Madrid
Hay veces en que es necesario alejarse para comprender mejor el lugar donde vives. Hace 10 años vivo en Miami. Y desde aquí en España me doy cuenta que la batalla legal, familiar y política en torno al niño Elian Gonzalez ha sacado a relucir los peores estereotipos respecto al exilio cubano y los residentes del sur de la Florida.
Elian también es noticia en Europa.
Hojeando el diario español El País me encontré con una inusual descripción de la comunidad de exiliados cubanos en Miami; Cuba del Norte, le llaman. El artículo que leí sugería que las leyes que se aplican en otras partes de los Estados Unidos no siempre se siguen en Miami. Y que el caso de Elian había radicalizado los desafíos a la autoridad por parte del exilio. Las declaraciones del alcalde Alex Penelas –diciendo que la policia local no ayudaría a los agentes federales a sacar al niño de su casa en Miami- fueron prominentemente destacadas como un ejemplo de la separación que vivía la ciudad del resto del país.
El periódico El Mundo no se quedó muy atrás. Uno de sus corresponsales escribió que “el culebrón de Elian ha servido para volver a colgar a Miami la etiqueta de ‘República Bananera.’” Y en otros medios de comunicación no era extraño encontrar las palabras: mafia, fanatismo o radical, en la misma frase en que se mencionaba a los 800 mil cubanos que viven en el sur de la Florida.
Entiendo que la postura de la mayoría de los cubanos en Miami –83 por ciento quieren que Elian se quede en Estados Unidos, según el diario The Miami Herald- no es muy popular. Una reciente encuesta de CNN a nivel nacional indica que tres de cada cuatro norteamericanos favorecen la práctica internacional de reunir a los hijos con sus padres. Pero quienes deducen de esta actitud que el exilio cubano es monolítico, que no tiene diferencias generacionales y que todos los residentes del sur de la Florida somos unos intransigentes, se equivocan.
El sur de la Florida es una comunidad multiétnica, multirracial y multicultural. Conozco pocos lugares en el mundo donde se reciba con tanta generosidad y respeto a los que vienen de fuera. Por ejemplo, yo trabajo diariamente con nicaragüenses, colombianos, venezolanos, peruanos, hondureños, cubanos y otros mexicanos. Y mi experiencia –de convivencia, de solidaridad, de entendimiento- es la regla, no la excepción.
Si Miami fuera una comunidad tan cerrada –como algunos han querido retratarla- entonces ¿por qué cada vez hay mas compañias internacionales trasladándo al sur de la Florida sus centros de operaciones? ¿por qué Miami Beach se ha puesto a la vanguardia de la moda y la gastromía franco/italo/tropical? ¿por qué las nuevas empresas de internet prefieren instalarse en el corredor de Lincoln Road y no en San Francisco, Nueva York, Londres, la Habana o Hong Kong? ¿por qué algunos de los principales medios de comunicación en español transmiten desde Miami? ¿por qué?
No. No es nada más por sus playas, turismo y buen clima, sino por su gente. Sobre todo por su gente. La gente de Miami se ha abierto al mundo y el mundo se ha abierto a la gente de Miami. Por eso ese rincón del orbe es tan atractivo.
¿Miami intolerante? No lo creo. Pregunto: ¿en qué lugar de Estados Unidos se puede hablar español todos los días a todas horas sin sentirse discriminado? ¿en qué lugar se combinan el progreso económico de una superpotencia con la cultura y los valores latinoamericanos? ¿en qué lugar conviven varios mundos a la vez sin destruirse unos a otros? ¿en qué lugar se recibe por igual a refugiados políticos que a inversionistas extranjeros? ¿en qué lugar puedes ver a un hombre blanco casado con una mujer negra y con hijos latinos sin que llamen la atención? ¿en qué lugar se ha construido un puente entre Estados Unidos, Europa y América Latina? En Miami, en Miami y en Miami.
Es cierto, la comunidad cubana ejerce una enorme influencia en Miami y en la política exterior norteamericana. Salen a votar y se hacen escuchar. Ponen a los suyos a representarlos y cuando algo no les parece, se quejan. Pero no podemos criticarlos por eso. Al contrario, ojalá la comunidad mexicoamericana fuera tan influyente en Los Angeles, Chicago o San Antonio como la cubanoamericana en el sur de la Florida.
Para serles franco, hay veces en que no comulgo con las ideas de mis vecinos cubanos. Y eso me pasaría en cualquier otra ciudad con otros grupos. Pero mis vecinos cubanos me escuchan y me respetan. Y los escucho y los respeto. Y no pasa nada.
En cuanto al tema de Cuba, ahora los entiendo mejor que antes. Tras visitar la isla en 1998 y ser testigo de la manera en que Fidel Castro utiliza la represión y el miedo como forma de control social, comprendo el resentimiento e inconformidad de los cubanos que fueron obligados a huir de la dictadura. Comparto su frustración al observar que aquí en España, Castro no es tratado con la misma dureza y escepticismo que Augusto Pinochet. Y me entristece darme cuenta que mis amigos cubanos no pueden regresar a su país como yo puedo regresar al mío.
Con este contexto, es menos difícil entender su postura respecto a Elian. Sólo refleja el deseo de una comunidad –la del exilio cubano- de que nadie, nadie, sea obligado a vivir en una dictadura y sin libertades. En el caso de Elian, podemos estar o no de acuerdo con ellos. Pero, eso sí, los cubanos de Miami tienen el derecho de luchar hasta el final por lo que creen. Ese derecho no lo tenían en Cuba.
En fin, se supone que estoy de vacaciones en Madrid. Pero cuando oigo hablar mal de mi casa –y Miami es mi casa- tengo que levantar la voz. Ya luego habrá tiempo para descansar. Estos son días de turbulencia.