Hay cosas que los norteamericanos prefieren no hablar. Una de ellas son sus armas. Y el otro son las drogas.
Empecemos a balazos. A pesar de las masacres frecuentes y el alto índice de asesinatos, la mayoría de los estadounidenses prefiere tener absoluto acceso a sus armas que prohibir su uso. Y mientras no se limite el uso de pistolas y rifles en Estados Unidos, las matanzas continuarán. Ni el presidente Barack Obama o el candidato Republicano Mitt Romney se han atrevido a romper ese código de silencio.
Estados Unidos es uno de los más violentos entre las naciones desarrolladas del mundo. Un reporte de Naciones Unidas (UNODC) lo corrobora: mientras que en Estados Unidos hubo 12,996 asesinatos en el 2010, en Alemania solo hubo 690, Italia tuvo 529, Japón 506 y Suecia 91.
Las masacres son ya parte de la historia reciente de Estados Unidos. Tanto que han dejado de sorprender. Hace poco en un cine de Aurora, Colorado, un tipo vestido como el Güasón de la película de Batman mató a 12 personas. El año pasado en Tucson, Arizona, un hombre asesinó a seis personas e hirió a la congresista Gabrielle Giffords. En el Tecnológico de Virginia hubo 33 muertos en el 2007 y en la escuela Columbine de Colorado fueron 15.
Todas las semanas recibo una infinidad de reportes de asesinatos con armas de fuego. Pero son tantos que han dejado de ser noticia. Ante este panorama uno esperaría que hubiera un debate a nivel nacional en Estados Unidos para limitar el uso de pistolas y rifles, particularmente el armamento semiautomático que se utiliza en las guerras. Pero no hay nada. No se discute ni en mítines políticos ni en programas de televisión.
El temor es tan grande a perder votos y a enfrentar la furia de los portadores de armas que ni el presidente Barack Obama ni el candidato Republicano Mitt Romney se atrevieron a decir nada al respecto durante las pasadas convenciones nacionales de sus partidos. Su cálculo, desafortunadamente, es correcto: el político que se atreva a atacar en público la segunda enmienda de la constitución, que permite el uso de armas, no tiene futuro. La poderosa y bien financiada Asociación Nacional Del Rifle lo pondría en la mira en la siguiente elección.
La segunda enmienda, escrita en 1791, garantiza “el derecho de la gente a tener y portar armas.” Pero no estamos en 1791. Ese derecho puede ser limitado o regulado por el bien común, como todos los derechos. Y el bien común, en este caso, es evitar las masacres y bajar la tasa de homicidios. Sin embargo, este no es, ni siquiera, un tema de campaña.
Estados Unidos es un país donde, en promedio, existe un arma por cada uno de sus 311 millones de habitantes. Matar es fácil. Y muchas de las armas que aquí se venden terminan del otro lado de la frontera en manos de narcotraficantes mexicanos.
La malograda operación Rápido y Furioso –que permitió el paso de unas dos mil armas de Estados Unidos a México- es solo un ejemplo de lo que ocurre todos los días pero sin el permiso del gobierno norteamericano. Esas armas son usadas por narcotraficantes mexicanos para traer drogas a Estados Unidos. Y ese es otro de los temas del que casi nadie habla.
El consumo de drogas en Estados Unidos no cesa. Más de 22 millones de norteamericanos -es decir, el 9 por ciento de todos los mayores de 12 años de edad- reconocieron haber usado algún tipo de droga recientemente, según un estudio hecho por el Instituto Nacional de Abuso de Drogas. El gobierno de Barack Obama se ha gastado más de 31 mil millones de dólares en campañas de prevención y salud. Pero los resultados son mínimos.
Ni el propio presidente, que tanto ha gastado, ni su contrincante Mitt Romney han hecho de las drogas un tema central de su campaña. Es como si ambos partidos han aceptado, tácitamente, que ese no es un asunto prioritario para el votante norteamericano.
Tampoco en Estados Unidos existe la conciencia de que su gigantesco y multimillonario uso de drogas es, en parte, culpable de los 65 mil muertos o más de la lucha contra el narcotráfico en México. Si no hubiera drogadictos en Estados Unidos no habría tráfico de drogas a través de México y la violencia en ese país sería mucho menor. Ese es otro tema perdido.
La caravana por la paz, liderada por el poeta mexicano, Javier Sicilia (que recorrió 10 mil kilómetros y 26 ciudades norteamericanas) prácticamente pasó desapercibida para la mayoría de los habitantes de Estados Unidos que no hablan español. El poeta, quien perdió a su hijo por la violencia en México, intentó sin mucho éxito atraer la atención de los norteamericanos a un tema que, en realidad, les preocupa muy poco.
Esta actitud tiene consecuencias muy graves y muy concretas: todo seguirá igual o peor, gane quien gane la Casa Blanca. Más masacres, más consumo de drogas, más violencia. Armas y drogas: de esto no se habla.
Por Jorge Ramos Avalos
(Septiembre 17, 2012)