A veces quedarse callado es un pecado. Otras es un crimen.
Hace unos días un sacerdote católico me apuntó con el índice de su mano derecha en un pasillo del aeropuerto de Miami. Yo, ingenuamente, extendí mi brazo pensando que me iba a saludar. En cambio, me empezó a gritar:
-“Tú has escrito varias cosas contra la iglesia”, dijo en tono amenazante.
-“No, padre”, le contesté. “He escrito en contra de los sacerdotes católicos que han abusado sexualmente de niños”.
Fue inútil tratar de razonar con él. Empezó a atacarme a nivel personal y cuando intenté responderle me dejó con la palabra en la boca. Lo vi alejarse con su cuello clerical bien lavadito mientras agitaba los brazos y gritaba no sé qué cosas al aire. Ni siquiera me dijo su nombre.
Lo que me incomoda de religiosos como él es que parecen estar más preocupados por proteger a los sacerdotes acusados de violaciones y abuso sexual de menores de edad que en defender a los niños afectados. La actitud de intransigencia del padre que me encontré en el aeropuerto, tristemente, se repite en otros lugares.
El cardenal de Boston, Bernard Law, fue obligado a reconocer -en una audiencia judicial dada a conocer recientemente por la prensa- que nunca le avisó a los parroquianos de Massachussets que algunos de los sacerdotes de su congregación habían sido acusados de abuso sexual infantil o que, incluso, habían admitido su culpa en esos crímenes. El cardenal Law está acusado de negligencia; dicen que no hizo nada para evitar el abuso sexual del sacerdote Paul Shanley contra cuatro niños.
Law también reconoció que escondió por años que los sacerdotes John Geoghan, Eugene O’Sullivan y Daniel Graham habían sido acusados de distintos crímenes sexuales contra menores de edad. En vez de enviarlos a la cárcel o retirarlos de la iglesia, estos religiosos fueron transferidos de parroquia. Si el cardenal hubiera avisado públicamente de esos casos, varios niños se hubieran salvado de caer en sus manos. Pero Law pecó al quedarse callado. Y esa actitud es criminal. En otras palabras, el cardenal Law prefirió proteger a los sacerdotes bajo su cargo en lugar de cuidar a los niños que iban a las escuelas y parroquias de su arquidiócesis.
El silencio puede matar. Por la arrogancia y prepotencia de muchos sacerdotes católicos que guardaron silencio ante los abusos de sus colegas, hay cientos de vidas destrozadas. Solo en Estados Unidos hay por lo menos 218 sacerdotes acusados de abuso sexual infantil. 218. Es imposible pensar que estos crímenes ocurrieron sin que otros religiosos se dieran cuenta de lo que estaba pasando. Aquí son culpables tanto los sacerdotes que cometieron el crimen como los que se quedaron callados y no denunciaron nada a la policía.
En Estados Unidos estos casos se están ventilando en las cortes, en la prensa y pudieran costarle a la iglesia miles de millones de dólares. Sin embargo, en América Latina el silencio es aterrador. No se han dado a conocer los nombres de los sacerdotes que han sido acusados de abuso sexual infantil ni de los que han admitido ante sus superiores conductas impropias.
En México, por ejemplo, las más altas figuras en la jerarquía de la iglesia católica se escandalizaron y criticaron sin límites la película “El Crimen del padre Amaro” (aún sin haberla visto). Ojalá que la misma energía que se ha utilizado para desprestigiar y censurar una obra de ficción sea utilizada para investigar, informar y castigar a los sacerdotes mexicanos, de carne y hueso, que han violado y abusado sexualmente de menores de edad.
¿Dónde están esas listas de sacerdotes criminales? En ningún lado. Ni en México, ni en Honduras, ni en El Salvador, ni en Colombia, ni en Argentina… Muchos quisieran hacernos creer que el abuso sexual infantil es un problema “norteamericano”. Sin embargo, no es así. Los casos existen también en América Latina. La diferencia es que la iglesia católica en Latinoamérica, aprovechando su enorme poder e influencia, ha logrado acallar críticas y denuncias similares a las que hacen titulares casi todas las semanas en los diarios de Estados Unidos.
El entusiasmo que ocasionó la visita del papa Juan Pablo II a Guatemala y México no debe utilizarse como una manta de impunidad para esconder a sacerdotes criminales e intimidar a quienes exigen la apertura de los archivos de la iglesia. Cada día que pasa sin denunciar a los religiosos pederastas que han violado sus compromisos sacerdotales se pone en peligro a un sinnúmero de niños. Los niños en América Latina tienen exactamente el mismo derecho que los niños norteamericanos de ser protegidos de adultos perversos, con sotana o sin ella.
A veces quedarse callado es un pecado. Otras es un crimen.
Posdata de novatadas foxistas. ¿Nadie le dijo al presidente Fox que unos días antes de su planeado viaje a Texas iban a ejecutar a un mexicano? Alguien no hizo bien su tarea. ¿Nadie le dijo a Fox que el presidente Bush no puede detener ninguna ejecución en Texas? Bush no tenía nada que ver con eso. Alguien no hizo bien su análisis. ¿Nadie le dijo a Fox que hay elecciones en Texas en noviembre y que el gobernador Perry no podía darse el lujo político de detener la ejecución de Javier Suarez Medina porque perdería su reelección? Fox, al cancelar su viaje al rancho de Bush en Crawford, Texas, se vió muy verde. No solo cometió varias novatadas sino que se arrinconó en un callejón sin salida al ponerse del lado de un asesino. Suarez Medina era mexicano, sí, pero también era un asesino. La pena de muerte -estoy de acuerdo- no sirve para nada. Sin embargo, el gesto del presidente de México tampoco sirve: quienes más perdieron con la cancelación del viaje de Fox son los cuatro millones de mexicanos indocumentados en Estados Unidos que seguirán esperando por una amnistía.