Nueva York
Este es un buen momento para los puertorriqueños. Denise Quiñones se convirtió en Miss Universo; la cuarta de la isla. Felix Tito Trinidad ganó otro título de boxeo a puño limpio y John “el calladito” Ruiz se convirtió con bombos y platillos en el primer latino en obtener el cinturón de campeón de los pesos pesados. Las ojeras de Benicio del Toro le ayudaron a ganar un Oscar y ahora es uno de los actores más interesantes desde la muerte de James Dean. Olga Tañón conquistó un Grammy por merenguear con singular alegría y hay pocas revistas este mes que no incluyen las curvas tostadas de la actriz/cantante/diseñadora Jennifer Lopez (o J.Lo. para los cool). Como si esto fuera poco, la isla tiene su primera gobernadora, Sila María Calderón y el vaticano está a punto de convertir en santo a Charlie Rodríguez.
Pero falta Vieques.
No basta que Puerto Rico tenga mujeres bellas, puños potentes, caderas rítmicas, ojos misteriosos, la madurez de elegir mujeres como líderes y a gente buena como San Charlie. No basta.
Falta Vieques.
Los puertorriqueños se merecen –exigen- que Estados Unidos respete su voluntad. Y la única manera de hacer eso es que se suspendan de manera permanente los ejercicios militares de la marina norteamericana en la isla nena.
Vieques. Nada ha demostrado con tanta claridad el oceáno cultural y político que separa a los puertorriquenos de los norteamericanos que el tema de Vieques. Una cosa es tener el mismo pasaporte. Otra, muy distinta, es darse cuenta que están tupidos los vasos comunicantes que fluyeron por un siglo de historia compartida entre Estados Unidos y Puerto Rico. Están tan tupidos que, en un momento de descuido, el frágil arreglo entre las dos naciones podría romperse.
Y digo “naciones” con plena conciencia. Sin la menor duda Puerto Rico es una nación con una identidad, cultura, lenguaje, territorio y costumbres distintas a las de Estados Unidos. La puertorriqueneidad no tiene nada que ver con Kansas, Minnesota u Oklahoma. Un ejemplo: sólo el 20 por ciento de los puertorriqueños en la isla se manejan bien en inglés, según el profesor boricua Ricardo Alegría. El 80 por ciento restante prefiere hablar exclusivamente en español.
Lo único que no tiene Puerto Rico para consolidarse como nación es independencia politica de Estados Unidos. Pero el asunto de Vieques podría convertirse en un catalizador para darle, eventualmente, la plena autonomía a la isla.
“Cada puertorriqueño lleva en el alma un independentista escondido”, me dijo un
líder boricua. Quizás sea cierto, pero los casi cuatro millones de puertorriquenos en la isla lo deben llevar muy bien escondidito porque las encuestas y plebiscitos recientes nunca le dan mas del cinco por ciento a la causa de la independencia. Lo que sí es indudable es que la demanda popular de que la marina se salga de Vieques significa que los intereses de Estados Unidos no son los mismos de Puerto Rico. Son dos naciones distintas que quieren cosas distintas.
Muchos se han resistido a los llamados del Partido Independentista Puertorriqueño por temor a que la independencia de Estados Unidos repercutiera negativamente en la economía de Puerto Rico. Sin embargo, en esta época globalizadora de tratados de libre comercio, no hay nada que evite imaginarse a un Puerto Rico independiente con una relación económica y financiera especial con Estados Unidos.
La decision es, desde luego, de los puertorriquenos y no debemos meter la cuchara en sopa ajena. Sin embargo, este es un posible escenario. Las obvias diferencias de Puerto Rico y Estados Unidos respecto a Vieques pudieran desembocar en un distanciamiento en la centenaria relación. De hecho, ese distanciamiento se ha ido dando de manera paulatina con la eliminación de las ventajas fiscales para compañias norteamericanas establecidas en la isla y la reducción de programas sociales. Y convertir a Puerto Rico en el estado 51 está más lejos que nunca. La pregunta es, entonces: ¿Qué sigue?
La intensificación del conflicto en Vieques es inevitable. Este no es un tema pasajero. Lo llevan clavado los puertorriqueños donde más les duele. No hay nada más frustrante y humillante que alguien imponga su voluntad en tu propia casa. Y eso ha hecho la marina estadounidense en Vieques; extender su estadía en un lugar donde ya no es bienvenida. Irónicamente, esa imposición es la mejor excusa que tienen los independentistas para promover la idea de que, tarde o temprano, Puerto Rico debe ser libre y autónomo.
Mientras tanto, la Miss Universo Denise Quiñones seguirá ofreciendo su triunfo a Vieques, el boxeador Tito Trinidad continuará marcando sus guantes con la palabra “paz” y las protestas contra las maniobras de la marina no pararán ni en Puerto Rico ni aquí en Nueva York.
Los norteamericanos just do not get it; los puertorriqueños no quieren a la marina de Estados Unidos en Vieques y no van a parar hasta que la saquen de ahí. Pero la relación ya está dañada. Cuando lo logren, la idea de la independencia de Puerto Rico empezará a sonar menos extraña. Y, quizás, hasta deseable.