Hay momentos en que los periodistas tenemos la obligación de vernos al espejo, de hacer un alto, de olvidarnos de deadlines, fechas de entrega, de distanciarnos temporalmente de las noticias y de tratar de entender mejor nuestro papel como comunicadores en un mundo cambiante. Este es, creo, uno de esos momentos.
En Estados Unidos dos de los periodistas más vistos y reconocidos –los conductores de televisión, Tom Brokaw de la cadena NBC, y Dan Rather de la CBS- han anunciado su retiro después de más de 20 años al frente de sus noticieros. Y a pesar de las fiestas y merecidos honores a Brokaw y Rather, está muy claro que sus telediarios han ido en franco declive por años. ¿Por qué?
Primero porque las tres grandes cadenas de televisión norteamericanas –NBC, CBS y ABC- han ido perdiendo audiencia frente a los canales de noticias por cable que transmiten 24 horas al día; CNN, FoxNews, MSNBC, entre muchos otros. Hoy más de la mitad de los norteamericanos ven sus noticias por cable y no por televisión abierta. Ya no hay que esperar al extrañisimo horario de las 6 y 30 de la noche para estar informado. ¿Quien puede planear su vida de esa manera?
La segunda razón por la que los tres tradicionales noticieros de Estados Unidos han perdido televidentes es por la internet. Desde que en 1995 se multiplicaron los sitios para buscar información, ya no se necesita de un bien peinado anchor, con traje y corbata, para conocer el número de muertos en Irak, saber si va a llover, enterarse del resultado del juego de futbol o escuchar el CD más vendido. Un blogger de 16 años puede googlear esa misma información en un nanosegundo.
La tercera razón que explica el declive de los noticieros de ABC, CBS y NBC es la latinización de Estados Unidos. Algunos de los noticieros de televisión más vistos y de los programas de radio más escuchados en ciudades como Los Angeles, Houston, Miami, Chicago y Nueva York son en español, no en inglés. Uno de cada dos latinos escucha sus noticias en español y en un par de décadas estados como California y Texas tendrán mayoría hispana. Esta revolución demográfica afecta a los noticieros en inglés.
Además, el mundo de las noticias en español es mucho más amplio que el que suelen cubrir los noticieros en inglés. ¿Cuando fue la última vez en que Rather, Brokaw o Peter Jennings, el conductor del noticiero de ABC, transmitieron desde el sur de la frontera? Los noticieros en inglés se olvidan frecuentemente de América Latina. Esto explica, en parte, porque los noticieros en español tienen cada vez una mayor audiencia y por qué los que son en inglés batallan por no hundirse en el pantano de los ratings.
Pero más allá del incierto destino de los noticieros en inglés de las grandes cadenas, es preciso echarle una mirada al futuro de las noticias y de nosotros como periodistas.
En un mundo sobrecargado de información, donde las noticias internacionales tienen muchas veces un ángulo local, el papel del periodista es fundamental; pone orden a datos aislados y hasta contradictorios, filtra lo que es importante y resalta lo que es relevante para una sociedad. Eso es periodismo: reportar lo que ves y darle sentido. Y no hay nada objetivo en este proceso; nuestro trabajo implica hacer juicios y tomar decisiones sobre lo que se publica y sobre lo que se tira a la basura.
Hay más.
La principal función social del periodista es el evitar los abusos de los que tienen el poder. Somos, de alguna manera, el balance de los poderosos. Por eso nos toca hacer las preguntas incómodas. Aunque lo más cómodo es, muchas veces, no cuestionar las reglas del juego ni a los que las imponen.
Muchos periodistas, temerosos de ser calificados de antiamericanos o poco patriotas, han preferido apoyar la postura oficial y evadir el persistente hecho de que Irak no tenía armas de destrucción masiva ni ninguna vinculación con los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001. Pero eso no es buen periodismo.
Cuestionar las verdaderas razones de la guerra en Irak, por ejemplo, y resaltar sus errores no implica tomar una postura partidista. Varios de los periodistas que se han atrevido a enfrentar al actual presidente republicano George W. Bush respecto a la guerra en Irak son los mismos que criticaron sin piedad al expresidente demócrata Bill Clinton cuando mintió bajo palabra en el escándalo con Mónica Lewinsky. Eso es tener independencia periodística. Vigilar al poder es, finalmente, nuestro trabajo.
Por último, es preciso destacar la esencia ética de nuestra profesión. Los periodistas, todos, tenemos opiniones y posiciones políticas. Sin embargo, lo que nos convierte en profesionistas confiables, con credibilidad, es el darle a cada quien lo que le corresponde –yo le llamo, más que objetividad, justicia periodística- y el no retorcer la información para que se ajuste a nuestros puntos de vista. Eso es lo fundamental del periodismo y eso es lo difícil. De nada sirve un periodista a quien nadie le cree.
El periodismo es un boleto para conocer el mundo y a los que lo cambian. Pero, sobre todo, el periodismo es una “extraordinaria y terrible profesión” –como diría Oriana Fallaci- que nos permite asumir durante toda la vida la rebeldía e irreverencia de los jóvenes. Y así, solo así, el alma del periodista no enveceje nunca.
Posdata linchada. Los periodistas y camarógrafos que cubrieron el reciente linchamiento de dos policías por parte de una turba en Tláhuac, México, se vieron, de pronto, enfrentados a las mismas preguntas que le surgen a un corresponsal de guerra: ¿Debo de tratar de ayudar a las víctimas o me quedo exclusivamente como testigo presencial? ¿Qué va primero: mi papel como periodista o mi responsabilidad de salvar una vida? Y si trato de ayudar a las víctimas ¿me matarán a mí también? Son, todas, preguntas que –estoy seguro- atormentan todavía a los reporteros que estuvieron presentes en el linchamiento.