Artículos

EL VATICANO FUERA DE LA RECAMARA

Católicos o no, a todos nos afecta lo que piense el nuevo Papa. Será el líder espiritual de uno de cada seis habitantes del mundo y tendrá más influencia moral que cualquier otra persona en el planeta. No es la fuerza militar, política y económica que recae en el presidente de Estados Unidos. Pero sí es la fuerza de sus ideas. Y son precisamente esas ideas las que nos deben preocupar.

Juan Pablo II no fue un Papa liberal; reafirmó los preceptos más tradicionales de la iglesia católica. El peligro ahora es que el nuevo pontífice se rehuse a modernizar el catolicismo e insista en ideas retrógradas que fomenten la desigualdad y el desconocimiento de avances médicos.

Lo primero que incomoda de la iglesia católica es la forma tan distinta en que trata a los hombres y a las mujeres. ¿Cómo es posible que en pleno siglo 21 se le prohiba a una muchacha ser sacerdote o sumo pontífice por el simple hecho de ser mujer? ¿Acaso no se puede pensar en una mujer con la capacidad de ser líder de la iglesia?

Toda la educación que ha recibido mi hija Paola, de 18 años, se basa en el principio de que ella puede aspirar a cualquier cosa y que no hay absolutamente ninguna circunstancia, ¡ninguna!, por la que se debe sentir inferior a un hombre. Pero Paola, que por su propia voluntad hizo la primera comunión, se enteró poco después que su religión la discriminaba ya que no le ofrecía las mismas alternativas y oportunidades que a los hombres. ¿Por qué? Solo por ser mujer.

No es extraño, entonces, que las mujeres jóvenes se aparten de la iglesia católica y la perciban como una institución machista. Las instituciones más justas del mundo son las que tienen a más mujeres incorporadas en sus altos rangos pero este no es el caso de la iglesia católica.

Me pregunto si una iglesia con cardenales mujeres hubiera protegido y ocultado de la misma manera a los más de cuatro mil sacerdotes hombres que violaron y abusaron sexualmente a cerca de10 mil jóvenes y niños en Estados Unidos. Supongo que no. La gran ironía es que una buena parte de los sacerdotes involucrados en este escándalo son homosexuales pero representan a una iglesia que, oficialmente, rechaza a los homosexuales y que, contrario a lo que dice la medicina, considera a la homosexualidad como una “enfermedad”.

El celibato es otro de los conceptos que mantiene a la iglesia católica atorada en el pasado. Las restricciones sexuales que impone el celibato pueden estar en el centro mismo del escándalo que protagonizó la iglesia católica norteamericana y que, posiblemente, se esté repitiendo en otros países sin nuestro conocimiento. ¿Que tiene que ver la vida sexual con el amor que un sacerdote pueda tener por el prójimo y por dios? El celibato, hay que estar claros, fue una práctica impuesta por los hombres 11 siglos después de la muerte de Jesucristo y, por lo tanto, es reversible.

Y ya que estamos hablando de asuntos de cama, es preciso que el Vaticano se salga de la recámara de los católicos. Esto es, vaya coincidencia, lo mismo que exigen los musulmanes a los mulhas que dirigen el islamismo. La decisión, por ejemplo, de usar pastillas anticonceptivas o condones debe ser tomada por una pareja, no por su iglesia.

Este es, precisamente, uno de los temas en que el catolicismo ha perdido mayor credibilidad. Millones de mujeres católicas toman anticonceptivos y millones de hombres católicos usan condones, en abierta violación de los preceptos de su religión. Estos católicos desafían abiertamente las enseñanzas de su iglesia porque saben que, en ese aspecto, los sacerdotes se equivocan, no tienen conocimiento directo ni experiencia o no están en sintonía con la realidad.

Asímismo, el Vaticano ha cerrado los ojos a las incontrovertibles evidencias científicas de Naciones Unidas y de la Organización Mundial de la Salud que aseguran que el uso de condones puede disminuir la epidemia de sida a nivel mundial, particularmente, en Africa. El Vaticano puede decir misa pero ahí están los resultados concretos. La prohibición de la santa sede respecto al uso de condones, lejos de salvar vida, las pone en peligro mortal frente al sida.

Por ideas como las anteriores, el catolicismo ha perdido a millones de fieles en Europa. Solo el cinco por ciento de los franceses van a misa. Y los matrimonios en España e Italia no tienen todos los hijos que dios les manda y reportan, por el contrario, uno de los niveles de natalidad más bajos del mundo: solo un hijo por familia.

A pesar de la clara disminución de católicos practicantes en Europa, el número de católicos en el mundo se ha mantenido estable durante los últimos 10 años –en mil cien millones de creyentes- gracias al crecimiento sostenido de la iglesia en Africa, Asia y América Latina. Pero los frecuentes cuestionamientos a las ideas que rigen el catolicismo, que ya son patentes en esos continentes, aunados al crecimiento de las iglesias protestantes y del islamismo, sugieren que el catolicismo tiene que ajustarse a la nueva realidad para no perder más fieles, seminaristas e influencia moral.

Sin cambios importantes en sus prácticas y conceptos centrales, la iglesia católica corre el riesgo de convertirse en irrelevante en un mundo cambiante. No se trata, por lo tanto, de llenar los zapatos de Juan Pablo II. Al contrario, de lo que se trata es que el nuevo Papa camine en sus propios zapatos y nos presente a todos, catolicos y no católicos, ideas y acciones que fomenten la igualdad entre el hombre y la mujer, que no discriminen a nadie, que protejan a los niños frente a sacerdotes violadores y no viceversa, que no le teman ni prohiban libros como El Código Da Vinci –una prohibición tardía, absurda y contraproducente- y que permitan que las parejas tomen las decisiones respecto a su sexualidad con plena libertad.

La religión, sin duda, tiene su lugar en nuestra sociedad, pero ese lugar no es la recámara ni el gobierno.

Previous ArticleNext Article

Deja una respuesta

Top