Nadie sabe más sobre los casos de abuso sexual por parte de sacerdotes católicos contra menores de edad que el actual Papa Benedicto XVI. Y nadie puede hacer más que él para castigar a los responsables y evitar que estos crímenes se repitan en el futuro. Pero la pregunta es si Joseph Ratzinger tendrá la valentía y entereza moral para hacerlo. Es un nuevo Papa ante un viejo abuso.
Ratzinger, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se encargó de analizar e investigar a partir del 2001 todos los casos de abuso sexual dentro de la iglesia católica. Todos los viernes por la mañana, tal y como lo reportó el diario The New York Times, Ratzinger revisaba los casos de abuso sexual que le enviaban obispos de todas partes del mundo. Era, como él mismo lo admitió, su “penitencia de los viernes.”
Pero era una “penitencia” secreta. Los casos eran revisados en absoluta confidencialidad y muy pocas veces se hicieron públicos. Hasta que explotó en el 2002 el escándalo de abuso sexual dentro de la iglesia católica norteamericana.
Para enfrentar la crisis, la Conferencia Nacional de Obispos Católicos designó un panel investigador y lo que encontró fue monstruoso: de 1950 a la fecha 4,392 sacerdotes habían violado y abusado sexualmente a 10,667 menores de edad y adolescentes.
Cuando el escándalo apareció en todos los medios de comunicación del mundo, Ratzinger, en lugar de salir a defender a las víctimas, decidió atacar a la prensa norteamericana. “En Estados Unidos, hay noticias constantes sobre este tema, pero menos del 1 por ciento de los sacerdotes son culpables de actos de este tipo”, dijo Ratzinger durante una visita en el 2002 a España. “Por lo tanto, uno llega a la conclusión que hay un deseo de desacreditar a la iglesia.”
Ratzinger, sin embargo, estaba equivocado. Cuando se dio a conocer el reporte de la Conferencia Nacional de Obispos Católicos se supo que el 4 por ciento de todos los sacerdotes –y no el 1 por ciento como había dicho Ratzinger- estaban involucrados en algún tipo de abuso sexual contra niños. El actual Papa nunca se disculpó ni corrigió públicamente sus acusaciones contra la prensa estadounidense.
Hay más. Ratzinger, en lugar de dar a conocer los nombres de todos los sacerdotes criminales y entregarlos a la justicia, decidió mantener en secreto la información. Muchos de estos sacerdotes, lejos de terminar en la cárcel, fueron transferidos de parroquia sin advertir de su peligrosidad a la comunidad a la que fueron trasladados. El Vaticano, no hay duda, prefirió proteger a sus sacerdotes y no a las víctimas de sus abusos.
El peligro es que este patrón de encubrimiento se haya extendido también en casos de abuso sexual en otras partes del mundo. Veamos dos ejemplos en América Latina.
El sacerdote católico, Enrique Delgado –quien se hizo famoso por sus sermones por televisión en Costa Rica- fue condenado a 21 años de prisión por abusar sexualmente de niños en su parroquia de Alajuela, cerca de la capital, San José. ¿Por qué la iglesia no denunció este caso y se esperó a que lo hiciera, por su cuenta, la justicia costarricense?
El otro caso es el del fundador de la Legión de Cristo, Marcial Maciel. A principios de diciembre del 2004, antes de la muerte del Papa Juan Pablo II, Joseph Ratzinger decidió abrir una investigación sobre las acusaciones de que el padre Maciel había abusado sexualmente de al menos 8 estudiantes durante dos décadas a partir de 1943. Como el asunto se está manejando con absoluto secretismo, nadie sabe en qué parará la investigación respecto a este sacerdote de 85 años de edad quien vive en Roma.
Pero el libro El Legionario de Alejandro Espinosa (publicado por Grijalbo en el 2003) da una clara idea de algunos de los abusos investigados.
Los casos de los padres Delgado y Maciel obligan a preguntarnos si el abuso sexual de sacerdotes en América Latina está más extendido de lo que ha reconocido públicamente la iglesia católica. Si el 4 por ciento de todos los sacerdotes norteamericanos han estado involucrados, durante el último medio siglo, en casos de abuso sexual ¿existen porcentajes similares en Latinoamérica, Europa, Asia y Africa? No lo sabemos. Pero el nuevo Papa, Benedicto XVI sí lo sabe y él nos lo podría decir…si quisiera.
Joseph Ratzinger tiene en sus manos la enorme posibilidad de limpiar a la iglesia católica de criminales encubiertos en sotana. El conoce todos y cada uno de los nombres de sacerdotes, en todas partes del mundo, que han violado y abusado sexualmente de niños. Si quiere empezar bien su papado y recuperar la credibilidad perdida de la iglesia por este escándalo, Benedicto XVI puede dar el ejemplo y poner a estos violadores en la cárcel. ¿Lo hará?
Posdata. El Vaticano ha establecido un correo electrónico para enviar mensajes de felicitación al nuevo Papa. Pero este es también un excelente canal de comunicación para que Benedicto XVI sepa lo que piensan los hispanoparlantes sobre los abusos sexuales de sacerdotes en América Latina. Esta es la dirección electrónica: benedictoxvi@vatican.va