La democracia no fue una varita mágica en México. Logró, sí, terminar con 71 años de corrupción, asesinatos y abusos del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Pero la tan ansiada alternancia de los partidos políticos en el poder, la llegada de una verdadera democracia representativa y la victoria de Vicente Fox el dos de julio del 2000 no han mejorado significativamente la vida diaria de los mexicanos. Y de ahí surge la frustración.
La desilusión mexicana tiene su origen en las enormes expectativas de cambio que surgieron con la presidencia de Fox. Expectativas que, desde luego, no se han materializado. Los mexicanos queríamos ver en Fox a un superhombre que erradicara los vicios que han marcado durante décadas a la sociedad mexicana y, en cambio, nos hemos encontrado con un hombre de carne y hueso que resultó ser mucho mejor candidato que presidente. ¿Dónde está ese Fox, decidido y entrón, que hizo tambalear al PRI? ¿Dónde está el Fox que no se dejaba ningunear? ¿Dónde está el Fox que planeó como el mejor estratega su llegada a Los Pinos desde que se convirtió en diputado federal en 1988?
Lo admito. Fox me convenció a mí y a millones de mexicanos de que el cambio era posible. Creí -como me dijo en una entrevista el 3 de julio del 2000- que se iba a crear “una Comisión Nacional de Transparencia para que se averigüe el pasado” y masacres como la del 68; creí que se podía “crecer al siete por ciento” y crear más de un millón de empleos al año; creí que, de verdad, iba a tratar de meter en la cárcel a
“los peces gordos” de los pasados gobiernos priístas; creí que iba a tratar de proteger “los derechos humanos de cada uno de los inmigrantes legales o ilegales”; creí.
Ahora ya no creo. Estoy, como millones de mexicanos, desilusionado del gobierno foxista. Pero aún así prefiero a Fox que a cualquier priísta. ¿Por qué? Porque hasta el momento no hay ninguna evidencia de que Fox se haya enriquecido en el poder, como lo hicieron los priístas. Porque no ha participado en ningún fraude electoral; los priístas sí. Porque no ha mandado matar a nadie; los priístas tienen sangre en las manos y en la conciencia. Porque a pesar de sus errores, sus indecisiones e improvisaciones -y esto sí es importante- fue elegido democráticamente. ¿Cuántos ex-presidentes priístas pueden decir lo mismo? Ni uno solo.
Pero la decencia y la legitimidad, desafortunadamente, no son suficientes para ser un buen presidente. Hoy hay 53 millones de pobres en México, según las últimas cifras del INEGUI; las familias mexicanas ganan hoy menos que hace dos años, las desigualdades se acentúan (el 10 por ciento más rico de la población acumula más del 40 por ciento de los ingresos); no hay posibilidades de una amnistía migratoria ni de emplear a todos los mexicanos que buscan un trabajo; no hay, en pocas palabras, muchas esperanzas. Y si no fuera por la válvula de escape hacia el norte -cada año 350 mil mexicanos se van ilegalmente a Estados Unidos- la situación sería mucho más grave.
La culpa, por supuesto, no es toda de Fox. Algunas de sus promesas -como la del abultado crecimiento económico o la de negociar un acuerdo migratorio con Estados Unidos- estaban fuera de sus manos. Nadie pudo nunca imaginarse los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001 y, mucho menos, sus dramáticas consecuencias.
A pesar de lo anterior, muchos de los cambios que sí se podían hacer -como la reforma impositiva- fueron bloqueadas por el PRI en ambas cámaras del congreso. Y ese es otro de los orígenes de la desilusión mexicana. Los mexicanos están hasta la madre de los políticos y la politiquería. Lejos de ser servidores públicos, muchos políticos actúan en contra del interés de los votantes que los eligieron. Debido a la bronca de los partidos políticos de oposición con el presidente Fox, México está sumido en la inacción. Nadie quiere aflojar ni un poquito. Y, mientras, el país sigue atorado.
Las elecciones de este domingo 6 de julio en México reflejarán, al menos, dos cosas. Por una parte -y esto es inevitable- son un referendum del gobierno de Fox y de su partido (PAN). La presidencia no está en juego, desde luego, pero las votaciones sí van a reflejar el apoyo o rechazo al trabajo de Fox. Por otra parte, estas elecciones para asambleistas, congresistas y gobernadores pudieran significar el resurgimiento del PRI. Y esa sí que es una perspectiva terrible.
La desilusión mexicana está tan extendida que muchos mexicanos están volteando para atrás y están considerando votar por un partido como el PRI a pesar de su fama de violento, tranza y mentiroso. Un ejemplo basta. El PRI se robó millones y millones de pesos de la empresa estatal Petroleos Mexicanos (PEMEX) para la campaña electoral del 2000. Lo que resulta increíble es que a muchos votantes eso no les importe y, como sugieren las encuestas, podrían poner al PRI en control de ambas cámaras del congreso.
Este domingo los mexicanos tienen que decidir entre el partido de un presidente que no ha podido con el paquete y una oposición que regresaría al país a los mismos vicios y abusos del pasado. Con opciones como esta ¿quién no va a estar desilusionado?