Parecía un niño cualquiera. Solo 17 años. Delgado. Un poco arrogante. Digamos, normal. Pero la diferencia es que él me dijo que había matado a dos personas.
Lo conocí en un centro de detención juvenil en el sur de Estados Unidos. Y aceptó hablar conmigo y frente a una cámara de televisión bajo la condición de que no lo identificara. Así que llamémosle Julián.
Estaba acusado de asesinato y esperaba ser presentado ante un juez. Pero como era menor de edad no lo enviaron directamente a la cárcel.
Lo primero que me sorprendió fue su candidez. No pretendió, ni siquiera, ocultar su crimen. Por el contrario, parecía presumir de él y me lo describió con lujo de detalles.
Julián es miembro de la pandilla de la calle Primera en Los Angeles, California. Y me contó que su gang lo había enviado a Miami para matar a un pandillero enemigo.
Así fue.
Hizo el recorrido por tierra, localizó al pandillero en una fiesta en el sur de la Florida, se le acercó a un metro de distancia y ahí lo mató. “Lo buscamos, estábamos en un party, ahí mismo lo vi y ahí mismo le saqué el cerebro”, me dijo sin titubear. Lo hizo, dijo, con un rifle AK-47.
-“¿Tú recuerdas la imagen de él antes de morir?” pregunté.
-“Claro que sí. Lindo”, contestó.
-“¿Lindo? ¿Me estás diciendo que es lindo verle la expresió a alguien que está a punto de morir?”
-“A él sí”
-¿A tí te da gusto haberlo matado?”
-“Sí” concluyó sin remordimientos.
Por este supuesto crimen Julián podría pasar una buena parte de su vida en prisión. Sin embargo, según me dijo, este no es el primer asesinato que comete. Cinco meses antes asegura haber matado a otro pandillero de los Latin Kings; lo acuchilló por la espalda en una escuela. El odio que siente por los miembros de esa pandilla es, para él, incuestionable.
-“¿Quienes son sus enemigos?” le pregunté.
-“Los Latin Kings”.
-“¿Por qué son tus enemigos?”
-“Son de otra pandilla”, me dijo.
-“¿Matarse es la única forma de resolver los problemas?”
-“Es la única forma de no verlos más a ellos”, respondió. “Y van cayendo uno por uno.”
Me sorprendieron los ojos oscuros de Julián. Es como si no vieran hacia fuera, como si estuvieran conectados a un mundo interior inaccesible para el resto de nosotros. Cuando me hablaba de sus asesinatos lo hacía como otros adolescentes hablan de sus partidos de futbol o de sus novias. Es decir, como si no se tratara de nada excepcional.
Lo que pasa es que para Julián matar no es nada raro. El dice que lo ha hecho. Sus compañeros de pandilla lo han hecho. Sus enemigos en la calle lo han hecho.
A pesar de su corta edad Julián ya tiene un niño de un año de edad.
-“¿Tú quisieras que tu hijo fuera como tú?” pregunté.
-“No”, me contestó, ablandándose por primera vez durante la entrevista.
-“¿En qué quisieras que fuera distinto?”
-“Quiero que sea algo en la vida. Ser algo mejor que yo. No ser así como yo, en prisión toda la vida.”
Julián está muy orgulloso de ser miembro de la pandilla de la Primera. “Primera sangre”, me repitió varias veces durante la entrevista, haciendo con sus dedos la señal que identifica a su gang. Pero en un extraño momento de reflexión, cuando le dije si le gustaría que su hijo fuera miembro de su pandilla, lo pensó tres segundos y luego dijo: “No.”
Fue esa la única vez en que lo sentí contestar como si fuera un niño.