Ciudad de México. En solo unos días, nuestro mundo se volteó al revés. La epidemia de influenza A H1N1 nos hace sospechar hasta de la gente que más queremos. Lo que era normal, ya no lo es. Y actuar como antes puede ser mortal.
Los otros, de pronto, se convirtieron en una amenaza. “El infierno son los otros”, escribió Jean Paul Sartre, y México empezó a arder.
Un simple anuncio del gobierno un jueves por la noche convirtió a los 20 millones de habitantes de esta ciudad en mis posibles y anónimos torturadores. Y yo me convertí en su potencial verdugo. ¿Las armas? Una tos o un estornudo. Esa noche el gobierno nos avisó que una epidemia de un virus desconocido azotaba a México y el miedo se nos coló por los ojos, la boca y los oídos.
A partir de ese momento, todo cambió. Los mexicanos, que decimos tanto con las manos, las escondimos. Evitamos tocarnos. No más besos para saludar. Ni abrazos con tres palmaditas en la espalda. Ni apapachos ni susurros. El mensaje, cargado de pánico, era: el que toca o se deja tocar, se muere.
Con esto gana el libro y la tele y pierde el cine y la cena. Y cambió nuestra forma de querer. Amar ya no es tocar y besar. Amar es estar lejos, evitar el contacto. Porque te quiero, no te toco. Para protegerte, me alejo.
Nuestros modales y protocolos se modificaron rápido y radicalmente. Como japoneses, aprendimos a saludar con un ligero movimiento de la cabeza. No más apretones de manos. ¿Un abrazo? Impensable. ¿Conversar? Sí, pero a dos metros.
Cuando me presentaron al doctor Julio Frenk, me quité el tapabocas como señal de respeto. (Frenk es el decano de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard y fue Secretario de Salud de México.) Pero ninguno de los dos hizo el menor intento por estrecharnos las manos, recién lavadas y talladas con jabón.
“Este era un evento ampliamente esperado”, me dijo Frenk. “La última pandemia que hubo fue en los años sesenta. Entonces ya habían pasado suficientes años como para que surgiera un nuevo virus que se empezara a transmitir. Lo que nadie sabía era cuando y donde iba a empezar.”
Y no sabemos todavía si esta pandemia anunciada tuvo su origen en México. Pero lo que sí sabemos es que aquí empezó a matar.
El primer caso documentado se dio en la población veracruzana de La Gloria. Ahí, un niño de cinco años que sobrevivió a la enfermedad –Edgar Hernández- es conocido como el “Paciente Cero”. El diario The New York Times reportó que Edgar, al igual que muchos otros habitantes de La Gloria, mostraron los primeros síntomas de influenza el pasado 9 de marzo.
Si efectivamente, como asegura el doctor Frenk, este era un “evento ampliamente esperado”, entonces ¿por qué el gobierno mexicano se tardó hasta el jueves 23 de abril por la noche para anunciarle a la población sobre la mortal epidemia? Desde que se registraron los primeros síntomas entre los habitantes de La Gloria hasta el primer anuncio oficial pasaron 46 días. ¡Cuarenta y seis! ¿Por qué se taparon la boca tanto tiempo? Desde luego que el gobierno del presidente Felipe Calderón no estaba preparado. Estaba totalmente inmerso en la lucha contra los narcos y en la crisis económica. No vio venir los gérmenes. Bueno, no había, ni siquiera, laboratorios dentro de México con la tecnología para identificarlos. Y cuando vino la confirmación del extranjero, ya era demasiado tarde.
Luego vino el baile de las cifras. Primero reportaron 152 muertos y más de dos mil infectados por el virus. Pero luego, como por arte de magia y de un día a otro, bajaron los números a un puñado. ¿Dónde quedaron los otros enfermos? La aritmética no sale. Parecía que maquillaban la epidemia. Las explicaciones oficiales por esta desaparición de muertos e infectados por el virus solo crearon más confusión e incertidumbre.
“Máscara el rostro, máscara la sonrisa”, era como nos describía Octavio Paz a los mexicanos. Y nuestros gobiernos han sido, muchas veces, un enmascarado carnaval. Sobre todo en tiempos de crisis. ¿Nos estará diciendo el gobierno toda la verdad o se está cubriendo las espaldas? Esa es la pregunta.
Cuba y Argentina no se creyeron la explicación oficial y cancelaron sus vuelos a México. Japón tampoco; le impuso visas y certificados de salud a los mexicanos. Y Singapur pondrá en 10 días de cuarentena a los viajeros mexicanos. Independientemente de tu salud, el pasaporte verde de México es hoy el equipaje más pesado.
Lo primero que se ha ido con esta epidemia es la confianza en el otro. La duda te puede salvar la vida y la credulidad te puede hundir.
“Esto no va a durar para siempre”, me comentó el doctor Frenk, antes de despedirse, subiendo su palma derecha a la distancia. “En unos meses se tendrá una vacuna.” Pero mientras llega la vacuna que nos regrese a la normalidad, tendremos que acostumbrarnos a amar –de lejitos- en tiempos del flu.
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EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL FLU
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