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LA DESESPERANZA MEXICANA

Ciudad de México.

La desesperanza está bien repartida en México. La sufren, sobre todo, los que menos tienen. Pero incluso entre los más ricos y poderosos existe la percepción de que las cosas no marchan muy bien en el país.

“Yo no tengo confianza en que vamos a salir adelante”, me dijo un amigo que ha tenido que despedir a dos empleados de su pequeño negocio y a quien la renta lo está ahorcando. Esta es una forma de medir la desesperanza en México; hablando con conocidos y desconocidos. Otra es a través de los números.

México no podrá crecer a más del cuatro por ciento en este 2004, de acuerdo con cifras del propio gobierno del presidente Vicente Fox, y en lo que va del año únicamente se han podido crear 300 mil nuevos empleos. Este es un crecimiento insuficiente en un país que necesita crear un millón de empleos por año para absorver a todos los jovenes que se suman al mercado laboral. La desesperanza mexicana comienza, sí, en la gris situación económica pero tiene su máxima expresión en la política.

“Yo no creo en ninguno de nuestros políticos”, me dijo una comunicadora en una demoledora (y tal vez injusta) generalización. “Es una vergüenza ver lo que está pasando.” Y lo que está pasando es un triste espectáculo de personajes políticos enrredados en la lucha por el poder y aparentemente ajenos a las necesidades de los ciudadanos que, supuestamente, representan.

Empezando por Fox que ya renunció a ser el presidente del cambio y que ahora solo puede presumir de dos cosas: su histórica victoria electoral en el 2000 y el no haber utilizado al ejército y a la policía para cometer masacres, como sus antecesores priístas.

La situacion con las expresidentes mexicanos también genera una profunda desconfianza. Aún nadie ha podido explicar como todos -¡todos!- los expresidentes mexicanos (Ernesto Zedillo, Carlos Salinas de Gortari, Miguel de la Madrid y Luis Echeverría) y muchos exsecretarios viven como multimillonarios en dólares a pesar que siempre tuvieron modestos salarios de funcionarios públicos. La suma de todos sus módicos ingresos gubernamentales no alcanza para pagar las casas, los coches, los viajes y los lujos con que viven. ¿Cómo hicieron esa magia? ¿De dónde salió tanto billete?

No me extrañaría nada que, al igual como le ocurrió al exdictador chileno Augusto Pinochet, un día aparezcan en el extranjero millones de dólares en las cuentas personales de estos exfuncionarios públicos.

Además de las inevitables sospechas de corrupción en los gobiernos priístas, hay otro problema con los expresidentes. Se llama responsabilidad histórica. Ni Salinas ni Zedillo, por ejemplo, quieren reconocer su culpabilidad en el desastre económico de finales de 1994 que dejó a millones de mexicanos en la bancarrota. Y Luis Echeverría insiste en lavarse las manos respecto a las masacres estudiantiles de 1968 y 1971 diciendo, cínicamente, que en México “nunca hubo un genocidio.” ¿Acaso las leyes no se le aplican a los expresidentes de México?

Lo que está pasando con el alcalde de la ciudad de México tampoco alegra los ánimos. Inexplicablemente, Andrés Manuel López Obrador se ha negado a criticar –y mucho menos a castigar- a dos excolaboradores que fueron filmados en sendos actos de corrupción. En cambio, alega que hay un complot en su contra para evitar que lance su candidatura presidencial en el 2006.

Lo que sí es cierto –y éste es otro motivo de desesperanza- es que sus contrincantes políticos están tratando de desaforar al alcalde de la capital mexicana, acusándolo de una infracción menor, con el fin de inhabilitarlo para las próximas elecciones presidenciales. Es, sin duda, la guerra sucia contra el que está identificado en las encuestas como el político más popular de México.

A toda este desolador panorama político se suma la pobrísima participación de México en las pasadas olimpíadas de Grecia. Dos medallas de plata no hacen primavera en un país de más de 100 millones de habitantes.

Y si a esta desesperanzada lista le añadimos los secuestros, la criminalidad –casi todas las familias mexicanas han sufrido algún tipo de crimen o delito- y los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, es fácil entender por qué cerca de un millón de mexicanos busca irse cada año a Estados Unidos. De esos, unos 350 mil se quedan a vivir en territorio norteamericano.

El principal producto de exportación de México son sus más jóvenes y fuertes trabajadores. Pero sin esa válvula de escape –y sin los 15 mil millones de dólares que envían los inmigrantes de Estados Unidos a México anualmente- la desesperanza mexicana podría transformarse en más violencia, ingobernabilidad y en una posible amenaza para esta frágil democracia.

A pesar del tono tan pesimista de este análisis, me resisto a pensar que México esté condenado a la desesperanza. This too shall pass, esto también pasará. Sobre todo porque ya hay generaciones de mexicanos que han logrado entender que los políticos responsables de la crisis permanente que vive México no son la totalidad ni lo mejor del país.

Cuando una nación como México está inmersa en la búsqueda de un nuevo líder DOS años antes de las elecciones presidenciales, es una señal inequívoca de que las cosas no andan bien. Por eso la desesperanza. Por eso.

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