Eso de la lucha contra el terrorismo está muy bien: todos los que vivimos en Estados Unidos queremos sentirnos más seguros. Pero tratar como sospechosos de algún crimen a todos los inmigrantes, extranjeros, visitantes y turistas es contraproducente, exagerado y, francamente, una perdida de tiempo.
El gobierno norteamericano debe, sí, refinar sus servicios de inteligencia y perseguir a terroristas dentro del país. Nadie cuestiona eso. Si la CIA y el FBI y la docena de agencias de espionaje hubieran hecho bien su labor, el once de septiembre hubiera pasado a la historia como un día soleado y sin nubes en Washington y Nueva York. Se equivocaron. Terriblemente. Sin embargo, compensar esos enormes errores tratando al resto del mundo como sospechoso de terrorismo es igual matar mosquitos a cañonazos.
David y Jorge no son terroristas. Son dos muchachos españoles de 15 y 13 años de edad, respectivamente, y viven en Madrid. Como son amigos de mi hija, sus padres me pidieron que los acompañara a tomar un vuelo de Miami a Asheville en Carolina del Norte a donde asistirían a un campamento de verano. Y así lo hice. Pero al llegar al mostrador de la aerolínea tuvieron la mala suerte de ser seleccionados al azar para una revisión especial de seguridad.
“¿Por qué nos revisan a nosotros?” preguntó el más pequeño. “¿Acaso parecemos terroristas? Jo…” Bueno, los sacaron de la linea con todo y maletas y los llevaron a un cuartito oscuro donde revisaron todas y cada una de sus pertenencias. El candado de una maleta tuvo que ser roto porque, con el nerviosismo, los muchachos no encontraron la llave. ¡Zap! ¡Zap! No estábamos detenidos pero quedaba muy claro que nadie podía salir del cuarto sin autorización.
Los agentes de seguridad encontraron calcetines, chocolates, calzones, cinturones, cds y cacahuates, pero no hallaron bombas, explosivos, cuchillos, navajas ni ningún instrumento de tortura. En las caras de los mismos agentes -un hombre, una mujer y su supervisor- se notaba que ellos sabían que estaban perdiendo el tiempo. Yo sabía que estábamos perdiendo el tiempo -el avión saldría en menos de 20 minutos- y ellos, Jorge y David, sabían que estábamos perdiendo el tiempo.
Una vez que pasamos los detectores de metales -yo lo hice con un permiso para acompañar a menores de edad- los futuros acampantes fueron detenidos de nuevo. En la puerta del avión otros dos agentes volvieron a inspeccionar su equipaje de mano, les pidieron que se pararan con los brazos y las piernas extendidas y los volvieron a revisar
-esta vez manualmente, de pies a cabeza. Tampoco encontraron rifles, drogas, pistolas, ni ninguna especie en peligro de extinción. “Jo…” repetía Jorge, molesto pero todavía forzando una sonrisa. Al final, los dejaron abordar el avión.
Este tipo de revisiones, lejos de tranquilizarme, me preocupan. En lugar de perder tanto tiempo, dinero y esfuerzo revisando a niños, el ejército de agentes de seguridad que inspeccionaron a Jorge y a David deberían haber estado identificando a posibles terroristas. El mismo patrón se repite afuera del aeropuerto. El gobierno norteamericano, en lugar de hacerle la vida imposible a terroristas potenciales, le complica la existencia innecesariamente a inmigrantes trabajadores y a extranjeros inocentes.
En ninguno de los 50 estados se puede conseguir licencias de manejar e identificaciones para inmigrantes indocumentados, aunque sería en el interés del gobierno saber dónde viven y quienes son. Además, el procurador general, John Aschroft, rescató del olvido una oscura ley que obliga a los 30 millones de extranjeros que vivimos en Estados Unidos a reportar en 10 días un cambio de domicilio. Si no lo hacemos existe el riesgo de ser deportados. Pero ¿será que los terroristas también van a reportar su cambio de dirección? Lo dudo.
El colmo es la idea de convertir a plomeros, electricistas, carteros, instaladores de alfombras y reparadores de televisores en espías del gobierno estadounidense. Suena a broma pero es cierto. La llamada operación TIPS (Sistema de prevención e información contra el terrorismo) crearía un banco de datos con reportes a números telefónicos gratuitos. En la práctica este programa antiterrorista podría ser utilizado para venganzas y rencillas personales y, en el peor de las casos, convertirnos a todos en sospechosos ante los ojos de nuestros vecinos y visitas. Big brother is watching you.
Ni los inmigrantes indocumentados, ni los turistas, ni Jorge y David son terroristas. Estados Unidos está persiguiendo al enemigo equivocado. Y más vale que el gobierno del presidente George W. Bush se dé cuenta antes que sea demasiado tarde.
El primer error se entiende. Un segundo sería imperdonable.