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DICTADORES LOCOS

Mis odios contra los dictadores están bien repartidos entre Fidel Castro y Augusto Pinochet. Por razones de izquierda o de derecha pero ambos son responsables de miles de asesinatos y de la represión política y falta de libertades en Cuba y Chile. Es decir, los dos merecen terminar sus días en la cárcel y siendo juzgados por sus crímenes. Sin embargo, la aparente frágilidad de la salud de Castro y Pinochet pudiera salvarlos de las rejas.

Empecemos con Pinochet. Quienes creían que el exdictador chileno jamás sería juzgado si se le permitía irse de Londres tenían razón. Tras pasar 503 días detenido en Inglaterra regresó a Santiago el dos de marzo del 2000 y desde entonces han fracasado todos los intentos por sentarlo en el banquillo de los acusados.

La última trampa legal fue protagonizada por tres jueces de la sexta sala de la Corte de Apelaciones de Santiago quienes declararon demente a Pinochet. De hecho, su dictamen dice así: “la evaluación neurológica, siquiátrica y neurosicológica ha permitido sustentar en (Pinochet) una demencia subcortical de orden vascular de grado moderado.”

En palabras más sencillas: Pinochet está loco.

Pero el verdadero problema es que este hombre de 85 años de edad y a quien se le han diagnosticado 12 enfermedades distintas no está loco. Sus hijos han dicho publicamente que su padre no está loco. Sus opositores, incluyendo a la hija de Salvador Allende, han denunciado que no está loco.

Defensores de los derechos humanos han testificado que no está loco. ¿Entonces?

Lo que ocurre es muy sencillo: los abogados de Pinochet quisieron presentar a su cliente como demente para evitarle así las decenas de juicios en su contra. El primer juicio que enfrentó el exdictador por la llamada “Caravana de la Muerte” -un grupo de militares que asesinó a 75 prisioneros en cinco ciudades chilenas durante la dictadura- continúa contra siete exoficiales del ejército pero Pinochet quedó fuera. La estrategia legal funcionó.

Pinochet, aparentemente, nunca será juzgdo en Chile.

La verdad es que en Chile jamás hubo la voluntad política para enjuiciar a Pinochet. O como diría la exsecretaria de estado norteamericana, Madeleine Albright, faltan “cojones” para enfrentar a Pinochet y a sus secuaces en las fuerzas armadas.

Pinochet no está loco. Por el contrario es sumamente listo. Salvó el pellejo. Pero también es muy cobarde. No se ha atrevido a dar la cara por lo que hizo de 1973 a 1990.

El caso de Fidel Castro tiene sus paralelismos con el de Pinochet. El dictador cubano de 74 años está declinando físicamente y tiene claros problemas al hablar. Sus largos discursos ya no se entienden; arrastra la lengua, brinca de un tema a otro, sus ideas están deshilvanadas, sus ojos se pierden en el vacío y su famoso dedo acusador apunta a sus botas. Lejos está la imagen del guerrillero solitario e invencible que terminó con la tiranía de Batista y que ha sobrevivido a 9 presidentes norteamericanos.

Hace poco -el 23 de junio para ser exactos- Castro se desmayó mientras pronunciaba un discurso en La Habana. Fue el calor, el sol, el agotamiento y la falta de alimentos, según la explicación oficial. Isquemia cerebral, gritaron en el exilio de Miami. Quizás Alzheimer. Pero cualquiera que sea verdadero diagnóstico, Castro parece estarse muriendo poco a poco frente a nuestros ojos.

Triste es cuando un dictador se muere sin ser enjuiciado. Así pasó con Franco en España. Y sería espantoso que Castro se desvaneciera del poder sin enfrentar sus crímenes. Pero ya sea que Fidel se muriera o que tuviera una enfermedad cerebral que lo postrara por años en la cama, en la isla se está preparando el tinglado para un posible cambio.

Las dos señales más claras de los preparativos del traspaso de poder son las recientes declaraciones de Castro de que su hermano Raúl debería reemplazarlo cuando él falte, como si se tratara de una monaquía. Y la aparición pública de Dalia Soto del Valle, la mujer con quien Castro tiene varios hijos -siete, dicen- y que estuvo oculta durante 30 años. Dalia sería la encargada de transmitir la voluntad de un líder agonizante o enfermizo desde la cama del tirano hasta los oídos de sus súbditos y colaboradores. Castro es tan listo como Pinochet y está preparando su inevitable ausencia del poder -dentro de 10 días, 10 semanas o 10 años- como el mejor coreógrafo de Broadway.

Castro y Pinochet no son unos dictadores locos. Lejos de eso, conocen como pocos los enramajes del poder y, simplemente, están manipulando los malestares de sus golpeados esqueletos para evitar ser juzgados en vida.

Pero ojalá que en esta oportunidad, quizás la última que tengamos, no se salgan con la suya. Si así ocurriera, quedarían muchas cuentas pendientes, mucho odio desperdiciado.

Posdata colombiana. La Copa América es lo mejor que le ha pasado a Colombia en mucho tiempo. Ha demostrado que la mayoría de los colombianos son pacíficos y que los violentos caben en un puñado. Pero una vez que se acabe el futbol, me encantaría ver que los colombianos luchen por la paz de la misma manera -intensa, consensuada, decidida, inquebrantable, apasionada- con que pelearon por ser sede de la Copa América. Sencillamente no puedo creer que el futbol sea más importante que la paz. No puedo.

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