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LA APUESTA DE CASTAÑEDA

Ciudad de México.

El ambiente en la casa de campaña del candidato independiente a la presidencia de México, Jorge Castañeda, era de franco optimismo. Acababan de llegar las últimas encuestas (de la empresa Gea-Isa) y el “candidato ciudadano” había alcanzado hasta 13 por ciento de la intención de voto. Las cifras no serían suficientes ni siquiera para un tercer lugar en las elecciones presidenciales de julio del 2006. Pero “Jorge” o “el doctor”, como le dicen sus colaboradores en privado, tenía motivos para sonreir.

“Muy poca gente hubiera pensado que a dos años de las elecciones un candidato, sin puesto público, sin partido, sin recursos, tendría 10, 11, 12 por ciento en encuestas”, me dijo Castañeda, encorbatado y estusiasta, en una entrevista. “Lo más interesante de esta encuesta es la tendencia, más que los números absolutos. La tendencia es muy claramente hacia arriba, y de manera espectacular…Tengo mensaje y pasa bien el mensajero.”

El candidato de 51 años lanzó su campaña el pasado 25 de marzo, pero la actual guerra de videos en México –que ha involucrado al alcalde de la ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador, y a prominentes políticos del gobierno del presidente Vicente Fox y de la oposición priísta- ha resultado en su beneficio. “Es la descomposición de los partidos y de las instituciones mexicanas” lo que ha abierto un espacio, me dijo. De lo que se trata es “no seguir con esta pelea -de los tres grandes partidos- de perros y gatos.” El hecho de que el congreso mexicano no haya aprobado ni un sola ley en su última sesión también refuerza su argumento de que los políticos tradicionales no son ni efectivos ni responsables y solo están en la “grilla”.

Castañeda, como estrategia, quiere alejarse de los discursos cargados de palabras y carentes de contenido que han caracterizado a la política mexicana. Dice que ofrece “propuestas concretas para los problemas concretos”, antes de enumerar que entre sus ideas está el crear una policía nacional única, la escrituración de propiedades de los pobres, primaria de tiempo completo para que los niños estén en la escuela hasta las cinco de la tarde y el duplicar las exportaciones de petroleo para “detonar” un crecimiento de la economía.

“El gran reto del país es el empleo”, continuó. “No solo no estamos creando los empleos que necesitamos sino que los estamos perdiendo; los que ya habíamos creado los estamos perdiendo. A la larga nuestra base manufacturera nos la van a quitar los chinos.” Y ante este desolador panorama propone concentrar el crecimiento de la economía en la exportación de servicios, en la captación de la inversión extranjera y en la atracción de norteamericanos que quisieran retirarse en estados como Colima, Jalisco o Yucatán, por mencionar solo tres.

El principal problema de la viabilidad de la candidatura de Jorge Castañeda no son sus ideas; tiene muchas y nadie cuestiona su inteligencia. En cambio, su personalidad se ha convertido en el principal foco de ataque de sus enemigos políticos. Lo conozco hace 20 años –cuando él era profesor de la Universidad de Johns Hopkins y yo un verde reportero de televisión – y me consta que no le gusta, y no sabe, pasar desapercibido.

-“¿Es justo acusarte de arrogante, malhumorado?” le pregunté.

-“Seguro de mí mismo”, dijo a manera de respuesta. “Yo prefiero plantearlo en términos de una cierta seguridad en mí mismo que, en efecto, no es muy típica en muchos politicos latinoamericanos, para no centrarnos en México.”

-“¿La pregunta es si hay un problema de percepción?”

-“Hay gente que quiere crear una especie de leyenda negra”, respondió. “La quisieron crear cuando estuve en la campaña de Fox, la quisieron crear durante mi tiempo en relaciones (exteriores) y la quieren seguir creando ahora. No es un problema de percepción, es un problema de combate politico, de lucha política. Como no hay argumentos de sustancia pues recurren a argumentos personales.”

Castañeda, autor de ocho libros, rompió varios mitos como secretario de relaciones exteriores: logró un lugar para México en el consejo de seguridad de Naciones Unidas, exigió (sin éxito) una legalización de los millones de indocumentados mexicanos en Estados Unidos y distanció (con éxito) al país de la dictadura de Fidel Castro. Además, el puesto le sirvió de trampolín para sus aspiraciones personales.

El asegura que pensó por primera vez en lanzar su candidatura presidencial cuando estuvo trabajando como canciller y ni un minuto antes. “Es solo desde la presidencia”, piensa hoy, “donde se pueden llevar las cosas por las que yo luché durante tantos años hasta las ultimas consecuencias: la democracia, los derechos, humanos, la lucha contra la injusticia.”

El identificó al perredista López Obrador, al panista y secretario de gobernación, Santiago Creel, y al priísta Roberto Madrazo como sus más probables contendientes en el 2006, aunque no descartó a la primera dama Marta Sahagún. “Pero si ella compite yo quiero condiciones de equidad”, me dijo. “Si ella tiene helicópteros, yo quiero helicópteros, si ella va a tener tiempo ilimitado en la television yo quiero tiempo ilimitado en la television, si ella va a poder regalar bicicletas, yo quiero bicicletas para regalar.”

Con Marta o sin Marta ¿es realista pensar en un presidente Castañeda? Para él sí. “Es al 30 por ciento del voto al que hay que llegar”, me dijo, aunque juega con la posibilidad de alcanzar hasta un 45 por ciento si los votantes quieren una alternativa real.

-“La (vía) mas realista”, me explicó, “es que yo pueda llegar a principios de la campaña legal, en enero del 2006, con un 15 por ciento en las encuestas, muy consolidado, muy sólido. No me pueden, ya entonces, excluir de los debates. Y en tres o cuatro debates, entre los cuatro candidates, sí creo que puedo remontar 10 puntos.”

-“¿Pero quién te va a querer debatir?” le cuestioné.

-“No les va a quedar de otra”, aseguró. “Tiene que haber debates. Hubo debates en el 96, hubo debates en el 2000; no es concebible que no haya debates en el 2006.”

-“¿Estás apostando a que va a haber debates?”

-“Absolutamente”, dijo sin dudarlo. “Y apostando a que no me puedan excluir. Yo creo que yo puedo ganar ese debate, no porque sea yo, sino porque yo no cargo ninguno de los lastres que cargan ellos.”

No es posible pensarlo sin su barba. “No se ve bien sin ella”, me confesó uno de sus asesores. Y tampoco se le puede considerar un kamikaze o un martir de la política mexicana. Su candidatura surge, según él, por un “vacío de liderazgo” en México. “No me perdonaría no tratar de llenarlo”, concluyó. “Lo peor que me puede pasar es que no pueda; lo mejor es que sí pueda hacer la diferencia.” Esa es su apuesta.

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