Cuando se pelea una guerra equivocada en el lugar equivocado se pierde mucho tiempo tratando de justificarla. Eso es lo que le está pasando al gobierno del presidente George W. Bush. La guerra en Afganistán, tras los ataques a las torres gemelas de Nueva York y al Pentágono, se entiende y se justifica. La guerra en Irak no.
Por razones que son muy difíciles de entender, la prioridad de la lucha contra el terrorismo está en Irak y no en la búsqueda de Osama bin Laden ni en la neutralización de la organización Al Kaeda. Nadie habla de Osama estos días en Estados Unidos. Llevo meses sin escuchar el nombre de Osama en una conferencia de prensa. ¿Por qué? Después de todo él fue el artífice de los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001 y la inspiración para otros grupos antinorteamericanos.
Lejos quedaron los días en que el presidente George W. Bush prometía encontrar a Osama “vivo o muerto”. Hoy, en cambio, estamos enredados en una interminable discusión sobre la guerra en Irak. Es la guerra sobre la guerra. ¿Y Osama? Bien gracias.
Estados Unidos está luchando la guerra equivocada en Irak. El gobierno norteamericano tendrá que reconocer, tarde o temprano, que la dictadura de Saddam Hussein no tuvo nada que ver con los actos terrorista del 9/11 y que no representaba un peligro inminente para Estados Unidos. Por lo tanto, ir a la guerra fue una decisión casi personal. No fue una guerra necesaria.
Es cierto que el mundo está mejor con un dictador menos. Pero, en la práctica, la política exterior de Estados Unidos no tiene como prioridad crear democracias. Estados Unidos, por ejemplo, fomenta una estrecha relación con las dictaduras en China y Arabia Saudita y no busca el derrocamiento de sus líderes.
El presidente Bush ha repetido en varias ocasiones que es “irresponsable” acusarlo de haber engañado a los norteamericanos antes de la guerra. Pero lo que ahora parece increíble es que se hayan realizado los primeros bombardeos en marzo del 2003 sin tener la absoluta certeza de que ahí existían armas de destrucción masiva o material nuclear para bombas. Hoy sabemos que fue información falsa e incompleta la que se utilizó para justificar esa guerra.
De este enredo no se salvan ni siquiera los miembros del partido Demócrata. Aunque quisieran olvidarlo, muchos de ellos votaron también a favor de la guerra. El mismo congresista demócrata, John P. Murtha, que ha pedido el inmediato retiro de los 153,000 soldados norteamericanos que hay en Irak, votó a favor de la guerra.
Los Demócratas ahora se quejan de que no tenían suficiente información. Si fue así, si no estaban convencidos, entonces ¿por qué apoyaron los primeros bombardeos?
Washington es una selva de dedos acusadores. Pero cuando se trataba de esperar a que los inspectores de Naciones Unidas terminaran su trabajo en Irak, pocos tuvieron el valor de defender sus convicciones y decir no a la guerra. Los resultados están a la vista.
Estados Unidos, y esto es lo más grave, está metido en una terrible guerra y ni siquiera sabe por qué está ahí. Así de confuso. La guerra en Irak se ha vietnamizado.
Sin un dictador que los amenace y sin armas de destrucción masiva ¿qué hace Estados Unidos en Irak? La única respuesta posible es que trata de evitar que Irak se desbarate en tres pedazos: el sur para los chiitas, el norte para los kurdos y el este para los sunitas.
El ejército norteamericano (al igual que lo hizo antes Saddam) es el pegamento que mantiene por la fuerza el rompecabezas étnico de Irak. Pero el precio es altísimo.
Lejos de haber sido recibidos con flores, los soldados norteamericanos son los principales blancos de ataque de grupos insurgentes y terroristas que encontraron en Irak la excusa que necesitaban.
La guerra en Irak, lejos de disminuir los ataques terroristas en el mundo, los ha multiplicado. Sin la guerra en Irak, es muy posible que los atentados en Londres, Madrid y Bali no hubieran ocurrido ni tampoco el más reciente ataque suicida en Amman donde murieron 57 personas (la mayoría por una bomba en una boda).
Sajida Mubarak al-Rishawi -la mujer que fue detenida por la policía jordana luego de los ataques a tres hoteles y quien admitió que la bomba que llevaba en su cintura no detonó por una falla técnica- estaba dispuesta a suicidarse porque tres de sus hermanos habían muerto en la guerra en Irak. De acuerdo con el sitio de internet www.iraqbodycount.org , al menos 26,982 civiles iraquíes han muerto por la intervención norteamericana. Y no debería de extrañarle a nadie que muchos de sus familiares tengan sentimientos similares a los de Sajida.
Además, tras los abusos en la cárcel de Abu Ghraib y en uno de los ministerios del nuevo gobierno iraquí, existe la sospecha de que Estados Unidos utiliza la tortura en ciertos casos. Entre las técnicas autorizadas en los interrogatorios a los combatientes enemigos existe el llamado “submarino”, que consiste en sumergir al detenido en el agua hasta hacerle creer que se va a ahogar. Y esto, sin duda, está afectando la reputación de Estados Unidos como un país garante de los derechos humanos, restándole apoyo en el resto del planeta y creándole nuevos enemigos.
¿Qué hacer? Si Estados Unidos se retira pronto de Irak, el país se sumiría en una guerra civil. Pero está claro que los norteamericanos han perdido la paciencia y no quieren que el número de soldados estadounidenses muertos llegue a 3,000. Naciones Unidas con un poquito de presión se podría encargar del polvorín iraquí, como lo ha hecho con tanto éxito en otras regiones del mundo, y Estados Unidos salir de ahí.
Esto le permitiría a Estados Unidos concentrar todos sus esfuerzos y sus billones de dólares en encontrar a Osama y a sus clones en otras partes del mundo. Solo así es posible vislumbrar un escenario en que disminuya la brutalidad y frecuencia de los ataques terroristas en el mundo, como el de la bomba en la boda. Mientras esto no ocurra continuará la guerra sobre la guerra.