Miami.
La Organización de los Estados Americanos (OEA) se ha hecho fama de aburrida e intrascendente. Sin embargo, gracias a un proceso surgido en ésta organización, pudiera terminar uno de los mas grandes y recurrentes conflictos entre América Latina y los Estados Unidos: el proceso de certificación en la lucha contra las drogas.
Dos cosas contribuyen a la imagen de pasividad e irrelevancia de la OEA: una, el laberinto burocrático de la organización (donde lograr consenso y tomar una decisión es labor de titanes); y dos, las críticas de que Estados Unidos tiene una influencia desproporcionada, sobre los otros 33 países miembros, debido a que es responsable de pagar la mitad del presupuesto de la OEA. A pesar de lo anterior, poco a poco, la OEA está demostrando que sabe hacer algunas cosas muy bien.
El mejor ejemplo es lo que acaba de ocurrir en una reunión de la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas –una comisión de la OEA- en Montevideo, Uruguay. La noticia quedó escondida en la mayoría de los periódicos del continente, pero a la larga pudiera cambiar las reglas del juego en la lucha contra el narcotráfico. Resulta que los 34 miembros de la organización se pusieron de acuerdo sobre el llamado “Mecanismo de Evaluación Multilateral”. Sólo con ese nombrecito, es cierto, dan ganas de echarse a dormir. Pero ese “mecanismo” podría acabar reemplazando el controversial y unilateral proceso de certificación que, cada año y por ley, realiza el gobierno de los Estados Unidos.
Es decir, éste “Mecanismo de Evaluación Multilateral” permitirá que sean todos los países del continente americano –y no sólo los Estados Unidos- quienes decidan qué está funcionando y qué está fallando en la lucha contra las drogas.
Esto no quiere decir que Estados Unidos va a suspender su propio proceso de certificación; eso lo tienen que hacer por una ley aprobada en el congreso norteamericano. Pero sí significa que la famosa certificación estadounidense perderá peso e influencia y que, en un futuro próximo, quizás hasta pudiera desaparecer. Esa es la apuesta.
Oficialmente, el gobierno norteamericano –a través del subdirector de su organismo antidrogas, Thomas Umberg- dijo que el “Mecanismo de Evaluación Multilateral” era un “avance muy importante”. Y lo es. Pero en el fondo, lo que el mentado “mecanismo” está diciendo es que la responsabilidad del narcotráfico cae por igual en los países productores y de tránsito, como Colombia y México, que en las naciones consumidoras, como Estados Unidos y Canadá. O sea, estamos todos en el mismo barco.
Estados Unidos se ha convertido en juez y parte en la guerra contra las drogas. Y anualmente, como si no tuviera nada que ver, se lanza a certificar o a descertificar el esfuerzo de otros países. Este proceso, lejos de generar cooperación, ha provocado enormes conflictos. Ademas, deja al descubierto el lado flaco de los Estados Unidos, el principal consumidor de drogas del mundo.
En Estados Unidos una de cada tres personas ha probado drogas alguna vez en su vida y los norteamericanos se gastan, cada año, 57 mil millones de dólares en narcóticos (según cifras dadas por el propio Umberg a la prensa). En otras palabras, Estados Unidos es tan responsable del narcotráfico como las naciones productoras y de tránsito. Por eso, el proceso de certificación es tan injusto. Por eso, éste “Mecanismo de Evaluación Multilateral” pudiera ser la alternativa que por tanto tiempo se estuvo buscando.
Esta, desde luego, no es una idea nueva. En diciembre del 94, en la Casa Blanca, el presidente Bill Clinton reconoció en una entrevista la necesidad de trabajar sobre éste tema con el resto de los países del hemisferio. “Tenemos grandes responsabilidades”, me dijo Clinton. “Estados Unidos compra por lo menos 50 por ciento de las drogas ilegales del mundo, de modo que somos gran parte del problema; es cierto también que tenemos que trabajar con otros países donde se inicia el problema para que los agricultores dejen esos cultivos y para tratar de cambiar la cultura en esos países”.
Esta preocupación de Clinton de actuar en grupo fue aprovechada rápidamente por la OEA y pronto surgió la idea del “Mecanismo de Evaluación Multilateral”. En marzo de 1998 tuve la oportunidad de hablar con el secretario general de la OEA, Cesar Gaviria, y ya entonces él hablaba de éste mecanismo como una posibilidad de hacer “una comparación entre los objetivos (contra las drogas) y sus logros”. La idea fue aprobada ahora en Montevideo y el próximo año entrara en efecto.
Esta es, pues, la historia de como el proceso de consensos de una institución como la OEA ha dado frutos. Así, calladitos, sus representantes han logrado lo que no se alcanzó a grito pelado. Lo menos que podemos reconocer es que los de la OEA le quitaron lo espinoso a uno de los temas mas polémicos de la región. Y lo que nos toca, ahora, es quitarles el calificativo de “intrascendentes” a los funcionarios de la OEA. Aunque lo de “aburridos” se los dejamos un ratito mas.
Posdata sobre la globalización de la justicia. Los ingleses ahora -y con suerte los españoles después- están haciendo lo que los demócratas chilenos nunca se han atrevido a hacer: juzgar a Augusto Pinochet por los tres mil muertos durante su dictadura. Pero ¿será cierto que la justicia ya rebasa todas las fronteras? Todavía no. Existe, aun, una doble moral respecto a dictadores y asesinos. Cuando veamos que Fidel Castro y los militares mexicanos responsables de la masacre de Tlatelolco -por poner dos ejemplos- son perseguidos en varios países, al igual que Pinochet, entonces podremos creer en la globalización de la justicia. Mientras tanto, eso es sólo un sueño guajiro.