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CRUCES EN EL DESIERTO

Suena a absoluta locura el tratar de cruzar la frontera entre México y Estados Unidos a través del desierto de Arizona en estos calurosos días cuando ahí se están registrando temperaturas de hasta 120 grados farenheit (49 grados centígrados). Pero miles de inmigrantes indocumentados lo están intentando. ¿El resultado? Cifras record de muertos en la frontera. Es el paso de la muerte.

Es fácil dar sermones a la distancia y pedirle a los inmigrantes mexicanos y centroamericanos que no traten de cruzar por el desierto y las montañas de Arizona, Texas, Nuevo México y California hasta que bajen las temperaturas en el mes de septiembre. Pero esta gente no puede esperar. Están desesperados, desempleados y desesperanzados. Y, al mismo tiempo, saben a través de familiares y amigos que aquí en Estados Unidos pueden ganar 10 veces más que en su país de origen.

Podemos discutir todo lo que quieran y proponer un sinfín de reformas migratorias. Sin embargo, la realidad es que miles están cruzando ilegalmente y cientos se están muriendo. De octubre del 2003 a septiembre del 2004 murieron 330 inmigrantes en la frontera entre México y Estados Unidos. Pero de octubre del 2004 a esta fecha el número de muertos ya había llegado a 342, de acuerdo con las cifras de la Patrulla Fronteriza (Border Patrol) de Estados Unidos.

El debate migratorio en el congreso norteamericano –con los mexicanos, tristemente, viéndolo a la distancia, sin ningún tipo de influencia e injerencia- no ha podido detener una sola muerte en la frontera. Solo en los primeros 15 días de julio murieron 77 personas, sobre todo en el estado de Arizona. Pronto nos enteraremos de lo que ocurrió durante las últimas dos semanas. Pero el pronóstico es negro.

¿Qué se puede hacer para evitar tantas muertes? A corto plazo, muy poco. Conozco personalmente el trabajo de varias organizaciones que se dedican a salvar a inmigrantes perdidos en el desierto. Grupos como Humane Borders en Arizona o Water Station en California cuentan sus logros en vidas humanas al colocar tanques de agua en los lugares más calurosos y peligrosos. Es una extraordinaria y generosa ayuda, pero aún insuficiente.

La organización No Más Muertes ha acampado en la calurosísima zona de Arivaca en el desierto de Arizona para hacerle honor a su nombre. “La mayoría de las personas, cuando las encuentran, están desorientadas, deshidratadas, no saben donde están”, dijo recientemente en un reportaje televisivo Hector Suárez, uno de los coordinadores. Pero tampoco ellos han logrado todo el éxito que deseaban. Su veintena de voluntarios han salvado a cientos de inmigrantes perdidos en el desierto en junio y julio. Sin embargo, el mapa donde registran a los indocumentados que encuentran muertos ya tiene 10 puntos rojos.

Podemos estar en desacuerdo en mil cosas respecto a una reforma migratoria. Podemos no coincidir en la necesidad de una amnistía. Podemos diferir sobre la urgencia de un acuerdo migratorio entre México y Estados Unidos. Pero creo que todos podemos coincidir en esto: no hay ninguna razón por la que cientos de inmigrantes estén muriendo en la frontera todos los años.

Hace poco me llegó a la oficina una caja bien cerrada y que sugería que llevaba dentro algo importante. Me costó trabajo abrirla. Al hacerlo, encontré una bolsa de plástico rodeada de material aislante para no lastimar el contenido. Y dentro de la bolsa había una muy sencilla cruz de madera blanca del tamaño de mi antebrazo. Los dos palos de la cruz, llenos de astillas, estaban unidos con dos clavos bien martillados. La pintura estaba ya desgastada por el sol y me la enviaron toda llena de tierra. Y en la parte central, la cruz decía: No Olvidado.

La carta que la acompañaba explicaba un poco más. Era una de las cruces que le ponen a los inmigrantes cuando los encuentran muertos en el desierto. La mayor parte de las veces no saben ni siquiera como se llaman. No llevan documentos de identificación, en caso de que los detengan los agentes de inmigración, y las inclemencias del tiempo –mucho calor de día y mucho frío de noche- descompone los cuerpos con tal rapidez que es imposible identificar las facciones faciales. Son muertos desconocidos. Alguien, en Aguascalientes, en Michoacán o en San Salvador solo dirá que su hermano o su novio o su esposo desapareció camino al norte y que hace mucho que no saben nada de él. El resto se lo tendrán que inventar.

La cruz que tengo –y que no puedo dejar de ver mientras escribo este artículo- representa a un ser humano, con nombre y apellido, con familia, con frustraciones y esperanzas, que perdió su batalla en el desierto. Uno de los voluntarios que patrullan la frontera la encontró tirada y me la envió. Suponía, con razón, que tendría que escribir al respecto.

Si cada congresista, si cada senador norteamericano, que tiene en sus manos la reforma migratoria en Estados Unidos, recibiera una de estas cruces, les aseguro que no podrían estar en paz al pensar que otro inmigrante más murió mientras ellos discuten qué hacer en la frontera. El escritor mexicano, Carlos Fuentes, decía que la frontera entre México y Estados Unidos es una cicatriz. Sí, es cierto. Pero durante estos días de agosto también es un cementerio.

Mientras tanto, otro inmigrante morirá hoy en el desierto, y mañana uno o dos más, y pasado mañana habrá más muertes, y….

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