Ya veremos en los próximos días si Daniel Ortega, el nuevo presidente de Nicaragua, es rojo o rosa.
Cuando habla del respeto a la propiedad privada, a la iglesia católica, a las remesas, a los tratados de libre comercio, parece rosa, parece un Ortega light. Pero cuando se aparece en la Habana a celebrar el cumpleaños del convaleciente dictador o acompaña las cantaletas antinorteamericanas de su cuate Hugo Chávez, le sale lo rojo y nos recuerda a ese muchachito que a los 14 años se hizo guerrillero antisomocista.
Sea del color que sea, Ortega supo maniobrar mejor que nadie las tierras pantanosas de la política nicaragüense para regresar a la presidencia después de 16 años. Ese es su mérito. Si los dos candidatos liberales se hubieran unido, Ortega no sería presidente. Pero no lo hicieron. Tontería. Los hubiera no existen en la política.
La gran interrogante es si Ortega de verdad cambió.
Jaime Morales, el nuevo vicepresidente de Nicaragua, cree que sí, que Ortega es un hombre cambiado. “Nadie es el mismo de hace 18 años”, me dijo Morales en una entrevista en su distinguida casa a las afueras de Managua, poco después de ganar las elecciones. “Yo era adversario, y antes de ser adversario, fue enemigo (de Ortega)”.
Ya no lo es.
La relación de Daniel Ortega con Jaime Morales es uno de los grandes misterios de la política nicaragüense. Morales fue banquero, académico, líder de la contra y asesor liberal de presidentes. Es decir, todo lo opuesto de Ortega. Y como si esto fuera poco, Ortega, tras el triunfo de la revolución sandinista en 1979, le robó su casa a Morales y a esposa. Ortega, hoy en día, sigue viviendo en esa casa.
-“¿Cómo lo enamoró Ortega?” le pregunté a Morales.
-“Yo no usaría el término de enamoramiento o seducción”, me dijo, serio. “Yo creo que es de convicción. Llegamos a la conclusión de deponer todos los antagonismos… Es la única forma de sacar a este país del subdesarrollo que vivimos.”
Morales me aseguró que Ortega no es un marxista –“no creo que existan marxistas ortodoxos en el mundo- ni comunista. Yo no lo acompañaría si fuera comunista.”
A nivel personal, no lograba entender cómo Morales pudo aceptar el puesto de vicepresidente de alguien que le quitó su hermosa, lujosa y enorme residencia en Managua, llena de cuadros valiosos y antigüedades. Y se lo pregunté.
“Ya la casa es de él”, me explicó. “Las revoluciones son como los desbordamientos de los grandes ríos que se llevan justos por pecadores. Si yo estuviera rumeando rumores y las cosas del pasado, no hubiera aceptado la invitación que me hizo el comandante.” Morales le sigue llamando “comandante” a Ortega.
La esposa de Morales, Amparo Vázquez -una elegante mexicana que se siente “más nicaragüense que nunca”- tampoco vió el asunto de la casa como un obstáculo para el nuevo puesto político de su marido. “Yo siento que no me robó la casa”, me comentó con absoluta calma. “Hubo una revolución y fuimos víctimas de una revolución. Yo siento que esa persona ocupó mi casa por circunstancias ajenas.”
Amparo y la esposa de Daniel Ortega, Rosario Murillo, tuvieron una discusión hace años por la casa. Pelea o no, ninguna de las dos ha querido hablar en público sobre ese incidente y hasta el momento mantienen una diplomática y respetuosa distancia. “Rosario es una persona muy entregada al trabajo”, me comentó Amparo. “Y no hemos tenido la oportunidad de tratarnos”.
Algunos muebles de la antigua casa de los Morales –como un enorme comedor de madera tallada- han sido regresados por los Ortega a sus dueños originales. Ambas familias, aparentemente, han llegado a un acuerdo. Los detalles solo los conocen ellos. Pero el caso es que ahora el “comandante” y “don Jaime” –como le dice Ortega- trabajan juntos.
Algunos nicaragüenses con quienes conversé consideran a Morales como un “traidor” y “oportunista” que “le vendió el alma al diablo” y que aprovechó esta coyuntura para conseguir “el mejor puesto político de su carrera.” Pero otros ven a Morales como una “garantía” de que Ortega no se irá mucho a la izquierda y de que la primordial y necesaria relación con Estados Unidos será, al menos, cordial. Morales sabe esto.
Morales es como un frágil puente en un país donde los extremos políticos están acostumbrados a odiarse.
-“¿Ustedes perdonaron?” le pregunte a Morales y su esposa.
-“Total y absolutamente”, contestó ella.
-“Perdonamos y olvidamos”, me dijo él. “Yo creo que la única memoria que guardamos es para no repetir los errores del pasado. La casa nunca fue un tema de discusión. Los intereses de Nicaragua están por encima de los intereses personales.”
Si los Morales pudieron perdonar a Ortega ¿podrá el resto de Nicaragua perdonarlo también y dejarlo gobernar?
La respuesta la tendremos cuando salga a relucir el verdadero color de Ortega.