Lima, Perú
Le gusta pensarse como el Benito Juárez de Perú. Y así como Juárez se convirtió en el primer presidente indígena en México desde la llegada de Colón a América, Alejandro Toledo lo será ahora para Perú. No es poca cosa.
Su tez morena y sus rasgos indígenas gritan parte de su origen. La gente, en la calle, lo conoce como “el cholo”. Pero eso, precisamente, estuvo a punto de evitar que llegara a la presidencia. En Perú (como en México) las actitudes racistas son frecuentes y aceptadas en muchos círculos sociales.
-“¿Usted cree que Perú ha superado el racismo?”, le pregunté antes de las elecciones.
-“No”, me contestó con su voz gastada por una campaña electoral que se alargó dos años. “Es difícil tragarse o digerir mentalmente la posibilidad de que alguien con mi procedencia, con mi origen, con mi estructura étnica pueda ser presidente del Perú. Rompe todos los esquemas…Será la primera vez en 500 años, desde la llegada de los españoles, que alguien con esta estructura étnica, este origen, llegue a ser presidente democráticamente elegido.”
Toledo forma parte de un fenómeno relativamente nuevo en América Latina donde los más pobres eligen como presidente a alguien que se identifique con ellos y con la esperanza de que se vengue de los partidos y políticos que se enriquecieron a su costa. Es una reacción a cerca de dos décadas de políticas neoliberales, a la corrupción consuetudinaria de las clases dirigentes y a la injustísima distribución de la riqueza que ha plagado siempre a América Latina.
Así, Hugo Chavez llegó al poder en Venezuela acabando con un sistema bipartidista que por 40 años hizo millonarios a unos pocos, Toledo hizo lo propio en Perú a nombre de los mestizos e indígenas discriminados durante cinco siglos y Daniel Ortega podría repetirse en la presidencia de Nicaragua en las elecciones de noviembre haciendo campaña contra los excesos y errores del actual gobierno de Arnoldo Alemán. Quizás en este grupo podríamos también incluir a Vicente Fox quien desbancó a los priístas de la presidencia de México y que prometió perseguir los abusos y crímenes cometidos durante 71 años.
Algo que tuvieron en común las campañas de Chavez, Toledo y Fox (y que ahora comparte la de Ortega) es una buena dosis de populismo y un no tan oculto mensaje de revanchismo. Al menos de boca para afuera. Y, es cierto, para que tengan éxito sus presidencias es preciso que investiguen, denuncien, juzguen y castiguen a políticos corruptos y violadores de la ley de regímenes anteriores. Pero eso no es suficiente.
Además de echarle un vistazo al pasado hay que tener una muy clara visión hacia adelante. Enjuiciar y encarcelar a antiguos gobernantes es lo justo pero no le da de comer a nadie. El principal reto de Chavez, Fox, Toledo y quien quiera que llegue a la presidencia de Nicaragua es crear trabajos. Por eso, desde el punto de vista económico, la presidencia de Chavez ha sido un verdadero fracaso; ahora hay más pobres y desempleados en Venezuela que cuando llegó al poder.
Pero regresemos con el cholo.
En la entrevista le pregunté a Toledo si estaba interesado en meter en la cárcel al exdictador Alberto Fujimori, a su asesor Vladimiro Montesinos y a sus secuaces en el ejército peruano. “El Presidente no es un policía para ir a seguirlos”, me dijo. “Yo quiero hacer que la economía crezca. Yo creo que sería un error para un país tan debilitado, con instituciones tan débiles, entrar a un revanchismo descarnado; nos quedaríamos atrapados en el pasado. Yo soy demasiado soñador para quedarme en el pasado.”
¿Qué tipo de presidente va a ser Toledo?
Tiene en su contra un par de cuestiones morales: resulta inexplicable su constante negativa a hacerse una prueba genética para determinar si una niña de 13 años llamada Zaraí es efectivamente su hija ilegítima y es poco creíble su explicación de que fue secuestrado, drogado y obligado a tener contactos sexuales con tres prostitutas por agentes de Vladimiro Montesinos. Por esto y por el extraño manejo de 900 mil dólares que sobraron en en el fondo de campaña, Toledo generó desconfianza en muchos y estuvo a punto de perder. Le ganó por sólo 600 mil votos a Alan García.
En cambio, Toledo tiene a su favor que luchó como pocos contra la dictadura de Fujimori y por el regreso de la democracia a Perú. “Me trataron de matar 127 veces”, me contó. Y a pesar de los atentados contra su vida, frecuentes amenazas, fraudes electorales y constants obstáculos (como la intervención de sus teléfonos y espionaje), Toledo siguió adelante y ganó la presidencia.
Sin embargo, lo más importante es que Toledo habla por un segmento mayoritario de la población –mestizos e indígenas- que históricamente ha sido olvidado; el Perú profundo. Toledo, como Juárez, es la excepción. Pero el verdadero objetivo de su presidencia debe ser que victorias como la suya se conviertan en regla (en la política, en los negocios, en los deportes, en las artes). La espera de 509 años para que alguien como él llegará a dirigir los destinos de su nación fue demasiado larga.