Los Angeles, California.
Esperanza. Mucha esperanza. Eso es lo que he detectado en montones de pláticas que he tenido durante los últimos días con inmigrantes indocumentados. Como dice la canción de Ricardo Arjona: “el mojado tiene ganas de secarse.” O sea, que legalicen su presencia en Estados Unidos y lo dejen vivir en paz.
Esas esperanzas –y esas “ganas de secarse”- surgen del debate que actualmente se está realizando en el senado en Washington y de las recientes declaraciones que ha hecho el presidente George W. Bush sobre el tema de inmigración. Lo curioso del caso es que, a pesar de que casi todas las noticias que han surgido en los últimos días son malas, los indocumentados siguen con esperanzas de “agarrar sus papeles”.
Estas son las malas noticias.
El presidente Bush ha propuesto enviar 6,000 soldados de la guardia nacional a la frontera que divide a México de Estados Unidos. Pero no tiene mucho sentido que la lucha antiterrorista se traslade a la frontera con Mexico, en lugar de concentrarse en la que separa a Paquistán de Afganistán. Es ahí donde posiblemente esté Osama bin Laden. Osama, seguro, no está en Tijuana ni en Matamoros.
El enemigo de Estados Unidos es Osama, no el indocumentado. El enemigo es Osama, no el gobierno de México. El enemigo es Osama y sus células terroristas, no los inmigrantes que hacen de Estados Unidos un mejor país.
Esos 6,000 soldados hacen más falta allá que acá.
A pesar de los eufemismos de la casa presidencial de Los Pinos, la frontera con Estados Unidos sí corre el riesgo de militarizarse. Los mismos soldados que están peleando en las guerras de Irak y en Afganistán pudieran terminar en Laredo, San Diego y Yuma.
Otra mala noticia es la idea del senado de construir un muro triple de 370 millas entre México y Estados Unidos. Lo irónico es que no importa cuántos muros o soldados se utilicen para evitar la entrada ilegal de inmigrantes desde México por desiertos y montañas porque casi la mitad de todos los indocumentados entran…por avión. Efectivamente. Cada año miles de inmigrantes que llegan a Estados Unidos con visas de turista, negocios o estudiante se quedan más allá del tiempo que les fue permitido. Por eso no sirve poner una solución militar o arquitectónica a un problema económico.
La realidad es que mientras exista esa enorme disparidad de salarios entre Estados Unidos y América Latina los inmigrantes seguirán saltándose el “borde”. Pero el senado –y esta es la última de las malas noticias- solo aprobó la entrada anual de 200,000 trabajadores temporales cuando todo el mundo sabe que cada año entran ilegalmente alrededor de medio millón de personas. ¿Y cómo van a tratar de entrar las otras 300,000? Ilegalmente, sin duda.
Vamos a suponer, como ejercicio mental, que Estados Unidos pudiera cerrar con su ejército y con nuevos muros las 1,952 millas que lo separan de México. Entonces ¿qué piensa hacer con sus 12,383 millas de costas? Entraríamos, estoy seguro, en la época de los balseros mexicanos –a la cubana- y los “coyotes” o traficantes de indocumentados serían llamados “tiburones”.
Las propuestas de enviar tropas a la frontera, contruir nuevos muros, dar pocas visas de trabajo y convertir al inglés en el “idioma nacional” -en claro rechazo a aquellos que prefieren comunicarse en otro idioma- van en contra de aquellos que buscan una solución integral y humanista al problema migratorio. Entonces ¿de donde surge la esperanza de tantos?
La esperanza nace de algo mucho más profundo. Surge de la convicción de que, en el fondo, Estados Unidos es un país de inmigrantes donde la diversidad y la tolerancia a lo distinto es la regla y no la excepción.
Los inmigrantes tienen esperanzas porque, a la hora de la verdad, confían en que la mayoría de los estadounidenses reconozca que ellos son un beneficio, y no un lastre, para la economía y la cultura del país. They get it. De ahí viene su esperanza. Y por eso escogieron a este país para venir.
Al momento de escribir esta columna, es imposible saber si habrá una nueva ley migratoria en Estados Unidos y, mucho menos, adivinar qué elementos incluiría. El objetivo es doble: legalizar a los millones que ya están aquí y permisos de trabajo a los cientos de miles que llegan cada año para que cientos no se mueran en la frontera. Pero acecha la terrible posibilidad de que no pase nada.
En noviembre hay elecciones congresionales y muchas campañas prometen estar cargadas de prejuicios antiinmigrantes. De tal manera que si muy pronto el senado no llega a un acuerdo, pudieran ahogarse indefinidamente las esperanzas de los “mojados”.
Por eso, esta es la hora de secarlos.