Monterrey, México
La pregunta del reportero fue brutal. ¿Quién miente? ¿el gobierno de México o el régimen de Cuba? Con una cara de “yo no fui” -que nunca le conocí cuando era candidato- el presidente mexicano, Vicente Fox, toreó la pregunta. Era obvio su malestar. Era el gran momento de Fox -había culminado con éxito la Conferencia sobre el Desarrollo y tenía a un ladito al presidente de Estados Unidos, George W. Bush- y un impertinente periodista le preguntaba en la conferencia de prensa sobre la súbita partida de Fidel Castro de ésta ciudad. De los ojos de Fox salían, como en las caricaturas, flechitas.
Fox hubiera preferido -no, más bien, le hubiera encantado- que le preguntaran sobre el plan de legalización para indocumentados o respecto al desmantelamiento del narcoclan de los Arellano Félixo o de sus ideas para acabar con la pobreza en el mundo. Pero no. La pregunta era, otra vez, sobre la brusca despedida del líder cubano; pregunta molona, difícil de quitar, como una piedrita en el calcetín.
El “Fidelazo” es como la prensa mexicana bautizó el “pancho” o escandalito surgido por el inesperado retiro de Castro de la cumbre de Monterrey. Ricardo Alarcón, quien quedó como representante cubano ante la Conferencia, aseguró que la cancillería mexicana presionó para que Fidel se fuera de la ciudad antes que llegara el presidente de Estados Unidos. La Secretaría de Relaciones Exteriores insistió -en linea con lo dicho anteriormente por el jefe Jorge Castañeda- que eso no era cierto. Alguien está mintiendo, sin duda, mientras las relaciones México-Cuba se van en picada tras este incidente y el de la embajada mexicana en la Habana. Pero eso no es lo importante.
Lo importante es que Fidel Castro se ha convertido en un visitante incómodo donde quiera que vaya. El dictador cubano es el apestado de moda. Sus viajes, en lugar de causar ilusión o esperanza, son vistos con preocupación por sus anfitriones; esas visitan suelen provocar controversias y broncas innecesarias.
Una encuesta realizada por el reconocido investigador Sergio Bendixen concluyó recientemente que la mayoría de los latinoamericanos -con la excepción de los argentinos- tiene una opinión negativa sobre Castro. Esto es nuevo. Lejos, muy lejos, quedaron los días en que Castro caminó por el centro de Guadalajara, México -durante la primera Cumbre Iberoamericana en 1991- y fue recibido por los jalisciences con aplausos y papelitos de colores. Esta vez se fue prácticamente expulsado de Monterrey.
¿Qué ha pasado? ¿Qué ha cambiado? Bueno, varias cosas. La tolerancia hacia el dictador de Cuba se ha desgastado; incluso quienes lo defendían al principio de la revolución cubana ahora se han dado cuenta que en la isla se violan todos los días, a todas horas, los derechos humanos. Además, ya no hay país del hemisferio que, después de su parto democrático, pueda respetar un régimen que no tiene elecciones pluripartidistas desde 1959. Y los periodistas latinoamericanos han entendido muy bien que estar contra las dictaduras, tanto de derecha como de izquierda, es estar del lado correcto de la historia. Sí, claro, Castro es un personaje interesante y los reporteros lo perseguimos donde esté. Pero lo hacemos como se persigue a un pájaro raro en vías de extinción.
La isla de Cuba está más aislada que nunca, valga la redundancia. Y la culpa es de Castro. En un mundo globalizado que tiende cada vez más a la apertura, sus ideas son viejas, irrelevantes y huelen a cerrazón y a podrido.
Cuando me encontré a dos altos funcionarios del gobierno cubano en el centro de prensa de la Conferencia, me preguntaron por qué escribía tanto en contra de Cuba. “Porque es una dictadura”, les contesté. Lo chistoso del caso es que los dos burócratas abrieron los ojos como si nunca hubieran escuchado nada semejante. Y creo que ahí, precisamente, radica el problema: ni Castro ni sus canchanchanes creen que hay algo malo en tener una dictadura en Cuba. Claro, ellos son los que viajan, los que viven bien y en dólares, los que mandan callar al resto de la población.
Dudo mucho que Fidel esté dispuesto a cambiar; no lo ha hecho por más de 43 años. Pero el mundo sí ha cambiado. En este 2002 las dictaduras solo caben en los libros de historia y de abusos. Quien alguna vez fue visto por muchos latinoamericanos como un ejemplo a seguir, hoy representa un fallido experimento que nadie quiere repetir: ¿quién quiere vivir en una isla sin democracia, cada vez más pobre, donde las jineteras se venden por una comida, donde los jóvenes y no tanto se lanzan al mar para oler la libertad, donde matan o expulsan a los opositores, donde una persona decide por todas los demás? ¿quién? Cuando pienso en Castro recuerdo El Otoño del Patriarca; es una ironía que García Marquez lo haya escrito pensando en Pinochet y no en su amigo cubano.
Tan incómodo ha resultado Castro como visitante, que el presidente de México hubiera preferido que ese reportero tan inoportuno le preguntara en la conferencia de prensa sobre los marcianos…pero no sobre Fidel.