Abrazo epistolar
El periodista y escritor Jorge Ramos conversa en exclusiva con El Nuevo Día en la coyuntura de la publicación de quince entrañables cartas a sus hijos.
Por Mario Alegre Barrios
Morir es algo que no nos sucede todos los días y a veces el destino ofrece el privilegio -o la desgracia, poco importa- de descubrir con toda precisión el instante en el que ocurrirá ese hecho excepcional que pone fin de manera irrevocable a nuestra estancia en el mundo de los vivos.
Así pareció haber estado escrito en el libreto existencial del periodista y escritor mexicano Jorge Ramos, quien por unos instantes tuvo la absoluta certeza de que su muerte ocurriría a las 11:29 de la mañana del 8 de diciembre del 2004. Lo supo unos segundos antes -no más de 10- y en ese brevísimo lapso lo alcanzaron de golpe todos sus afectos, de la mano de la triste y apacible certeza de que al minuto siguiente dejaría de estar para seguir viviéndolos.
Poco después sabría que ese día algo se había roto dentro de él. Nada del cuerpo, sino del alma.
La recuerda como una mañana soleada y -por una extraña razón- quizá más hermosa que otras. Conducía desde su hogar en Miami hacia la oficina de su dentista en Fort Lauderdale para una limpieza de rutina. Buscaba una estación en la radio cuando escuchó un ruido extraño. Alzó la mirada y se quedó petrificado: desde el otro lado de la autopista una camioneta había cruzado la isleta con la goma izquierda reventada y se dirigía directamente hacia él a 60 millas por hora. El choque parecía inminentemente mortal y Jorge lo aguardó con la certeza de que nada de lo que hiciera lo evitaría. “Supuse que, dada la situación, debería abrir enormemente los ojos y poner cara de horror”, escribiría después. “Pero mis músculos no reaccionaron. estoy seguro de que si en ese instante hubiera podido verme en un espejo habría encontrado mi cara sin ninguna expresión”.
Sin saber cómo, la camioneta siguió de largo sin apenas rozar su vehículo.
Y la muerte pasó a su lado. Y la muerte lo dejó con vida.
“Me salvé”, pensó.
Desde ese día su existencia jamás volvió a ser lo que había sido hasta ese instante.
Las cartas
Esos pocos segundos fueron el detonante de las quince cartas que Jorge escribió a sus hijos Paola y Nicolás, misivas que con el título El regalo del tiempo acaban de ser publicadas por Harper-Collins.
“Aquella experiencia sobrecogedora fue el detonante de estas cartas”, asevera a El Nuevo Día Domingo desde su residencia en Miami el periodista que es una de las caras iconográficas de los noticiarios de Univisión. “Por unos instantes tuve plena conciencia de que en este momento iba a morir, luego de haber estado en cinco guerras y en infinidad de cosas peores que un choque de autos. Lo que viví esa mañana fue la gota que derramó el vaso y la secuela fue una profunda angustia, hasta que me di cuenta de que al llegar casi a los 50 la muerte está más cerca. Entonces decidí empezar a cambiar muchas cosas, entre ellas, hacerles saber a mis hijos todo lo que significan para mí y todo lo que los quiero. Por eso les escribí estas 15 cartas”.
Jorge explica que en estas cartas “hablan” varias voces porque en ellas explica a Paola -de 20 años y quien estudia Ciencias Políticas en Nueva York- y Nicolás -de 9- todas las cosas que ha aprendido como padre, como hermano, como hijo, como periodista, como viajero y como extranjero. “Esas voces se intercalan y siento que ninguna domina”, apunta. “A veces les cuento cómo eran sus abuelos, en otras les explico lo que aprendí cuando ellos nacieron y también lo terrible que es vivir sin olfato: luego de haberme roto la nariz tres veces lo he perdido totalmente… no huelo nada. Son secretos que había guardado por mucho tiempo y que hasta ahora comparto con ellos y con todos los lectores. En realidad, lo que yo no quería era morirme sin contarles todo esto. No es que sea una despedida adelantada, pero sí tenía la necesidad de escribirles lo importantes que ellos son para mí”.
Mientras se prepara para la gira de presentaciones del libro que estará a la venta a partir del 4 de septiembre y que tiene hasta ahora estaciones en Chicago, Los Ángeles, Houston y Miami, Jorge disfruta la manera como Paola y Nicolás se enfrentan a estas revelaciones epistolares. “Hoy mismo -el miércoles pasado- acabo de hablar con mi hija. Va a la mitad del libro y está muy emocionada y conmovida al enterarse de muchas cosas que no sabía de mí”, dice con voz luminosa. “A Nicolás le leí una carta que le escribí especialmente a él y estaba muy sorprendido. Con una sonrisa y los ojos muy abiertos me dijo: ‘papá, me pusiste en la portada del libro’. Se siente muy orgulloso… como que de pronto se dio cuenta de lo importante que es para mí y eso me llena de una felicidad enorme. Por supuesto, el leerá ese libro cuando sea mayor y lo recibirá de otra manera”.
Sal y agua
Con una carrera periodística tan larga como intensa, Jorge acepta sin ambages que su inmensa pasión por el oficio ha robado mucho a sus hijos y que la aceptación de esta realidad es la motivación fundamental de este libro. “Hace poco estaba leyendo una entrevista a Elena Poniatowska en la que ella dice que lo único que tenemos que darle a la gente que queremos es nuestro tiempo y que a veces perdemos mucho tiempo haciendo otras cosas para darles algo que no es tan importante como el tiempo mismo”, dice. “Sí, a mis hijos les he quitado tiempo por trabajar, por los viajes, por la televisión, por las guerras, por el 11 de septiembre, por los terremotos, por los huracanes, por el Muro de Berlín… tal vez porque me parecía que era lo más indicado, lo más fácil, cuando en realidad ha sido lo más terrible. Creo que, al final de cuentas, lo que estoy intentando hacer, como Marcel Proust, es recuperar el tiempo perdido. Estas cartas son ese intento”.
Jorge confiesa que “éstas son cartas que lloré mucho”, primero, por darse cuenta de todo el tiempo perdido; segundo, “porque hay cartas muy duras”, como la que escribió para despedirse de su padre porque no tuvo la oportunidad de hacerlo en persona. “El murió hace como 10 años. Yo estaba en Miami y él en la Ciudad de México”, recuerda. “Ésta es una de las grandes tragedias de los inmigrantes, de los extranjeros: se nos muere la gente y no podemos estar ahí para despedirnos. Siento que ésta es la carta más dura y que comparto con mis hijos para que conozcan un poco mejor a su abuelo”.
Si bien Jorge acepta que reflexionó bastante antes de decidirse a compartir públicamente estas misivas, al final lo hizo porque son un regalo para sus hijos que “al hacerse en forma de libro tiene una dimensión y una trascendencia mayores”. “También porque espero que de esta manera los lectores se den cuenta de que mi vida es muy sencilla y muy parecida a las de ellos, con la única diferencia de que yo salgo en la televisión. Tengo las mismas preocupaciones y dilemas que cualquier persona común y corriente porque, en esencia, eso es lo que soy: una persona común y corriente”.
Con siete libros publicados a contrapunto con su carrera frente a las cámaras, El regalo del tiempo es para Jorge su texto más visceral, ya que -asegura- los anteriores fueron escritos “de afuera hacia adentro”, anclados a vivencias, a lo que veía y a lo que le sucedía. “Pero estas cartas van de adentro hacia afuera, a partir de las cosas que siento y pienso y que finalmente pude poner en… iba a decir ‘en papel’, pero no, esto me haría sonar muy viejo… que ahora pude poner en una computadora”.
-¿Cuál es la mejor lección que te ha dado el periodismo?
“Oriana Fallaci decía que el periodismo es un gran privilegio y la vez algo terrible”, reflexiona. “Privilegio, porque desde él puedes ser testigo de la historia, porque puedes conversar con las personas que cambian el mundo, pero al mismo tiempo te hace ver lo peor: hablar con los personajes más corruptos y desalmados y presenciar guerras y muerte. Eso es lo que he aprendido del oficio: que desde él se puede ver lo mejor y lo peor de la vida”.
Con un sentimiento paternal renovado por el ejercicio de escribir las cartas que dan sustancia a El regalo del tiempo, Jorge recuerda que antes de que sus hijos nacieran, creyó que su llegada complicaría su vida, pero que ha sido al contrario. “Me han simplificado la vida: una vez que ellos nacieron, las cosas se ordenaron porque supe que ellos son lo más importante. Ahora no tengo la menor duda de que a ellos les debo lo mejor de mí y de mi tiempo… lo mejor de mi atención”.
-Al verte reflejado en este libro… ¿te consideras mejor padre o mejor hijo?
Silencio…
“Mmmm… creo que me falta mucho para ser buen padre y que me falta mucho para ser buen hijo, por la falta de tiempo y pienso mucho en esto. Estoy casi en los 50 y tal vez vivo eso que llaman ‘crisis de la mediana edad’. Deseo fervientemente ser mejor padre y mejor hijo y para eso debo dedicar más tiempo a mis hijos y a mi madre”, apostilla. “Siento que los hijos, como seguramente pasa con los nietos, te obligan a mantenerte joven porque uno piensa ‘¡puta! no me puedo morir ahorita!, tengo que aguantar para el fútbol, las salidas y cargarlos’… Creo que los hijos nos mantienen viva la ilusión por la vida”.
Nos despedimos y pienso: tal vez sea que los hijos también nos preparan para morir mejor… algo que no nos sucede todos los días.