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LA GUERRA NO HA PARADO EL TERRORISMO

Estados Unidos y sus aliados no están ganando la guerra contra el terrorismo. No hay otra forma de decirlo. El gobierno del presidente George W. Bush se equivocó al concluir que la caída de Saddam Hussein en Irak significaría un mundo más seguro.

Al contrario. Derrocar a Saddam ha sido una terrible distracción en la lucha contra los grupos terroristas y una provocación en los ojos de muchos árabes. No se han encontrado en Irak armas de destrucción masiva ni se ha descubierto, tampoco, ningún vínculo entre el gobierno iraquí y la caída de las torres gemelas en Nueva York el 11 de septiembre del 2001 (9/11). La guerra contra Irak, en lugar de aplacar a los grupos terroristas, ha reavivado el sentimiento antinorteamericano en el planeta y generado más violencia contra Estados Unidos.

El 10 de marzo pasado -nueve días antes del inicio de la guerra- escribí que “una guerra contra Irak, lejos de reducir las posibilidades de actos terroristas, las multiplica.”

Desafortunadamente así ha sido. Tengo frente a mí una lista que escurre sangre. Es la lista de los muertos y de los actos terroristas que han ocurrido después que Estados Unidos lanzó la primera bomba contra Irak el miércoles 19 de marzo del 2003:

-Un ataque contra un centro residencial de extranjeros en Riad, Arabia Saudita deja 35 muertos, incluyendo a 9 estadounidenses. (Mayo 12)

-Dos ataques sincronizados en Casablanca, Marruecos, contra edificios de España, Bélgica e Israel culmina con la muerte de 41 personas. (Mayo 16)

-Mueren 14 tras una explosión en el hotel Marriot de Jakarta. (Agosto 6)

-Ataque suicida contra el edificio de Naciones Unidas en Bagdad. Veintidos muertos, incluyendo al enviado brasileño Sergio Vieira de Mello. (Agosto 19)

-Un ataque contra otro complejo residencial en Riad, Arabia Saudita, deja 18 muertos, incluyendo a cinco niños. (Noviembre 9)

-Carro bomba mata a 20 en Nassiriya, Irak (Noviembre 12)

-Mueren 23 en un ataque a una sinagoga en Estambul, Turquía. (Noviembre 15)

-Ataque suicida al consulado británico en Estambul y a un banco británico. Mueren 30, incluyendo al consul general británico, Roger Short. (Noviembre 20)

-Ataque suicida en Kirkuk, Irak. Cuatro muertos. (Noviembre 20)

-Varias emboscadas en Irak culminan en la muerte de siete agentes del gobierno español en Irak y de dos diplomáticos japoneses. (Noviembre 28)

-Un colombiano y dos surcoreanos, todos civiles, mueren en una de las mayores ofensivas contra los rebeldes iraquíes. (Noviembre 30)

Esta lista, inevitablemente, seguirá creciendo.

Además, hay que sumarle el número de soldados muertos durante la guerra. Hasta el momento van 441 soldados estadounidenses y 75 soldados de otros países. (Esta última cifra, de la agencia de noticias AP, incluye a 52 soldados británicos y 17 italianos.)

Vamos a hacer las cuentas. En total, desde el inicio de la guerra en marzo de este año, han muerto (entre combatientes y civiles) al menos 735 personas de Estados Unidos y sus aliados. Con estas terribles cifras no se puede, de ninguna manera, decir que se está ganando la guerra contra el terrorismo.

El jefe del Servicio Federal de Inteligencia de Alemania, August Hanning, declaró hace poco que el grupo terrorista Al Kaeda se ha “regenerado…y tiene, una vez más, la capacidad de realizar ataques en gran escala.” Hanning, director de la CIA alemana, culpa a la guerras de Afganistán e Irak, así como al conflicto israelí-palestino, por el resurgimiento de organizaciones terroristas dedicadas a atacar a Estados Unidos y sus aliados. Osama bin Laden, parece ser, sigue vivito y coleando, así como su asesina organización.

El temerario y sorpresivo viaje del presidente George W. Bush al aeropuerto de Bagdad el pasado día de acción de gracias (27 de noviembre) -un golpe maestro de relaciones públicas y de estrategia electoral- no puede ocultar una abrumadora realidad: la guerra ha provocado más actos terroristas y animosidad contra Estados Unidos. Además, hay una verdadera rebelión organizada en Irak y la situación, por el momento, parece estar fuera de control. Casi todos los días escuchamos de nuevos ataques y amenazas contra los soldados norteamericanos en Irak.

Todo esto me recuerda las tensas horas que pasé en el sur de Irak al principio de la guerra. La mañana del jueves 27 de marzo había logrado cruzar a la sureña población iraquí de Safwan junto con un cargamento de ayuda humanitaria. Uno de los iraquíes que entrevisté me dijo en la cara que, si surgía la oportunidad, le cortaría “la garganta a un americano o a un británico”. Esa actitud de desafío era compartida por otros iraquíes.

Mientras pasaban frente a nosotros cientos de tanques y vehículos militares de Estados Unidos, los iraquíes de Safwan ni siquiera se dignaban a verlos. Esa aparente indiferencia estaba combinada con indignación. Eso indicaba, al menos para mí, que los iraquíes no aceptarían fácilmente una ocupación norteamericana. Y así ha sido. Mi primera impresión de Irak fue la correcta.

Esa primera impresión solo se ha ido reforzando con el tiempo. La guerra en Irak, todo parece indicar, continuará ocasionando bajas en el ejército norteamericano hasta que Estados Unidos se retire de la región. Pero lo peor de todo es que esta guerra ya ha multiplicado el peligro de actos terroristas en otras partes del mundo y abre la espantosa posibilidad de tragedias similares a las del 9/11. Y para eso nadie está preparado. Nadie.

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