Ciudad de México
Este es el mejor momento que ha vivido México en muchísimo tiempo. Regreso al país varios días después del espectacular e histórico dos de julio, y la euforia y entusiasmo por la derrota del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en las elecciones presidenciales aún no desaparece.
“La corrupción, según algunas estimaciones que conozco, le roba uno o dos por ciento anual al crecimiento económico del país”, me comentó un enterado empresario mexicano. “Todos estamos contentísimos de que esa bola de ladrones se vaya del gobierno”. Bueno, no sé si todos. Los priístas andan muy despistados, como si se les hubiera aparecido el chamuco. Pero sí he visto una notable multiplicación geométrica de las sonrisas entre aquellos que votaron por la oposición y desplumaron al PRI.
El ánimo festivo entre algunos mexicanos le ha permitido tener al presidente electo, Vicente Fox, una adelantada luna de miel. Por ahora no se escuchan muchas críticas en su contra. Después de todo, logró la hazaña de aglutinar a los votantes más dispares contra los abusos y excesos de poder de doce presidencias priístas. Además, mientras no designe a su gabinete permanente y empiece a tropezarse con la dificilísima tarea de gobernar una nación donde 60 de sus 97 millones de habitantes son pobres, lo que se escucha respecto a Fox son porras y muestras de confianza.
México está viviendo el momento de la esperanza; es esa pausita de alegría democrática tras las elecciones y antes de la toma de posesion de Fox el primero de diciembre. Luego vendrán las broncas de tratar de transformar las promesas foxistas
–crecer al siete por ciento y crear un millón 350 mil empleos al año, acabar con la corrupción oficial…- en hechos. Pero mientras tanto, en restaurantes, en el metro, en las calles, casas y oficinas he detectado un optimismo inusitado.
Este entusiasmo por el cambio en México se ha visto reflejado en repentinas y ligeras devaluaciones del dolar frente al peso mexicano –históricamente siempre había sido al revés- y en la mejor campaña de imagen y relaciones públicas que haya tenido Mexico en el exterior. La cara de Fox y las historias sobre la “revolución pacífica” en México han aparecido en las principales revistas y noticieros del mundo.
La democracia paga. O como escribía recientemente Guadalupe Loaeza desde España, qué bonito es ser de un país tan democrático. Yo soy de los que pensaba que Mexico nunca sería una verdadera democracia hasta que la alternancia llegara a la presidencia. Y la democracia ya llegó.
La otra tarde una periodista me preguntaba si el presidente Ernesto Zedillo había sido “el heroe” del pasado dos de julio y se me alborotó la úlcera. No, le contesté. Definitivamente no. A Zedillo solo le tocó reconocer lo inevitable; que los mexicanos ya no querían a su partido, el PRI, en la presidencia. Pero el verdadero crédito de la transformación democrática en Mexico es de otros.
Los verdaderos heroes de la jornada del dos de julio son los que lucharon por 71 años–y en algunos casos, hasta murieron- para terminar con “la dictadura perfecta”; son los que trabajaron para que el Instituto Federal Electoral (IFE) -organizador independiente y autónomo de las elecciones- se convirtiera en sinónimo de honestidad y transparencia; son los medios de comunicación que se ganaron a rasguñazos sus espacios de libertad; y son, sobre todo, los 16 millones de mexicanos que votaron por la alternancia.
Esto es lo maravilloso y sorprendente del cambio en México; que se trata de un fenómeno plural. La gente no solo dice: Fox ganó. La gente también dice: con mi voto ayudé a que México cambiara. Pocas veces he visto a votantes tan orgulloso como los mexicanos.
Y me dan envidia (de la buena) porque como mexicano en el extranjero no me dejaron votar. Pero eso no evitó que celebrara el cambio. El tres de julio –un día después de las elecciones y antes de partir a Miami, donde vivo- junté a un grupo de amigos y nos fuimos a jugar futbol al mero Zócalo, a un ladito de la Catedral. Nos divertimos de los lindo, como niños. Dos policías nos checaban con incredulidad pero no se atrevieron a decirnos nada. Las reglas del juego estaban cambiando. El país, por fín, era nuestro.
En medio de esta celebración democrática hay, sin embargo, motivos de preocupación. Existen tantas expectativas puestas en Fox que es imposible que deje a todos contentos. El optimismo se puede desinflar. Además, me preocupa una ola de priístas oportunistas que ahora se están dando baños de democracia y me incomoda un extenso grupo de periodistas que siempre le hicieron el juego al PRI y que ahora pretenden cambiar de piel como de calzones. Supongo que este tipo de hipocresías es inevitable.
Los mexicanos, sin embargo, no están dejando que nada ni nadie les agüe la fiesta. Porque esta fiesta se entiende como una excepción, como un rompimiento de la agobiante realidad marcada por siete décadas de priísmo.
Ya llegarán los tiempos de los trancazos. Pero por ahora domina la esperanza en el cambio. Ojalá se pueda estirar como chicle mas allá, mucho más allá del primero de diciembre.