Quito, Ecuador.
No le gusta que le digan “coronel” o “ingeniero”. Prefiere que le llamen, simplemente, “Lucio”. Pero, eso sí, detesta que le digan que es un “militar golpista”.
Lo más raro del nuevo presidente de Ecuador, Lucio Gutierrez, es que no se considera a sí mismo como un militar golpista. Por el contrario, él solo acepta haber participado en una “rebelíon popular” -así le llama- que culminó con la caída el 21 de enero del 2000 de Yamil Mahuad, un muy impopular pero legítimamente elegido presidente de Ecuador. “Yo no me levanté; esa es la falsa imagen que hay en el exterior”, me dijo el coronel en una entrevista. “El que se levantó fue el pueblo”.
La historia, sin embargo, dice otra cosa. En un discurso que Gutierrez pronunció -y que aparece publicado en la interent- él reconoció: “En la noche del 20 de enero del 2000, con cuatro capitanes del ejército…planificamos la toma del congreso de la república”. Pero cuando lo enfrente con esa cita, Gutierrez me dijo que yo la había “sacado de contexto”. En realidad, a quien los militares (encabezados por Gutierrez) sacaron de contexto y del poder fue a un presidente en funciones.
Eso, quizás, ya no tiene mayor importancia porque Gutierrez ganó legalmente las pasadas elecciones presidenciales. Es decir, los ecuatorianos -como hace cuatro años hicieron los venezolanos- escogieron a un militar golpista como su líder.
Las comparaciones entre Hugo Chavez y Lucio Gutierrez son inevitables. Cuando le pregunté si él era “el Chavez de Ecuador”, contestó: “Definitivamente no; soy el Gutierrez de Ecuador”. Aunque la duda sigue ahí. Meses después de rebelarse en el 2000, Gutierrez dijo que “la cruzada de Chavez será emulada en todo los países (y) para mí ha sido un ejemplo”. Sin embargo, durante la entrevista, el coronel sonó más cauteloso: “Yo no me quiero distanciar (de Chavez) ni tampoco acercar”.
Gutierrez negó enfaticamente viejas versiones de prensa que sugerían que había recibido dinero o ayuda de Chavez, de las guerrillas colombianas de las FARC o del mismo Fidel Castro. Sin embargo, se rehusó a catalogar a Castro de dictador y a Cuba de dictadura. “Yo no quiero calificar a ningún presidente”, me comentó.
“¿Es usted un hombre de izquierda?”, pregunté. “Yo soy un hombre más pragmático, no tengo la formación ideológica de izquierda”. Y para probarlo me dijo que su fórmula para combatir la pobreza -70 por ciento de los 12 millones de ecuatorianos son pobres- incluye la creación de trabajos con la ayuda de empresarios.
Gutierrez, sí, puede ser un hombre práctico pero por lo que vi en el hotel La Colina, la organización no parece ser su fuerte. Ese hotel de cinco pisos en Quito fue su oficina temporal hasta la toma de posesión. Y ahí vi, arremolinándose frente a la puerta de la suite donde atendía, masas de colaboradores exhaustos y con los ojos rojos, oportunistas armados de celulares, militares arrimados y gente buscando un puesto -el que fuera- en el nuevo gobierno. En su escritorio se apilaban decenas de curriculums sin revisar y no tenía ni siquiera una computadora en las dos mesas pegadas que formaban su improvisado escritorio.
Pero aún sin computadora o laptop -¿se puede gobernar en el tercer milencio sin e-mail o correo electrónico?- hay que sumarle puntos a Gutierrez por haber incluído a una indígena, Nina Pacari, como canciller y por crear una oficina que atienda a los más de dos millones de inmigrantes ecuatorianos que hay en el exterior. Ningún presidente ecuatoriano había abrazado a estos dos grupos -indígenas e inmigrantes- de esa manera.
También se destaca que Gutierrez ha dejado de usar su uniforme militar sobre su, todavía, atlético cuerpo. El coronel -de 45 años de edad, piel morena, que apenas sobrepasa el metro con 60 centímetros (5’7’’) y con unas entradas, incipientes, en su pelo negro- fue medallista sudamericano de pentatlón. Cuando hablamos, él iba vestido de camisa azul claro, corbata ultraconservadora de cuadritos negros y un traje nuevo gris cuyo saco le quedaba ligeramente grande. “El negro no se le ve bien”, me dijo una de sus asistentes. El verde olivo, obviamente, tampoco.
El coronel ganó las elecciones con un mensaje anticorrupción. “En mi gobierno nadie va a robar”, me prometió. El ha declarado que su patrimonio personal -incluyendo un par de propiedades- es de unos 450 mil dólares. Su salario de cuatro años como presidente no pasará los 400 mil dólares. O sea que, aún si Gutierrez no tuviera gastos personales, en el 2006 no debería tener más de 850 mil dólares. “¿Y si nosotros regresamos (a Ecuador) dentro de cuatro años y usted tiene más de un millón de dólares?”, lo cuestioné. “Ahí me cuelgan”, me dijo.
Al final, volvimos al tema de su cuestionada vocación democrática. El dice que no ha participado en ningún golpe militar pero que, bajo ciertas circunstancias, entendería un alzamiento militar contra él. “Si a su gobierno lo acusan de corrupto o de mal administrador ¿estaría bien que unos militares se levantaran contra usted?” le pregunté. “En mi caso sí”, contesto sin titubear. “Y no solamente que se levanten; ojalá me fusilen”. Eso me dijo y tengo la grabación por si se ofrece.
La experiencia de un militar golpista como presidente ha resultado catastrófica en Venezuela; Chavez ha dividido al país y busca eternizarse en el poder. Ahora Gutierrez tiene el reto de demostrar que no todo militar golpista es un aprendiz de dictador y que -al menos en Ecuador- puede convertirse en un verdadero demócrata. Ya veremos.