Del tirano di todo: di más
José Martí
Miami
Acabo de releer el libro El Otoño del Patriarca de Gabriel García Márquez y resulta difícil de creer que lo hubiera escrito pensando en el dictador chileno Augusto Pinochet y no en su amigo Fidel Castro. Cuando lo terminó de escribir, en el 75, Fidel ya llevaba 16 años en el poder pero aún tenía deslumbrados y engañados a escritores e intelectuales de este y del otro lado del Atlántico. El deslumbramiento siguió, incluso, durante la primera cumbre iberoamericana en 1991 cuando Castro fue recibido como un seudohéroe en Guadalajara -del brazo de Carlos Salinas de Gortari. Pero al dictador cubano ya se le cayó el teatrito.
“…gobernaba como si se supiera predestinado a no morirse jamás…” (El Otoño del Patriarca, pag 7) ” …ya está compadre, ya está, se acabó la vaina, de ahora en adelante voy a mandar yo solo sin perros que me ladren…”(pag 28)”
Nadie que se considere un demócrata se traga a un régimen que no ha tenido elecciones multipartidistas en más de 43 años y que mata, encarcela u orilla al exilio a opositores, disidentes políticos, periodistas independientes y hasta a familiares que incomodan a Castro. En la novela el general manda a matar a su mujer y a su hijo; 60 perros los descuartizan y se los comen vivos. En la realidad, quienes han conocido las cárceles y torturas del castrismo cuentan también historias de horror. Por eso sorprenden las cavernícolas y trasnochadas declaraciones de priístas -incluyendo al expresidente Miguel de la Madrid- que suspiran por otras épocas en que México daba su apoyo incondicional a la dictadura. El reciente voto del gobierno de Vicente Fox contra Cuba en la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra coloca a México, por fín, en el lado correcto de la historia: con la democracia y con la defensa de los derechos humanos. No se vale pelear por la democracia en México y no hacerlo, también, por la de Cuba.
“…siempre había otra verdad detrás de la verdad…” (pag 37)
La divulgación que hizo Castro de una conversación telefónica privada con Fox perjudicó, sin duda, la credibilidad del presidente mexicano. ¿Qué se siente trabajar para un gobierno mentiroso? le preguntó recientemente un estudiante al secretario de gobernación, Santiago Creel. Esto se suma a la percepción de muchos mexicanos de que Fox no ha cumplido sus promesas de campaña. Pero Castro también esconde sus verdaderas intenciones. Su rabieta con Fox y el canciller Jorge Castañeda es un nuevo intento de desviar la atención: que la gente hable de la pelea con México y no del carácter represivo de su dictadura. Así opera Castro para seguir montado en la mula del poder. Además, divulgar una plática privada fue una decisión senil, traicionera, de detective barato y contraproducente. ¿Qué presidente, en su sano juicio, se atreverá ahora a hablar de temas importantes con Castro por teléfono?
“…más solo que nunca bajo la vigilancia feroz de una escolta cuya misión no parecía ser la de protegerlo sino de vigilarlo…” (pag 184)
Castro está más solo que nunca. La bronca sobre un asunto secundario -su participación de Fidel en la reunión de Monterrey- le costó enemistarse con un aliado de 100 años. Peor aún. México ahora no tiene ninguna motivación en presionar o discutir con Estados Unidos el levantamiento del embargo contra la isla. Al mismo tiempo, Uruguay rompe relaciones con Cuba y el presidente del congreso peruano, Carlos Ferrero, asegura que “el tema de fondo es que en Cuba no hay prensa libre, no hay elecciones, no hay partidos políticos, no hay competencia, y en consecuencia no hay democracia.” Tres strikes contra Castro. Los políticos demócratas del continente lo rehuyen como si fuera un apestado. Fidel es el que más ha perdido en los últimos días.
“…cantaban que ahí viene el general de mis amores echando caca por la boca y echando leyes por la popa…”(pag 65)
Los cubanos, en la calle, se burlan constantemente de Fidel. Eso lo constaté durante mi primer y único viaje a la isla en el 98. Pero también le tienen miedo. Casi nunca mencionan su nombre en público. En cambio, juntan con picardía el pulgar y el índice a la altura de la boca para referirse a su barbudo líder. El miedo a ser descubiertos por los “segurosos” (agentes de la seguridad del estado) riéndose o burlándose de Fidel se nota en los ojos nerviosos, bailarines, alertas, de los cubanos. ¿Y que hacen sus principales colaboradores? Son invitados de piedra. Congelados. Sin vida propia. Miren, nada más, como ninguno de ellos se atreve a interrumpirlo en sus maratónicas presentaciones por televisión. Nadie, parece, se atreve a decirle la verdad a Fidel.
“…el régimen no estaba sostenido por la esperanza ni por el conformismo, ni siquiera por el terror, sino por la pura inercia de una desilusión antigua e irreparable, salga a la calle y mírele la cara a la verdad, excelencia, estamos en la curva final…”(pag 200)
En la última década he escuchado varias veces, aquí en Miami, que Castro se ha muerto…para después resucitar. Igualito que el general de la novela de García Marquéz. Y cada vez que oigo que Castro está muy enfermo, desmayado o en el hospital, reaparece en un video rozagante y gritón. Viene, me temo, de una familia de longevos. Pero independientemente de cuántos años más viva -tiene 75- su dictadura ya está en la curva final. El respeto que tuvo en un principio la revolución cubana ha quedado embarrado de sangre y de muertos y de abusos. Castro se quedó de último y no se ha enterado que ya terminó la fiesta de los caudillos. Triste sería, sin embargo, que Castro nunca enfrentara un tribunal internacional por sus crímenes contra la humanidad -como Milosevic- o que muriera lejos de una cárcel -como Franco.
“…cien años ya, carajo, cien años ya, cómo se pasa el tiempo.” (pag 176)
Por ahí he escuchado que el propio escritor prefiere El Otoño del Patriarca a sus Cien Años de Soledad. Yo también. Sus párrafos largos, fluidos como torrentes joycianos, describen la podredumbre y soledad de un viejo demente y perverso que gobierna para sí mismo. Y en el ejercicio se lleva a todo un país entre las patas. Hay páginas completas que, si no fueran literatura de la buena, podrían pasar como una maravillosa crónica periodística del otoño de Fidel. Qué raro que García Márquez no lo escribió pensando en Fidel. Qué raro.
“…los cohetes de gozo y las campanas de gloria (…) anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado.” (pag 220)