Lo primero que me llamó la atención de Clara Rojas fue su vestido. Ella se veía muy a gusto en él: de cuadros rojos y café, holgado y por debajo de la rodilla. Pensé que se lo acababa de comprar. Después de todo, Clara había pasado casi seis años secuestrada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y disfrutaba sus primeras semanas de libertad. Pero supuse mal.
“Hay cositas en el armario y este vestido en particular le tenía especial aprecio desde hace tiempo”, me dijo. “Me lo había regalado alguien que aprecio mucho…y eso es también parte de sentirse seguro mientras uno esta en un proceso de cambio. Es como volver otra vez a las cosas que uno tenía.”
Y lo que tenía Clara, además de ese vestido, era la esperanza de convertirse en vicepresidenta de Colombia. Pero fue secuestrada por las FARC, junto con la excandidata presidencial, Ingrid Betancourt, en febrero del 2002.
“¿En qué momento te diste cuenta que eso era para largo, que era un secuestro que no iba a resolverse en días o en semanas?” le pregunté. “Cuando nos dicen: ‘¿cuál es la talla de sus zapatos? Les vamos a traer una ropa’…es un decantar que, efectivamente, nos quieren tener ahí un tiempo.”
Durante su primer mes de captura, Clara e Ingrid trataron de escapar. Pero se perdieron durante unos cuatro días en la selva. “No hay para donde coger por más que tú mires al sol”, recordó. “Para mí no era fácil poder orientarme con el sol por la espesura de los árboles.”
Finalmente, las recapturaron y las castigaron. “Nos amarran a los pies contra un árbol”, recuenta. Y luego les mataron, frente a sus ojos, un tigre y una serpiente. “ O sea, nos amenazaron con matarnos.”
El cautiverio, el aislamiento, las pésimas condiciones de vida y la desesperanza, lejos de hacerle dudar de sus creencias religiosas, las reforzaron. “Reafirmé mi fe”, me dijo. “Yo tengo conciencia de que mi situación personal es un milagro. El hecho de que yo haya podido salir libre, de que mi hijo esté vivo, para mí es una situación de milagros.”
Se refiere a Emanuel, quien está a punto de cumplir cuatro años y a quien dio a luz en la selva. El parto fue muy complicado y el niño sufrió una seria lesión en el brazo. Ante la deficiente salud del niño, los guerrilleros lo separaron de su madre y se lo dieron a un campesino que, a su vez, lo entregó al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar donde lo curaron, cuidaron y alimentaron.
La prensa colombiana e internacional, en una extraordinaria actitud de respeto, no ha publicado ni dado a conocer la cara del niño. Pero aún hay muchas especulaciones respecto al padre de Emanuel (¿un guerrillero?) y sobre el tipo de relación que tuvieron. Clara, en este asunto, ha guardado un casi absoluto hermetismo.
“Sí”, reconoció. “La gente también me pregunta, pero yo prefiero no hablar del tema por ahora. Quizás en un momento más adelante lo hago. Por ahora me parece que no es el momento adecuado.”
Lo que sí sabemos es que lo primero que Clara quiso hacer, luego de ser liberada en territorio colombiano y llevada a Venezuela, fue ver a su hijo.
Tras tres años sin verlo, “¿te reconoció?”, pregunté.
“Por supuesto”, respondió con una enorme sonrisa. “En el primer momento.”
La entrevista con Clara la tuvimos en un estudio de televisión en Miami, un día antes de que llevara a su hijo Emanuel a Disney World en Orlando. Era un buen momento.
Pero aún así me quedé con la impresión de que el cautiverio había dejado una marca indeleble en Clara. Cada palabra que pronunciaba salía con un enorme esfuerzo, como si fuera arrastrada desde un lugar al que pocos seres humanos han ido.
Contrario a lo que ha ocurrido con otros secuestrados, Clara tiene una segunda oportunidad en la vida. Vivirá en Colombia, sabe que tiene una “responsabilidad social” y me dijo que considera escribir un libro. En sus gestos encontré agradecimiento, mucho, pero no felicidad. Todavía no.
Eso tenía dos explicaciones: una, Clara venía de un infierno verde; y dos, que aún tiene una asignatura pendiente. Mientras Ingrid Betancourt no esté libre, la mente de Clara tampoco lo estará.
Clara vio directo a la cámara y, esperando que sus palabras llegaran de alguna manera a Ingrid, terminó así la entrevista: “Ingrid, lo que yo quiero decirte es que sigo pensándote mucho. Lo que más quisiera…es que tú vuelvas libre y que vuelvas muy pronto. Dios quiera que con la ayuda de tantas personas que ayudaron a mi liberación, también hagan posible que tú estés aquí presente, con los tuyos, con tus hijos. Es lo que más quisiera.”
Y de pronto, tras pronunciar esas palabras, el vestido de Clara quedó suspendido en el aire, como si la mujer que lo llevaba puesto se hubiera ido a otro lado.