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LA DOCTRINA BUSH

Pegar antes de que te peguen. Conmigo o contra mí. Esa es la doctrina Bush. Y siendo Estados Unidos la “hiperpotencia” que es -según la baurizaron los franceses- al resto de los países no les queda más remedio que ajustarse a esa nueva doctrina o a rechazarla y correr el riesgo de ser “irrelevantes”, como amenazó el secretario de estado norteamericano, Colin Powell.

La alternativa que está planteando Estados Unidos al resto de los países es durísima: nos apoyan en la guerra contra Irak o los ignoramos. Los gobiernos que no están convencidos de los argumentos norteamericanos para justificar un ataque contra Irak pero que tienen una estrecha relación -sobre todo económica- con Estados Unidos se encuentran en una cuerda floja.

Visto desde la nueva doctrina Bush todos los países tienen que escoger. José María Aznar, el presidente del gobierno español, ha apoyado la guerra a pesar de enfrentar una gigantesca oposición interna. Pero Aznar ya decidió. Turquía aceptará que aviones norteamericanos despeguen desde su territorio aunque la opinión pública turca se oponga ferozmente a los bombardeos contra Irak. Pero Turquía ya decidió. Como recompensa, Estados Unidos pagará en millones de dólares cada despegue de sus aviones.

Y países como Chile y México -miembros del consejo de seguridad de la ONU- también tendrán que tomar una postura. Aquí no se valen los grises ni los cafés. El ambivalente “no pero sí” o el “sí pero no” está descartado ante los ojos claros de los estadounidenses. El ex canciller, Jorge Castañeda, hubiera tomado una postura frontal, inequívoca. Sí o no. Punto. Pero nunca habría dudas de la postura mexicana. Ahora el nuevo secretario de relaciones exteriores, Luis Ernesto Derbez, y el presidente, Vicente Fox están obligados a demostrar que Castañeda no era el único audaz del gabinete. Turquía vendió caro su apoyo. Si México, al final de cuentas, tiene que aflojar su posición ¿buscará un acuerdo migratorio a cambio de su apoyo?

Lo que sí está clarísimo es que, con Fox o sin Fox, con la ONU o sin la ONU, Estados Unidos atacará a Irak. La alternativa planteada por los sauditas -ofeciéndole un exilio de oro a Saddam Hussein o, en el peor de los casos, a los generales que se atrevieran a derrocarlo- no ha cuajado. Y quienes conocen bien a Saddam saben que su adicción al poder es superior al miedo de morir.

Las principales acusaciones de Bush y Powell contra Irak -que esconde armamento y que colabora con grupos terroristas, incluyendo a Al-Kaeda- no han convencido a muchos fuera de Estados Unidos. “Hubieran sido desechadas en menos de 30 segundos en cualquier corte norteamericana”, dijo un comentarista europeo poco después de escuchar a Powell en Naciones Unidos. Pero es preciso analizar esto por unos segundos. Así como en Europa, América Latina y el mundo árabe encuesta tras encuesta y editorial tras editorial muestran el rechazo a la actitud norteamericana de imponer su voluntad en el caso de Irak, dentro de Estados Unidos lo que sorprende es el apoyo -en ocasiones casi ciego- al presidente George W. Bush.

Es cierto que ha habido manifestaciones pacifistas, protagonizadas por actores, artistas y escritores, en varias ciudades norteamericanas. Pero ni siquiera un solo líder de peso a nivel nacional (en el congreso, en el ámbito empresarial o en las iglesias) se ha atrevido a enfrentar públicamente a Bush respecto a la guerra. Los seis precandidatos demócratas a la presidencia para el 2004 están guardando un cauteloso silencio. ¿Por qué? Porque en estos momentos, quienes se oponen a la guerra dentro de Estados Unidos, pueden ser acusados de antipatriotas y esa es la fórmula perfecta para enterrar pronto una campaña presidencial.

Después del 11 de septiembre del 2001 el gobierno de Estados Unidos no está dispuesto a ser cuestionado a nivel nacional ni a poner a votación a nivel internacional sus decisiones. El mundo de Bush -que a muchos recuerda el universo maniqueísta de Ronald Reagan- es blanco y negro, de buenos y malos: los buenos tienen de su lado la razón, la verdad y a dios; los malos buscan, como fin natural, la destrucción de los otros.

Esta es la cosmovisión en que se basa la doctrina Bush y en ella no caben medias tintas.

Para el resto del mundo, el dilema fundamental no es la guerra contra Irak. Esa será una anécdota más del dominio estadounidense a principios del tercer milenio; tarde o temprano los norteamericanos controlarán Bagdad y Saddam Hussein morirá o desaparecerá a la Osama bin Laden. El dilema fundamental es el que está planteando Estados Unidos por su particular forma de utilizar el poder. Ese es el dilema que afectará al planeta por décadas.

La doctrina Bush, fuera de Estados Unidos, puede gustar por su claridad o causar vómitos. Pero no podemos ignorarla. Por ahora, it’s the only game in town.

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