Después de ver lo que ocurre en Venezuela, Nicaragua y México tras unas elecciones, es un respiro notar que en Estados Unidos nadie ha llamado los tanques a las calles ni se busca resolver por la fuerza lo que no se pudo obtener en las urnas.
No, no todo está colapsando en Estados Unidos. Su democracia sí está funcionando. Y eso permitirá que, una vez más, saque adelante su economía y su reputación en el mundo. Va a tomar tiempo. Pero va a ocurrir.
En medio de la peor crisis económica que nos ha tocado vivir en nuestras vidas, la imagen más prometedora es la de la reunión entre el presidente electo, Barack Obama, con su ex contrincante republicano, John McCain.
Atrás quedaron las acusaciones del partido Republicano de que Obama era una celebridad como Paris Hilton, o socialista como Fidel, o que un terrorista fue su amigo. Y en lugar de intercambiar recriminaciones, Obama y McCain buscaron –y buscan – juntos soluciones a los enormes retos que enfrenta Estados Unidos.
El sistema funciona. Incluso en las peleadísimas elecciones presidenciales del 2000 -que fueron decididas de una manera muy polémica por la Corte Suprema de Justicia- el Demócrata Al Gore aceptó públicamente su derrota frente a George Bush. Eso es aceptar las reglas del juego. Aunque duelan. Antes y después.
No se puede decir lo mismo de Venezuela, Nicaragua y México.
Primero Venezuela. Independientemente de los resultados de las elecciones para alcaldes y gobernadores en Venezuela del pasado domingo, el clima de amenazas e insultos que precedió al voto no refleja un sistema democrático saludable.
El propio presidente Hugo Chávez se la pasó amedrentando a los candidatos opositores durante la campaña política y los acusó de “ladrón”, “mafioso”, “verdadero capo”, “asqueroso traidor”, “rata”, “infiltrado”, “Judas Cesar”, “golpista” y “fascista”, entre muchos otros insultos. Y luego amenazó con sacar “los tanques de la brigada blindada para defender al gobierno revolucionario”. ¿Qué clase de democracia es esa?
Dudo muchísimo que ahora Chávez esté dispuesto a reunirse con los opositores
Pablo Perez (el próximo gobernador del estado Zulia), Antonio Ledezma (quien será el nuevo alcalde de Caracas) y Manuel Rosales (ganador de la alcaldía de Maracaibo) para juntos sacar adelante a Venezuela. De hecho Chávez quería arrestar y meter en la cárcel a Rosales. ¿Qué va a hacer ahora? ¿Sacar los tanques donde perdió su partido?
El mensaje de los electores venezolanos fue clarísimo: no queremos un gobierno controlado por una sola persona ni por un solo partido.
En Nicaragua la democracia también se sofoca. Ha habido muertos y heridos por las protestas tras las elecciones municipales del 9 de noviembre. Pocos confían plenamente en la capacidad y transparencia del Consejo Supremo Electoral.
Los resultados oficiales sugieren que el Frente Sandinista ganó la mayoría de las alcaldías, incluyendo la de la capital del país, pero el Partido Liberal Constitucionalista asegura que hubo un fraude masivo. El candidato Eduardo Montealegre se niega a aceptar la supuesta victoria del ex boxeador Alexis Argüello en Managua.
Esto no va a acabar bien. Cualquiera resolución de este conflicto electoral será cuestionada por años. “El presidente Daniel Ortega se equivocó conmigo”, me dijo desafiante Montealegre en una entrevista vía satélite desde Managua, para luego añadir que seguirá peleando por la alcaldía y en contra del control político de los sandinistas.
Y eso nos lleva a México. Aunque parezca increíble, ahí todavía se están peleando por los resultados de las elecciones presidenciales del 2 de julio del 2006. El Instituto Federal Electoral (IFE) acaba de ponerle unas multas a dos partidos políticos por violaciones a las leyes electorales. ¿Qué confianza se puede tener en un organismo que se tarda casi 3 años en tomar una decisión? ¿A qué se dedicaron durante todo ese tiempo?
Pero el asunto es aún más complicado. Hay millones de mexicanos que siguen creyendo que las elecciones presidenciales del 2006 fueron fraudulentas y que Felipe Calderón no es el presidente legítimo. Por eso el Partido de la Revolución Democrática y su candidato, Andrés Manuel López Obrador, pidieron un recuento de los votos.
“El IFE en lugar de favorecer que hubiera transparencia y certeza, contando los paquetes y los votos, con razones legalistas lo impidieron, lo negaron, a través del Tribunal Federal Electoral”, me dijo en una reciente entrevista Luis Mandoki, el cineasta que dirigió el documental “Fraude”, sobre los pasados comicios presidenciales.
Sin embargo, Luis Carlos Ugalde, quien fue el presidente del IFE en las elecciones del 2006, niega esas acusaciones. Ugalde acaba de publicar el libro “Así Lo Viví” donde detalla paso a paso su experiencia en la que califica como la elección presidencial “más competida en la historia moderna de México”.
“La primera razón (por la que no se recontaron todos los votos) es que nunca se pidió”, me dijo Ugalde, en una entrevista desde Boston, donde está dando clases. “López Obrador solamente pidió contar el 16 por ciento de las casillas y este es un dato importante. Segundo, nunca ofreció evidencia de un ‘cochinero’ que nunca existió. Es falsa la idea que construyó López Obrador de que hubo irregularidades generalizadas. Es totalmente falso.”
Pero López Obrador no cede. “Nos robaron la presidencia de la república”, me aseguró en una entrevista el pasado mes de abril. Y todavía hoy insiste en que hubo un enorme fraude que le evitó llegar a la presidencia.
México sigue políticamente dividido entre estas dos posturas.
Y mientras mexicanos, venezolanos y nicaragüenses siguen atoradas en sus pasadas elecciones y debatiendo añejos asuntos, Estados Unidos ha decidido ver hacia delante. Ya dejó muy atrás la pasada votación. Es momento de resolver no de rememorar.
Esto es, quizás, lo que separa a los países. Unos confían en sus instituciones y otros no. Unos aceptan las reglas del juego y otros no. Las democracias se miden, no solo por lo que ocurre el día de las elecciones, sino por lo que ocurre después.
Lo más básico en cualquier democracia es que la gente confíe en que el ganador fue, en realidad, el que obtuvo más votos. Y esa certeza aún no existe en México, Venezuela y Nicaragua.
Hay elecciones que nunca terminan.