Marta Sahagún tiene todo el derecho del mundo de aspirar a la presidencia de México, al igual que cualquier otro mexicano. A algunos pudiera chocarles que la primera dama busque el puesto de su esposo. Otros, quizás, pudieran pensar que no tiene la capacidad o experiencia para hacerlo. Varios, tal vez, pudieran sugerir que perdió el piso y se le subió muy rápido el poder a la cabeza. Pero, al final de cuentas, esa es una decisión que solo ella puede y debe tomar.
Que Marta quiere convertirse en la primera presidenta de México, ya no queda la menor duda. Se lo dijo en una entrevista de radio al periodista Joaquín López Dóriga. “Mira”, dijo la señora de Fox, “hablando como decimos que tenemos que hablar con la verdad, sí, sí.” En esa entrevista le faltaron agallas a la primera dama. López Dóriga, muy hábilmente, sacó una declaración que Marta Sahagún debió haber guardado, al menos, dos años más. La pregunta, ahora, ya no es si Marta Sahagún quiere ser presidenta de México; la verdadera pregunta es si eso es bueno para México y si fue apropiado lanzar ahora su candidatura.
Por principio, las declaraciones de Sahagún afectan negativamente la presidencia de su esposo. No solo lo distraen sino que, también, lo hacen ver débil. Fox, quien tuvo la imagen de fuerte y entrón como candidato, ha resultado ser un presidente muy tibio, poco decidido, incapaz de cumplir sus promesas de campaña y, ahora, subordinado a los intereses políticos de Marta Sahagún. Que su misma esposa diga públicamente, en la mitad de su presidencia, que ella quiere su puesto, envía un mensaje inequívoco: Yo Marta podría hacer un mejor trabajo que tú Vicente. A veces, cuando se busca el poder, el enemigo puede dormir en la misma cama.
Segundo, la ya famosa “pareja presidencial” no parece tan pareja. Ella claramente está jalando para su lado. ¿Están bajo control las ambiciones personales y el protagonismo de Marta? Si la prioridad de Marta Sahagún fuera el bien del país –hoy y no dentro de tres años- podría dedicar todas sus fuerzas y energías a tratar de resolver los crímenes de mujeres en Ciudad Juárez y a aliviar la pobreza entre los niños mexicanos, por mencionar solo dos casos urgentes. Pero, en cambio, la prioridad parece ser la promoción de su candidatura presidencial.
Tercero, no se vale que se utilicen recursos del gobierno para promover la ya declarada candidatura presidencial de Marta Sahagún. Me parece correcto y prudente que esté bien protegida. Pero el uso de dinero, personal y transportación de la presidencia debe estar limitado al presidente y a nadie más. Ninguno de los otros aspirantes a la presidencia para el 2006 tienen acceso a helicópteros y a recursos de la presidencia para hacer sus campañas. Marta tampoco debería tenerlos. La recién declarada aspirante presidencial no está en igualdad de circunstancias que otros posibles candidatos. A partir de ahora todos sus gastos y viajes deben estar bajo lupa. La investigación del diario Financial Times sobre la forma tan particular, por no llamarla de otra manera, en que opera la fundación Vamos México marca la pauta de cómo debe ser nuestro trabajo periodístico en los próximos tres años. La principal función social del periodismo es evitar el abuso del poder, aunque incomode al presidente y a su esposa.
Lo que está ocurriendo con Marta Sahagún en México no tiene precedente en una democracia de este continente. Marta no es Evita ni México es Argentina a mediados del siglo 20. El ejemplo más cercano que tenemos es el de Hillary Clinton en Estados Unidos. Hillary, al igual que Marta, desea ser presidenta de su país. Pero las diferencias son notables. Hillary, mientras su esposo Bill Clinton estuvo en el poder, jamás sugirió que tenía ambiciones presidenciales. Incluso ahora que es senadora por el estado de Nueva York nunca ha dicho que quiere ser presidenta, aunque en los círculos políticos del partido Demócrata se le considera como posible candidata para las elecciones del 2008. Marta Sahagún, en cambio, ya se puso a su esposo de corbata y lanzó su propio proyecto.
Qué ironía: la tradición del dedazo, que terminó con la presidencia de Fox, pudiera reestablecerse si él apoya con los recursos e influencia de la presidencia las aspiraciones de su esposa. A pesar de lo anterior, todavía no es preciso buscar una nueva ley que le evitara a la esposa del presidente quedarse en Los Pinos. Tampoco estoy seguro que su postulación viola el artículo 82 de la constitución mexicana (que obliga a funcionarios públicos a alejarse de su posición seis meses antes de iniciarse el proceso electoral). La candidatura de Marta, por ahora, no es una cuestión de ilegalidad sino de mal juicio e imprudencia.
El poder por el poder, sin proyecto, sin visión, no sirve. Marta Sahagún está obligada a demostrar qué es lo que quiere hacer en el año 2006 que no ha podido hacer hasta ahora como una de las figuras más poderosas del gobierno de Vicente Fox. ¿Por qué no trata de hacer ahora todos los cambios que le gustaría ver en México? ¿Por qué esperar tres años más?