Nueva York
Estados Unidos se debate entre Harry Potter y Osama bin Laden, entre la ficción y la realidad, entre la idea de normalidad y la de guerra, entre aferrarse a la vida con las uñas y enterrar a los muertos del ántrax y los ataques terroristas. Harry es la vida; Osama la muerte. En otras palabras Harry es el bueno de la película y Osama “el malo”, tal y como lo definió el propio presidente George W. Bush.
El mandatario de Estados Unidos se ha encargado de hacer una campaña para convencer al mundo de que Osama bin Laden es la personificación del mal. Y si eso es cierto, entonces, Harry Potter podría simbolizar la bondad e inocencia perdida el pasado 11 de septiembre. Harry versus Osama.
Mientras los soldados norteamericanos buscan darle la estocada final a los talibanes y a los terroristas de Al-Qaeda en Afganistán, en Estados Unidos los cines se atascan en cifras record para ver a un aprendiz de mago. Los cines de esta ciudad son como pulpos con colas de niños y adultos esperando ver a Harry.
La película de Harry Potter obtuvo 180 millones de dólares en los primeros 10 días de su presentación en Estados Unidos y amenaza con quitarle a Titanic el título de la más taquillera de la historia; Titanic recaudó 600 millones de dólares. O sea, la existencia de los estadounidenses en esta guerra fluctúa entre Harry y Osama. Y este contraste es aún más fuerte en Nueva York; sólo aquí se puede salir del cine para ver, en plena calle, el funeral número 300 de otro bombero más fallecido en septiembre.
Esta es la tercera vez que visito Nueva York desde que un acto terrorista derrumbó las torres gemelas del World Trade Center y no dejo de asombrarme
del resistente carácter de los neoyorquinos para salir adelante. Lo que antes les había ganado la fama de antipáticos o groseros hoy les sirve perfectamente para recuperar un cierto sentido de normalidad en un lugar donde casi nada es normal.
¿Cómo vivir con normalidad cuando la muerte está tan presente?
Nueva York sufre de esquizofrenia. Los neoyorquinos viven dos realidades: una que huele a muerte y otra que se regocija con la vida. Es imposible eludir el hecho de que las torres gemelas ya no están aquí y que en su lugar hay restos de casi 4 mil personas. Pero, al mismo tiempo, los habitantes de Nueva York no se han dado por vencidos frente al terrorismo, la recesión, el desempleo y el miedo; se apegan a la vida, a sus trabajos, a sus familias y a sus amores.
Leí que los casos de divorcio han disminuido considerablemente en Nueva York después del 11 de septiembre y, aunque es imposible medirlo, hay sutiles y sensuales sugerencias de que en días recientes la gente de esta ciudad brinca de gusto en la cama. Es eros ganándole a tanatos. “Hacer el amor es una justificación en sí misma”, escribió hace poco el crítico Christopher Hitchens. “El sexo es una fuerza liberadora y también la mejor respuesta a las amargas sugerencias de la muerte”.
A pesar de los esfuerzos de los neoyorquinos por enfatizar lo positivo, es difícil cantar de alegría cuando el país entero está bombardeado con imágenes de violencia. Y no me refiero únicamente a la dosis diarias de muertos en los noticieros de televisión y a las operaciones militares para capturar a Osama Bin Laden “vivo o muerto”. En todo Estados Unidos se respira un clima de guerra.
Hace poco asistí a un festival infantil con motivo del Halloween y quedé asombrado de ver a tantos menores de edad vestidos de soldados armados hasta los dientes jugando a matar a sus compañeritos. Y en la famosa tienda de juguetes F.A.O. Schwartz en la quinta avenida de esta ciudad hay todo tipo de tanques, jeeps y aviones de guerra. La guerra está de moda y los principios que se aplicaban antes de los ataques terroristas -entre los que se incluye el muy cristiano “no matarás”- han perdido su vigencia, particularmente si se trata de ejecutar a un barbudo talibán. A la guerra: a eso están jugando hoy muchos niños norteamericanos.
Antes de llegar a Nueva York pasé 24 horas en Washington. En ambas ciudades se siente un ambiente sumamente denso y tenso. Además de un conflicto bélico a miles de millas -donde Irak resurge como un nuevo objetivo militar después de la caída de Afganistán- aquí, en pleno territorio norteamericano, la recesión económica ya ha dejado a millones sin empleo y aún se percibe el peligro de otro ataque terrorista. No es de extrañar, entonces, que ante la primera oportunidad de escapismo los norteamericanos en masa hayan buscado el refugio de Harry.
Es más fácil enfrentar a un perro de tres cabezas (como en la película) que a un diabólico pero inteligente y millonario terrorista dispuesto a todo en nombre de Alá. Estados Unidos está presenciando un mano a mano entre Osama y Harry.