los periódicos The Washington Post, USA Today, The Miami Herald y el Wall Street Journal y todos tienen amplios artículos sobre los planes de ataque a Irak. La cadena de radio NPR (National Public Radio) ya está analizando si el posible ataque pudiera provocar más actos terroristas de fundamentalistas musulmanes contra Estados Unidos. Los canales de cable -CNN, Fox News, MSNBC y compañía- se pelean por entrevistar a los mismos expertos militares que dicen las mismas cosas del mismo dictador. Y montones de páginas en la internet -igual que en una novela de García Marquez- dan por un hecho que el protagonista de esta historia -Saddam- se va a morir y ya le están buscando su reemplazo.
Ahora ¿por qué insiste tanto Bush en derrocar al dictador iraquí? Bush tiene a otro dictador a solo 90 millas de la Florida y a ese no lo ataca de la misma manera. No. A quien Bush le interesa es Saddam Hussein.
El argumento militar es obvio; se trata de evitar que Irak desarrolle materiales nucleares, que utilice contra sus vecinos armas químicas o biológicas, y que colabore con terroristas. Es terminar la guerra de 1991. Recuerdo perfectamente como, dentro de la ciudad de Kuwait, nos sorprendió a muchos la noticia que tras 100 horas de ataque terrestre el presidente Bush, padre, detenía la avanzada contra Irak. Es ahora su hijo quien intentará terminar lo que él dejó pendiente.
Económicamente, el argumento es más complicado. Si Irak se convierte con la salida de Hussein en un país aliado a Estados Unidos, los norteamericanos quedan en libertad de enfrentar a los extremistas en Arabia Saudita sin poner en riesgo sus suministros de petroleo del medio oriente. La mayoría de los secuestradores que participaron en los actos terroristas del 11 de septiembre eran sauditas, pero antes que Estados Unidos se pelée con Arabia Saudita necesita resolver el asunto del petroleo.
El argumento electoral es eminentemente populista. Como Bush no puede presumir de la triste situación económica del país ni de la ética de sus grandes corporaciones, no le queda más remedio que apuntalar su popularidad a bombazo limpio
-primero en Afganistán y luego, quizás, en Irak- antes de las elecciones congresionales de noviembre de este año y de las presidenciales del 2004. Si Bush logra reelegirse será por sus decisiones militares, no económicas. El grito de la campaña de reelección es: It’s the war, stupid.
Pero hay, detrás de todo, un argumento más íntimo. George W. Bush tiene un resentimiento personal contra Saddam Hussein debido a que el dictador iraquí trató de matar a su padre, el expresidente Bush, durante una visita a Kuwait. El odio es mutuo: un mosaico con la cara del expresidente Bush, cortesía de los artesanos de Saddam Hussein, adorna la entrada del principal hotel de Bagdad para que todos la pisen y escupan al entrar.
Sea cual sea la verdadera razón por la que Bush está considerando atacar y derrocar al dictador iraquí, lo que no tiene ningún sentido es que se le avise desde ahora a Saddam Hussein cómo piensan sacarlo del poder. Saddam es un genocida pero no es un bruto. Que mal se guardan los secretos en este país: estamos leyendo en los periódicos la crónica de una guerra anunciada.