A simple vista, el presidente electo de México, Vicente Fox, y los candidatos presidenciales norteamericanos, Al Gore y George W. Bush, tienen algo en común: los tres usan botas, frecuentemente, en actos oficiales. Y no es que quiera ver en sus pies un presagio. Pero ojalá que además de esa afición por pisar duro y romper el protocolo, coincidan también en la intención de destruir un mito que México y Estados Unidos han arrastrado por décadas.
El mito es que para ser buenos vecinos, México y los Estados Unidos no deben discutir ni negociar el tema de la inmigración indocumentada. Y ésto forma parte de un acuerdo tácito que surgió durante las pláticas que culminaron con el Tratado de Libre Comercio; Estados Unidos no se mete con México respecto a su petroleo y México no presiona a Estados Unidos sobre los inmigrantes indocumentados.
Pero el siglo 21 requiere dejar atrás las políticas priístas del avestruz -que esconde la cabeza ante sus problemas- para reemplazarlas con un liderazgo visionario y sin miedos. Vicente Fox y cualquier de los dos candidatos presidenciales norteamericanos que gane la elección del siete de noviembre están obligados a tratar sin rodeos el tema de los inmigrantes indocumentados que van al norte. Sólo así podrá haber soluciones duraderas.
Actualmente hay seis millones de inmigrantes indocumentados en los Estados Unidos; más de la mitad de ellos son mexicanos. Y cada año llegan entre 100 mil y 300 mil más. Y nada ha podido parar ese flujo migratorio. Nada.
La inmigración indocumentada de México a los Estados Unidos no es un problema de leyes, ni de bardas, ni de policias. Es un problema económico; mientras falten trabajos en México y sobren en los Estados Unidos -mientras un trabajador gane durante una hora en los Estados Unidos lo que se tarda ocho, 10 o 12 horas en ganar en México- seguirá habiendo inmigración al norte. Por eso, evadir el tema es tonto, absurdo, cobarde.
La negativa histórica de México y los Estados Unidos de discutir el asunto de los indocumentados me recuerda a esos matrimonios que hablan de todo a la hora de la cena, menos del tema que más los separa y que, en ocasiones, los ha puesto al borde del divorcio. La diferencia es que México y Estados Unidos no se pueden divorciar. Están condenados a compartir mas de dos mil millas de frontera.
No sé cual fué la verdadera agenda de las reuniones entre el presidente electo de México, Vicente Fox, con el candidato demócrata Al Gore (en Washington) y con republicano George W. Bush (en Dallas). Pero no tocar el asunto de los indocumentados sería criminal. De 1995 a la fecha más de 700 personas han muerto en la frontera entre ambos países. Y en éste sequísimo verano los cadáveres se siguen amontonando.
Vicente Fox, en distintas ocasiones, ha propuesto la apertura de la frontera entre ambos países en 10 años. Los norteamericanos están aterrados de pensar que millones de mexicanos harían sus maletas para dejar Oaxaca por Ohio y Aguascalientes por Austin. Pero la cosa no es así.
Abrir la frontera significaría, en un principio, un proceso mucho más ordenado a través del cual pudieran llegar a los Estados Unidos los trabajadores mexicanos que tanta falta hacen, particularmente en la agricultura y en el sector servicios. Esa sería una válvula de escape temporal al serio problema del desempleo y subempleo en México, garantizaría a los Estados Unidos una mano de obra eficiente y reduciría los cruces ilegales. Pero eso no resuelve el problema. A largo plazo es preciso pensar en una zona libre de tránsito de trabajadores desde Cánada hasta México. ¿Por qué no?
Si los 15 países de la Unión Europea pudieron tumbar sus fronteras, nosotros también podemos. Los europeos temían que los habitantes de los países más pobres invadieran las naciones mas ricas de la unión. Pero eso no ocurrió debido a un largo proceso en que se trataron de empatar los salarios lo más posible. El experimento no es perfecto pero funciona.
A México, Estados Unidos y Cánada también les conviene abrir sus fronteras si quieren seguir creciendo económicamente a ritmos superiores al cuatro o cinco por ciento anual. Sólo así norteamerica podrá continuar con la prosperidad que ahora disfruta. Sólo así podrá México sacar de la pobreza a 60 millones de sus habitantes. Sólo así. Sin una alianza con el objetivo de abrir paulatinamente las frontera en un plazo de 10 o 15 años, México, Estados Unidos y Cánada se están condenando a un inevitable deterioro de sus economías y del nivel de vida de sus habitantes.
La suerte de millones depende, por principio, de una pareja de rancheros con botas: Fox y Gore o Fox y Bush. Y bien pudieran empezar dándole una patada al mito -a la estupidez- de creer que escondiendo en una cajita el asunto de los indocumentados es la única manera de enfrentarlo.
De lo que se trata es convertir un problema en una oportunidad. Ya es hora de sacar la cabeza. Los buenos vecinos hablan de sus problemas. No los esconden.