Ciudad de México
Llegué a la residencial oficial de Los Pinos y el presidente Vicente Fox no estaba ahí. En realidad no lo esperaba. Era un sábado –un día después de su encuentro con el mandatario norteamericano George W. Bush- y Fox había decidido quedarse en su rancho de San Cristóbal.
Me habían invitado a participar en un programa de radio junto con el escritor Carlos Fuentes y el flamante presidente mexicano. Fuentes y yo estaríamos en Los Pinos, Fox en Guanajuato y los tres conversaríamos largo y tendido.
El plan sonaba muy bien. Compartir una hora con Fuentes es un verdadero lujo. No sólo es alguien que escribe como se le pega la gana, ensayo, comentario o ficción, sino que es de los pocos que conoce bien el lugar de México en el mundo y en la historia; Fuentes es una brújula para los mexicanos. Además, su pluma, su crítica y su visión contribuyeron a que el país entrara en esta nueva etapa verdaderamente democrática.
Y una hora con Fox, aunque fuera de lejitos, sería sin duda una extraordinaria oportunidad de meterse en su sombrero y en sus botas. ¿Qué le pudo sacar a Bush? ¿Le molestó que decidiera bombardear Irak y visitar México el mismo día? ¿Cómo piensa acabar con 60 millones de pobres? ¿Aguantará el cerco que le quiere poner a los narcos y a la delincuencia? ¿Cuántos minutos le quedan para lograr la paz en Chiapas?…
Pero el ánimo populachero le jugó una mala pasada a Fox. El presidente se quedó atorado con los bailables y los agradecimientos interminables durante la inauguración de una escuela y se enchufó al programa de radio cuando quedaban menos de 20 minutos. Carlos Fuentes y yo no pudimos hacer más de tres preguntas; Fox tenía un montón de cosas que contar y sus respuestas tienden a ser hoy bastante más largas que durante su campaña electoral.
Y me quedé con ganas de más. Aún no sé medir bien a este líder que tantas esperanzas ha traído a los mexicanos. Una encuesta que leí situaba a México en el séptimo lugar de la lista de los países más optimistas del mundo. Y el número de mexicanos cruzando la frontera hacia Estados Unidos se ha reducido considerablemente en comparación con el año pasado. ¿Cómo se explica esto? Bueno, de acuerdo con varias interpretaciones, es el factor Fox.
A la luna de miel de México con Fox aún le quedan unas gotitas. En parte esto se debe –creo- al estilo directo, sencillo, accesible, del nuevo mandatario ya que ha sabido tomarle el pulso a lo que quieren los mexicanos. No he tenido la oportunidad de verlo muy de cerca pero lo que he visto contrasta enormemente con las presidencias priístas.
Lo he entrevistado dos veces, brevemente, y estuve presente cuando dió un improvisado tour de su rancho antes de la llegada de Bush. También fuí testigo ocular del informal almuerzo que ofreció, junto con sus más cercanos asesores, a la delegación norteamericana. Comida que, dicho sea de paso, culminó con sendos puros en las bocas de muchos asistentes, Fox y Bush incluídos. Salvo esos momentos y los discursos que le he escuchado por televisión, no he tenido más contacto. Pero la vibra a su alrededor sigue siendo buena. Hay muchos jóvenes y mujeres trabajando para él. Por ejemplo, en el equipo que produjo el programa sabatino de radio, muy pocos pasaban de 30 años.
Y no es únicamente su aversión a las corbatas y su debilidad por las botas lo que proyecta naturalidad y confianza. A Fox, parece, todavía no se le ha subido el poder a la cabeza. No grita, no patalea, no levanta el dedo acusador, no tiene tintes de autoritarismo. Ernesto Zedillo, en cambio, se transformó en muy poco tiempo de un funcionario de segunda a un presidente prepotente incapaz de escuchar y de autocriticarse.
Mis observaciones, desde luego, son meramente anecdóticas y no se basan ni en el programa de gobierno de Fox ni en lo que ha hecho o dejado de hacer en sus tres meses como presidente. Tampoco quiero hacer un refrito de los temas tocados durante las entrevistas. Pero sí quisiera levantar la banderita de alerta sobre tres aspectos.
Primero, es cierto que Fox le ha regresado la esperanza a los mexicanos. Pero después de cierto tiempo –cuando sólo quede el recuerdo de la miel de la luna- le van a exigir resultados. Igual en Chiapas que en los bolsillos que con los inmigrantes mexicanos en la frontera. Fox no debe acabar como Andrés Pastrana. El presidente de Colombia es el mejor ejemplo de cómo las buenas intenciones –sin resultados concretos- pueden convertir a un mandatario en un político impopular e ineficaz.
La segunda banderita de alerta tiene que ver con las palabras. Aprecio enormemente a un presidente (como Fox) que le sabe hablar de tú a los mexicanos y que no trata a la prensa como si fuera su enemiga, en contraposición con las declaraciones ininteligibles, acartonadas, infrecuentes, incongruentes, extirpadas con pinzas y llenas de mensajes entre líneas de sus predecesores del PRI. Pero Fox parece hablar cada vez más. En el mundo de los medios de comunicación electrónica en los que me desenvuelvo -el mundo del sound bite- una respuesta de cinco o seis minutos por cada pregunta es una eternidad.
El tercer asunto es el peligro de los aduladores. Todo presidente tiene su grupito de fans y pocos se atreven a pararlo en seco y decirle “no”. Lo más difícil para cualquier líder debe ser el mantenerse con los pies en la tierra en un universo de halagos, sonrisas forzadas y chupamedias. En una reciente entrevista con el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush me confesó que desde que llegó a la Casa Blanca la mayoría de la gente que lo visita se la pasa alabándolo…menos su asesora Karen Hughes. Ojalá que Fox también tenga a alguien que le pueda decir, sin miedo: “Oye Vicente, bájale un poquito” o “ten cuidado con esto”. Eso es vital, tanto para el éxito de su presidencia como para el bien de México.
En todo esto pensaba mientras tenía a Fox en el oído.