Los periodistas cubriendo la guerra de Estados Unidos contra Irak tienen una tarea imposible: por más objetivos, precisos y meticulosos que sean, van a quedar mal con alguien. Si reportan sobre los ataques en territorio iraquí, sobre los argumentos del presidente George W. Bush para inciar el conflicto militar o sobre las violaciones cometidas por Saddam Hussein son acusados de promover la guerra y tomar partido con Estados Unidos. Pero si, en cambio, informan que la mayor parte del mundo se opone a esta guerra, que hay protestas en Asia, Europa y América Latina y que todavía no hay ni una sola evidencia que vincule a Saddam Hussein con los actos terroristas del 11 de septiembre, entonces los denuncian por ser antinorteamericanos.
Las encuestas nos dicen que la gente de Estados Unidos es la única en el mundo que está apoyando la guerra. Las últimas que leí indican un apoyo que va del 70 por ciento (ABC) al 77 por ciento (CBS). Por lo anterior, cualquier periodista en Estados Unidos siente la presion -por familiares, amigos, colegas y varios medios de comunicación- a reportar de manera preponderante los éxitos del ejército norteamericano en Irak y a reducir la importancia de las protestas. Esto se facilita ya que hay cientos de periodistas dentro de las mismas tropas. Me ha tocado escuchar críticas muy injustas contra periodistas estadounidenses solo por reportar lo que dice Saddam Hussein o por informar cómo la guerra está afectando a los iraquíes más pobres. Los acusan de “traidores” o “antipatriotas” por el simple hecho de balancear sus reportajes incluyendo ambos puntos de vista -el norteamericano y el iraquí.
Fuera de Estados Unidos la oposición a la guerra es enorme. En México, por ejemplo, las encuestas dicen que 8 de cada 10 mexicanos se oponen a la operación militar y en España, dependiendo de las fuentes, hasta 9 de cada 10 españoles no quieren la guerra. No es de extrañar, pués, que un redactor en la ciudad de México se sienta presionado a reproducir una y otra vez las tardías declaraciones de Vicente Fox contra la guerra o que un escritor en España enfatice las marchas en Barcelona y las huelgas de estudiantes en Madrid para ahogar en papel la posición guerrerista del presidente del gobierno español, José María Aznar. (España es el mejor ejemplo de cómo un gobernante decide hacer exactamente lo opuesto a lo que quiere la gente que lo eligió).
Mientras que la prensa estadounidense enfatiza la exactitud de sus bombas para destruir los palacios y los bunkers de Saddam, la televisión alemana insiste en que los primeros ataques no han dado en el blanco. El famoso titular del periódico francés Le Monde después de los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001 -“Todos Somos Americanos”- son ahora reemplazados por artículos que hablan de la guerra de la arrogancia iniciada por el líder de una “hiperpotencia” interesado fundamentalmente en vengar a su padre. Como buenos malabaristas en la cuerta floja, los periodistas debemos estar en el mismo centro y manteniendo un frágil balance.
Por todos lados nos jalan pero lo profesional, lo periodístico, lo ético, es no ceder a las presiones, vengan de donde vengan. No somos porristas o cheerleaders de nadie. Ese no es nuestro trabajo. Más que en ser objetivos, creo en ser justos. Es decir, en darle a cada quien lo que le corresponde y el reto está en no pintar con nuestras opiniones la información que filtramos. De eso se trata este oficio: de saber qué está pasando y de darlo a conocer de una una forma clara, directa y en contexto.
Cubrir la primera guerra preventiva en la historia de Estados Unidos es cada vez más difícil. A los periodista nos quieren hacer parte del conflicto. Nos preguntan ¿están con nosotros o contra nosotros? Pero no debemos caer en la trampa. Debemos decir solo lo que vemos y lo que oímos, y no lo que otros quieren que digamos.
No me gusta decir que los periodistas pretendemos rascar la verdad, porque esa es una palabrota. Sin embargo, la prueba de fuego es cuando la misma realidad confirma o rechaza lo que dijimos o escribimos. Eso divide a los buenos de los malos periodistas: los primeros reflejan la realidad, los segundos la inventan o distorsionan.
Nada pone más a prueba a un periodista que la guerra. Nada. Incluso si no estamos en combate, vivimos una verdadera guerra interna. ¿A quién le hacemos caso? ¿Quién está diciendo la verdad? ¿Qué hacemos con los que nos critican? ¿Cómo manejamos las presiones del jefe, del político, del fanático, del amigo, del familiar, de la esposa del soldado? ¿Cómo confirmo si esto es cierto?
Los periodistas no vivimos en un vacío. Estamos sujetos, como cualquier mortal, a las influencias de la gente y de las circunstancias que nos rodean. No somos un papel en blanco. Sin embargo, no debemos olvidar que -al final de cuentas- somos nosotros los que contamos la historia de todos los días. Es, como dijo la periodista italiana Oriana Fallaci, un privilegio extraordinario y terrible a la vez. Sí, los periodistas somos testigos de primer fila, pero si nosotros fallamos el mundo se queda tuerto y sordo.